Defensa del ‘chusma’ que grita contra la dictadura
Hay quienes le exigen al exilio que no sea estridente. Los exiliados
no pueden gritar. No pueden agitar las manos. No pueden, válgame Dios,
lanzar improperios contra la dictadura. No, nada de improperios contra
una dictadura de 57 años.
Al exilio hay que llamarlo “diáspora” y a la dictadura debe llamársele “gobierno”, “régimen”, “largo gobierno”. Pero nunca lo que es: “dictadura”. Por consiguiente, a Fidel y Raúl Castro debemos llamarlos “gobernantes” y, si no apura el rubor, “presidentes”.
Cuando gritas, cuando condenas, eres un extremista. Un torvo representante del pasado. Un pobre diablo que ha mimetizado el comportamiento de “la otra parte”. Así, en clave esotérica, “la otra parte”. Vaya, que si cedes un milímetro a la indignación, te tienen que retirar el micrófono. Te conviertes en un chusma sin derecho a réplica.
A mí, todo esto me da muy mala espina. Por muchas razones. Para empezar, en Miami se grita contra la dictadura, precisamente, porque se puede gritar contra la dictadura. Esa es una de las tantas oportunidades del exilio. ¿Quién se atrevía a pedirles a los chilenos que no gritaran contra Pinochet? ¿A los nicaragüenses que no gritaran contra Somoza? ¿Fue un error gritar contra Batista? ¿Nos salimos del virtuoso marco de la civilización por pedir la cabeza de los tiranos?
Digamos, contra la abundante evidencia, que no hay mala fe en muchas de estas personas, indígenas o forasteras, empeñadas en desarmar nuestra añeja indignación. (Aunque siempre se atraviesa la quisquillosa pregunta: ¿por qué alguien se tomaría el trabajo de querer desarmar nuestra indignación?) Veámoslo, sencillamente, como una presunción provinciana. El prurito de tertulia municipal de pedirme a mí, nacido en Calabazar de Sagua y criado en La Habana Vieja, que me haga el sueco.
En esas naciones ejemplares, así como en Estados Unidos, nadie se preocupa demasiado para que su oponente baje la voz, deje de manotear y no diga malas palabras. Basta que cada uno tenga derecho a su espacio. En Miami, todos lo tienen. En la tele, en los periódicos. Los que defienden la dictadura, los que defienden la dictadura aparentando que están contra la dictadura y los que están (estamos) contra la dictadura. Espacio sobra.
Entonces, considerando que el castrismo es la madre de todas las dictaduras latinoamericanas, considerando que lejos de abrirse a su pueblo está en plena consolidación de su transición dinástica, considerando que en la isla tu vida y tu hacienda corren peligro si llamas a las cosas por su nombre, considerando que Miami es el único territorio cubano donde se disfruta de plena libertad de expresión, viene a sonar un poco desconsiderado, si no francamente inmoral, que nos traten de empañar la denuncia porque un locutor pega un grito, las víctimas lloran y yo le ruego a la virgen que Raúl se caiga redondo.
En fin, que en vez de embarcarnos en la utopía de transformar la naturaleza humana debíamos concentrarnos en transformar la naturaleza de la dictadura. Tanto más aquellos que pretenden contener en su exquisita mesura, su heroica vocación al diálogo y su inmutable afán de reconciliación con los verdugos, el secreto de la salvación nacional. Pero déjenme ventilar mi rabia. A puro grito. Con el gesto crispado. Como un chusma con derecho a réplica.
Al exilio hay que llamarlo “diáspora” y a la dictadura debe llamársele “gobierno”, “régimen”, “largo gobierno”. Pero nunca lo que es: “dictadura”. Por consiguiente, a Fidel y Raúl Castro debemos llamarlos “gobernantes” y, si no apura el rubor, “presidentes”.
Cuando gritas, cuando condenas, eres un extremista. Un torvo representante del pasado. Un pobre diablo que ha mimetizado el comportamiento de “la otra parte”. Así, en clave esotérica, “la otra parte”. Vaya, que si cedes un milímetro a la indignación, te tienen que retirar el micrófono. Te conviertes en un chusma sin derecho a réplica.
A mí, todo esto me da muy mala espina. Por muchas razones. Para empezar, en Miami se grita contra la dictadura, precisamente, porque se puede gritar contra la dictadura. Esa es una de las tantas oportunidades del exilio. ¿Quién se atrevía a pedirles a los chilenos que no gritaran contra Pinochet? ¿A los nicaragüenses que no gritaran contra Somoza? ¿Fue un error gritar contra Batista? ¿Nos salimos del virtuoso marco de la civilización por pedir la cabeza de los tiranos?
Digamos, contra la abundante evidencia, que no hay mala fe en muchas de estas personas, indígenas o forasteras, empeñadas en desarmar nuestra añeja indignación. (Aunque siempre se atraviesa la quisquillosa pregunta: ¿por qué alguien se tomaría el trabajo de querer desarmar nuestra indignación?) Veámoslo, sencillamente, como una presunción provinciana. El prurito de tertulia municipal de pedirme a mí, nacido en Calabazar de Sagua y criado en La Habana Vieja, que me haga el sueco.
Para
empezar, en Miami se grita contra la dictadura, precisamente, porque se
puede gritar contra la dictadura. Esa es una de las tantas
oportunidades del exilio
Aquí topamos con una fundamental
dificultad de modelo. En Suecia, en Dinamarca, en Francia, en Gran
Bretaña, en España, izquierdas y derechas, totalitarios y libertarios,
ateos y creyentes, se gritan, se manotean y se insultan con tal
intensidad, con tanta mala leche, en calles, cafeterías y parlamentos,
que si no fuera porque hay ley parecería que hubiera guerra civil.En esas naciones ejemplares, así como en Estados Unidos, nadie se preocupa demasiado para que su oponente baje la voz, deje de manotear y no diga malas palabras. Basta que cada uno tenga derecho a su espacio. En Miami, todos lo tienen. En la tele, en los periódicos. Los que defienden la dictadura, los que defienden la dictadura aparentando que están contra la dictadura y los que están (estamos) contra la dictadura. Espacio sobra.
Entonces, considerando que el castrismo es la madre de todas las dictaduras latinoamericanas, considerando que lejos de abrirse a su pueblo está en plena consolidación de su transición dinástica, considerando que en la isla tu vida y tu hacienda corren peligro si llamas a las cosas por su nombre, considerando que Miami es el único territorio cubano donde se disfruta de plena libertad de expresión, viene a sonar un poco desconsiderado, si no francamente inmoral, que nos traten de empañar la denuncia porque un locutor pega un grito, las víctimas lloran y yo le ruego a la virgen que Raúl se caiga redondo.
En fin, que en vez de embarcarnos en la utopía de transformar la naturaleza humana debíamos concentrarnos en transformar la naturaleza de la dictadura. Tanto más aquellos que pretenden contener en su exquisita mesura, su heroica vocación al diálogo y su inmutable afán de reconciliación con los verdugos, el secreto de la salvación nacional. Pero déjenme ventilar mi rabia. A puro grito. Con el gesto crispado. Como un chusma con derecho a réplica.
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