Michel Houellebecq: “Hay que interrumpir el confort con sobresaltos”
Michel Houellebecq: “Hay que interrumpir el confort con sobresaltos”
El escritor se reinventa como artista
contemporáneo. Tras el revuelo que armó con ‘Sumisión’, la novela donde
pronosticaba el dominio musulmán de Europa, ahora desembarca en el
Palais de Tokyo de París con fotografías que retratan sus obsesiones:
desde el vacío existencial hasta el apocalipsis.
ActualizadoViernes 01 de julio de 201615:53
Si el escritor, premio Goncourt, es un icono de nuestro tiempo, es comprensible que el más nimio de sus gestos sea percibido como una auténtica obra de arte, casi como si fuera un Dalí o un Warhol. Envuelto en su sempiterna parka, sin escolta a la vista y con la dentadura postiza bien colocada, Houellebecq se presenta en un restaurante pegado al Sena en una de las tardes que precedieron a su histórica crecida y desbordamiento, tal vez los primeros síntomas de ese apocalipsis que no deja de pronosticar. El autor de Las partículas elementales pide al camarero una botella de vino blanco, una tabla de quesos y un cenicero, del que se servirá para encadenar innumerables silk cuts, que se fumará sujetándolos entre el anular y el corazón. A sus 60 años, Houellebecq parece la sombra de sí mismo. “Ya no tengo interior / Ni pasión, ni calor; / Pronto me reduciré / A mi estricto volumen”, jura en uno de los poemas de su última antología, Configuración de la última orilla, que acaba de publicar Anagrama. El primer sentimiento que despierta es, inexplicablemente, la compasión. Su voz resulta titubeante. Su sonrisa, tímida e infantil. Lo que seguirá será una conversación llena de silencios, cubiertos por el sonido algo angustiante de un ruidoso ventilador. En ella desgranará escrupulosamente, sin perseguir la polémica ni el escándalo, cómo piensa y trabaja, cómo percibe el mundo y cómo traduce esa visión en su obra. La primera imagen de su exposición contiene esta leyenda: “Hagan sus apuestas”. La última de ellas dice: “No tiene usted ninguna posibilidad”.
Combina sus imágenes con versos extraídos de sus poemas. ¿Fotografía y poesía son dos artes que se parecen? En todo caso, se parecen más entre sí que a una novela, que suele servir para expresar cosas distintas. En mis novelas hablo de personajes, mientras que en mis poemas y fotografías los seres humanos brillan por su ausencia. Para mí, una novela se puede debatir o incluso contradecir. En cambio, no existe contradicción posible a un poema.
¿Por qué retrata esos paisajes desieros? Porque la ciudad no me interesa demasiado. Me gustan más las zonas periurbanas y los paisajes naturales. Seguramente existe una razón biográfica. Crecí en el campo y pasé mi adolescencia en la banlieue, así que llegué relativamente tarde a París, que es un lugar que me ha marcado menos.
¿Se identifica con ellos? Sí. No voy a fingir ser pobre, porque tengo condiciones de vida más favorables que las suyas, pero sí sé cómo es su existencia, porque crecí en lugares parecidos. A mí me ha ido bien en la vida, pero proceder de un lugar así no es nada divertido. Sería indecente que me quejara, porque he tenido un éxito enorme, pero eso no me impide ver lo dura que se ha vuelto la vida desde mi adolescencia. Pero estoy convencido de que, incluso si vivimos en un universo feo, siempre podemos extraer algo bello.
“los españoles no se quieren a sí mismos. los franceses adoran criticarse, pero no soportan que lo hagan los demás”
¿Qué le hace decir eso? No lo sé, es solo una impresión. Lo que veo es que se sienten más aptos y más competentes para gestionar sus intereses. Me parece más bien negativo… Pero, al margen de eso, España me gusta. En especial, visualmente. En Almería hay una cantidad de polvo increíble, que lo recubre todo. Si lavas tu coche por la tarde, a la mañana siguiente tendrás que hacerlo otra vez. A nivel visual, ese polvo me parece muy impresionante.
Sus imágenes parecen describir un mundo posapocalíptico. ¿Lo que dice es que nos dirigimos inevitablemente hacia la hecatombe? Es una posibilidad. Cuando visito un lugar nuevo, me pregunto si logrará sobrevivir a la desaparición de la humanidad. Por ejemplo, si se produjera una epidemia viral, provocaría un apocalipsis suave. Los edificios seguirían donde están, porque no sería como en una guerra atómica, pero se iría produciendo una erosión. Eso es lo que describen mis imágenes.
¿Lo que dice es que el ser humano tampoco ha sido para tanto? No, tampoco diría eso, porque ha tenido una capacidad de transformación que las otras especies no han poseído. No me parece una especie nefasta. La producción intelectual del hombre ha sido impresionante, igual que la tecnológica.
