Los versos que le cuadran a Denis Fortun
El 22 de julio del 2010, luego de que leyera una reseña que le hiciera Juan Carlos Recio a "Maldiccionario", cuaderno de Margarita Garcia Alonso, Margo Reina de Groenlandia,
decidí crear en formato digital mi propia antología que recogiera las
voces que habitan fuera de la Isla, sin importar razones -en su mayoría
similares-. Para tal empeño abrí un blog unos días más tarde, que nombré
de la única manera que podía: "Los versos que me cuadran en la
diaspora". Los dos primeros poemas publicados pertenecen a Margarita Garcia Alonso, la de Groenlandia, la Reina; y luego le sigue Joaquín Gálvez.
Así, durante dos años, estuve posteando los textos de más de medio
centenar de poetas que tan sólo uno de sus versos me cuadraban, y
créanme que lo disfrutaba enormemente y además me proporcionaba una
invaluable enseñanza. Gracias a todos los que están...
No me he hecho, me han hecho.
Huidas, de Margarita García Alonso
No me he hecho, me han hecho.
Goethe.
Huí de lo que representaba esfuerzo y sobre todo de esa ventana
donde vi pasar a Madame Bovary, al perro,
al descendiente de vikingo
con el pelo rojizo en las axilas.
Huí del óleo que da látigos a mi vientre,
envenena las manos y salta a los muebles,
se enmaraña en mi pelo como una legión de enemigos.
Huí del aguarrás que come iris, vista, desvelo
Huí de la cola de conejo que seca, mata, e impone
esta imagen de drogada que deambula
hasta el estante de cigarrillos negros.
Huí de la palabra que doma,
del frasco en que piensa la gente,
del murmullo que desmiembra si mi nombre no parece
en la sección de conocidos locales,
autorizados o negados poetas que chocan dientes
en el interior de pequeños envases donde depositan la herencia.
Huí del campo donde jamás asenté cabeza
en noche silenciosa, sin grillo, luna,
huí de donde perdí el gusto por la charla,
enfundada en botas de cuero rustico, enlodadas
por la marcha en el bosque, vi el reflejo
de todo lo que vendrá al humano.
Huí del barranco en el que solía ser Mer de la Manche
sin interesarme el último estreno.
Huí de mi apego a rumiar pasiones despiadadas,
huí de mi madre que cuenta el pulso,
desde la sombra me retiene en muchacha.
Huí de mi hija, huí pavorosa arrastrando el mantel,
la alivié de mi inútil presencia con mi
carreta desvencijada por los viajes que no puedo hacer
a cierta isla, y los largos inviernos.
Huí de las cajas repletas de cartas,
veinte años de exilio en sobres amarillos,
sellos de mariposas de un país que encierra
al Hombre en un friso que nunca acaba.
Huí del indolente, del acuchillador
con la herida redonda del ombligo
la tripa colgando, enredándose en los caminos.
Huí del pasajero incierto que toma vino
en la despedida aclaré que no hago promesas.
Huí de mí que era la muerte y la escasez
de recursos.
No existe aún una sola razón para quedarme.
con el pelo rojizo en las axilas.
Huí del óleo que da látigos a mi vientre,
envenena las manos y salta a los muebles,
se enmaraña en mi pelo como una legión de enemigos.
Huí del aguarrás que come iris, vista, desvelo
Huí de la cola de conejo que seca, mata, e impone
esta imagen de drogada que deambula
hasta el estante de cigarrillos negros.
Huí de la palabra que doma,
del frasco en que piensa la gente,
del murmullo que desmiembra si mi nombre no parece
en la sección de conocidos locales,
autorizados o negados poetas que chocan dientes
en el interior de pequeños envases donde depositan la herencia.
Huí del campo donde jamás asenté cabeza
en noche silenciosa, sin grillo, luna,
huí de donde perdí el gusto por la charla,
enfundada en botas de cuero rustico, enlodadas
por la marcha en el bosque, vi el reflejo
de todo lo que vendrá al humano.
Huí del barranco en el que solía ser Mer de la Manche
sin interesarme el último estreno.
Huí de mi apego a rumiar pasiones despiadadas,
huí de mi madre que cuenta el pulso,
desde la sombra me retiene en muchacha.
Huí de mi hija, huí pavorosa arrastrando el mantel,
la alivié de mi inútil presencia con mi
carreta desvencijada por los viajes que no puedo hacer
a cierta isla, y los largos inviernos.
Huí de las cajas repletas de cartas,
veinte años de exilio en sobres amarillos,
sellos de mariposas de un país que encierra
al Hombre en un friso que nunca acaba.
Huí del indolente, del acuchillador
con la herida redonda del ombligo
la tripa colgando, enredándose en los caminos.
Huí del pasajero incierto que toma vino
en la despedida aclaré que no hago promesas.
Huí de mí que era la muerte y la escasez
de recursos.
No existe aún una sola razón para quedarme.
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