my parents
David Hockney | my parents 1977
Palizas
por Charles Bukowski
Me golpeó de nuevo. Pero las lágrimas no se produjeron. Mis ojos estaban extrañamente secos. Pensé en matarle. Debía de haber algún modo de matarle. En un par de años podría darle muerte a golpes. Pero lo deseaba en ese momento. Él era un don nadie. Yo debía de ser un niño adoptivo. Me golpeó de nuevo. El dolor aún persistía, pero el miedo se había desvanecido. La correa aterrizó de nuevo. La habitación ya no se desvanecía entre brumas. Podía verlo todo con claridad. Mi padre pareció observar alguna diferencia en mí y me azotó con más fuerza, una y otra vez; pero cuanto más golpeaba, menos sentía. Parecía casi como si fuera él quien que se sintiera impotente. Algo había ocurrido, algo había cambiado. Mi padre, jadeante, se detuvo y oí cómo colgaba el cinturón. Anduvo hasta la puerta y yo me giré.
Palizas
por Charles Bukowski
Me golpeó de nuevo. Pero las lágrimas no se produjeron. Mis ojos estaban extrañamente secos. Pensé en matarle. Debía de haber algún modo de matarle. En un par de años podría darle muerte a golpes. Pero lo deseaba en ese momento. Él era un don nadie. Yo debía de ser un niño adoptivo. Me golpeó de nuevo. El dolor aún persistía, pero el miedo se había desvanecido. La correa aterrizó de nuevo. La habitación ya no se desvanecía entre brumas. Podía verlo todo con claridad. Mi padre pareció observar alguna diferencia en mí y me azotó con más fuerza, una y otra vez; pero cuanto más golpeaba, menos sentía. Parecía casi como si fuera él quien que se sintiera impotente. Algo había ocurrido, algo había cambiado. Mi padre, jadeante, se detuvo y oí cómo colgaba el cinturón. Anduvo hasta la puerta y yo me giré.
—Oye —dije.
Mi padre dio la vuelta y me miró.
—Dáme un par más —le dije—, si es que eso te hace sentirte mejor.
—¡No te atrevas a hablarme de ese modo! —replicó.
Le observé y vi pliegues de carne bajo su barbilla y en torno al cuello. Vi tristes arrugas y surcos. Su rostro era masilla ajada. Estaba vestido con su ropa interior y su vientre abultaba creando arrugas en su camiseta. Sus ojos ya no poseían fiereza, sino que parecían vacuos y evitaban los míos. Algo había ocurrido. Las toallas del baño lo sabían. La cortina de la ducha lo sabía, el espejo lo sabía, la bañera y el retrete lo sabían. Mi padre se giró y salió por la puerta. Él lo sabía. Era mi última paliza. Al menos proveniente de él.
Mi padre dio la vuelta y me miró.
—Dáme un par más —le dije—, si es que eso te hace sentirte mejor.
—¡No te atrevas a hablarme de ese modo! —replicó.
Le observé y vi pliegues de carne bajo su barbilla y en torno al cuello. Vi tristes arrugas y surcos. Su rostro era masilla ajada. Estaba vestido con su ropa interior y su vientre abultaba creando arrugas en su camiseta. Sus ojos ya no poseían fiereza, sino que parecían vacuos y evitaban los míos. Algo había ocurrido. Las toallas del baño lo sabían. La cortina de la ducha lo sabía, el espejo lo sabía, la bañera y el retrete lo sabían. Mi padre se giró y salió por la puerta. Él lo sabía. Era mi última paliza. Al menos proveniente de él.
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