Es curioso, porque en La posibilidad de una isla decía que los siglos de arte y filosofía no servirían de nada, porque en el futuro solo se recordarán las innovaciones tecnológicas. ¿Para qué sirve, entonces, escribir? No sé qué me hizo escribir eso. Debió de coincidir con un periodo de depresión. Yo me dirijo a quienes están vivos. Mientras la humanidad subsista, escribir seguirá teniendo un mínimo sentido.
En El mapa y el territorio se mostraba muy crítico con el arte contemporáneo. ¿Ha cambiado de opinión, ahora que usted también es artista? No todo el arte contemporáneo me disgusta. No me gusta la tendencia a hacer dialogar las épocas, a buscar la contemporaneidad en los siglos pasados. Y tampoco me convence ese arte en el que la explicación es más importante que la obra en sí, como fue el caso en épocas más conceptuales que la actual. Recuerdo una obra de Joseph Beuys que me gustó bastante hasta que leí la explicación: todos los objetos que presentaba fueron fabricados el año de la publicación de El capital, de Marx. A menudo encuentro que esas explicaciones teóricas son un poco ridículas.
En el catálogo de la muestra afirma que con sus imágenes aspira a despertar a sus visitantes, “a provocar colisiones que les hagan salir de su zona de confort”. ¿El papel del artista consiste en provocar ese tipo de choques? Sí, sí. No tengo nada en contra del confort, pero creo que hay que saber interrumpirlo con sobresaltos. La vida es así, y creo que el arte debe parecérsele.
En ese sentido, ¿acepta que le llamen enfant terrible, provocador y pirómano? No creo que sea exactamente eso. Es más bien que, como fan del rock, soy partidario de cierta agitación nerviosa. Le pondré un ejemplo: a mí no me gusta nada Bach. Prefiero a Beethoven, Schubert o la música romántica. En eso consiste la provocación para mí: en suscitar una agitación nerviosa. Es algo que sienta bien. Que te sacudan un poco siempre es bueno. Las emociones fuertes sientan bien.
¿Incluso cuando son devastadoras? Sí, en el fondo es mejor vivirlas… No soy partidario de la calma.
Creía que vivía apartado, en el extranjero y lejos del circuito literario, para encontrar esa calma… Soy muy poco tranquilo. Es mejor que viva rodeado de cierta calma, porque mi cerebro es cualquier cosa menos tranquilo.
¿Qué diferencia a un machista de un misógino? Un machista es un hombre al que le gusta que las mujeres sobreactúen en su papel [el que se les ha asignado tradicionalmente]. Un misógino es un tipo que desprecia ese papel. No es mi caso. A mí sí me gusta ese papel, porque hace que la vida se vuelva más interesante. Entre otras cosas, porque erotiza las relaciones entre hombres y mujeres.
En las relaciones de igualdad, ¿el erotismo desaparece? No tener géneros marcadamente definidos hace que la vida se vuelva más aburrida. Yo pienso lo mismo que dice Milan Kundera [en El libro de la risa y el olvido]. Cuando una mujer llora durante una pelea, el misógino se enfada, porque lo considera la prueba de que son seres inferiores y deshonestos. El machista, en cambio, se enternece. Desde ese punto de vista, soy más bien machista.
“La provocación consiste para mí en suscitar una agitación
nerviosa. es algo que sienta bien. que te sacudan un poco siempre es
bueno”
Si lo dice por la natalidad, no siempre es así. En Francia, por ejemplo, es altísima: 2,01 hijos por mujer en edad fértil. Es verdad, pero es una excepción en toda Europa, junto con Irlanda. En Irlanda se puede explicar por el peso del catolicismo, pero en Francia, que fue el primer país ateo del continente… No tiene sentido que los franceses, que son extremadamente depresivos, sean los que más procreen. Somos un país incomprensible.
Ha dicho que vive cerca de la autopista que comunica París con el suroeste de Francia para poder escapar “si se declara una guerra civil”. Deduzco que no lo dice en broma… No, lo pienso muy en serio.
Tras los ataques terroristas en París el 13-N [que dejaron 137 muertos] no se produjo nada parecido. ¿Qué le hace creer que acabará teniendo lugar? Pues que lo volverán a intentar, hasta que tal vez termine por funcionar. Por otra parte, existen otros elementos más confusos, pero peligrosos. Si la izquierda gana las presidenciales de 2017, el resultado puede ser dramático, porque este país es aritméticamente de derechas, todavía más que hace cinco años. El nuestro es un régimen pensado para dos partidos. La irrupción del Frente Nacional ha hecho que el sistema deje de funcionar. Yo prefiero que gobierne un presidente de derechas, pero es posible que la izquierda vuelva a ganar. Será malsano y podría provocar fenómenos desagradables…
¿A qué se refiere? El resultado de la reelección de François Hollande será una ola de emigración. En España están acostumbrados, pero los franceses son más hogareños. La gente escapará, por desacuerdos políticos y por la sensación de que el país está jodido. Vivimos en un clima siniestro.
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