Margarita García Alonso. La maravillosa duda, por Jorge Tamargo
Amigos, hoy publico en mi blog un texto sobre la obra plástica de Margarita García Alonso (Margo Reina de Groenlandia). Si pueden y quieren leerla, sigan el siguiente enlace. Abrazos
jueves, 16 de junio de 2016
Margarita García Alonso. La maravillosa duda
Quienes la conocemos, sabemos que Margarita García Alonso, además de escribir
poesía de alta calidad y editar libros para la inmensa minoría, pinta; o, por decirlo
más ancha y precisamente: compone escenas que alegran los ojos a los inquietos,
en la misma medida que los importunan a los remolones. Y es que Marga
(perdonen la economía nominal, que nada tiene que ver aquí con el colegueo barato)
lleva muchos años decorando la cabaña donde vive el mismísimo porquero
de Agamenón; dando razones al célebre mozo para que sostenga su higiénica
duda con relación a la Verdad.
Jamás tuvo Marga una vocación analgésica. Es la madre de un bestiario muy singular
(todo “bestiario es una revisión de la condición humana partiendo de la condición
animal…”, nos dice Piñero Moral) con el que previene a su cliente-pupilo frente a
cualquier vademécum doctrinal, también en las artes plásticas. Sus composiciones
son un remedio eficaz contra la fascinación aristotélica. Su obra toda es un verdadero
cajón de sastre para los locos de este mundo: los que dudan, quiero decir, l
os de atar; no los sobrecargados de certidumbre, que, con nuestra cómplice indolencia,
y como se diría en el barrio donde nací: andan sueltos y sin vacunar, pontificando en
las cátedras y las tribunas de ese otro mundo tan ajeno al arte.
Hablo de una autora que escucha el estruendo provocado por el Edificio mientras
se desploma, y, lejos de obviarlo, lo graba; lejos de atenuarlo, lo amplifica.
Con ese ruido, no obstante, sustenta la cabaña de su protegido: entretiene los
cimientos de barro con un sonoro, pero divertido y fructífero, no sé. ¿Cómo?
LA VETA SURREALISTA
Los más ortodoxos surrealistas del XX representaron en estado de vigilia, o eso dijeron,
la parte que lograron retener de los sobresaltos que padecían durante el sueño.
Yo no lo creo del todo, pero aceptémoslo para no introducir aquí un problema que
nos distraiga. El caso es que, de esa manera, pretendieron sustraerse a cualquier
atisbo de control racional sobre su obra. Los surrealistas emergieron entonces
como “artistas puros”, porque su movimiento, cual cándida estela del psicoanálisis,
fue siempre de la subconsciencia a la consciencia, nunca en sentido contrario.
Bien, la aparente digestión de la Primera Gran Guerra por la vía de un arte-laxante
que no sacaba la cabeza de la caja negra, al parecer no fue posible tras su gravísima
réplica. Occidente no pudo digerir el colmo y la consecuente caída de la modernidad,
(“todo lo que llega a su apogeo comienza a declinar”, decía Abd Allāh) cerrando
o entornando de nuevo los ojos tras la toma de Berlín por los aliados. Los delirios
imperiales alemanes y soviéticos, de muy distinto signo que los anglosajones, y
la respuesta de estos últimos, menos alucinada pero igualmente beligerante, impidieron
echar otra vez la capa sobre la caja de cristal. Todas las tendencias artísticas acentuaron
el pathos, y creyeron compensarlo, acaso esconderlo con el uso (y abuso) del logos.
La mayoría de ellas optaron entre lo patético y lo razonante, otras fueron sometidas
a una latencia más o menos vigente. La abstracción se hizo expresionista, (que no
al revés, como su nombre sugiere) el cubismo se tornó a ratos discursivo, el
surrealismo quedó arrinconado, el dadaísmo abandonó la escena; sólo el realismo
socialista se mantuvo en sus escuetas casillas; y antes de que pudieran llegar
el refresco pop o la hamaca postmoderna, surgió el llamado arte conceptual.
Nunca más los surrealistas, ni siquiera los que son tan incorregibles como Marga,
pudieron trabajar al margen de semejante influjo.
Y como desde entonces ya no vale cerrar tramposamente los ojos para espantar
a la pertinaz vigilia, Marga sueña con los suyos abiertos. Su obra tiene una clara
veta surrealista, pero dista mucho de limitarse a lo que retiene la almohada.
Su discurso no es sólo formal, no sólo regala forma a sus ensoñaciones, sino
que está atravesado por una línea conceptual, que, en algunos casos,
llega incluso a remedar el horizonte. Es normal, o al menos comprensible:
ningún gorrión puede vivir, como gorrión, mucho tiempo en un gallinero.
¿Es Marga una artista puramente conceptual? No. ¿Es una artista puramente surrealista? Tampoco. Si el porquero de Agamenón preguntara por la génesis de la obra que ella estampó en
el techo de la cabaña donde duerme, Marga le respondería: ―Es más que un sueño
soplado y menos que un sueño razonado. No es gaseosa ni sólida… ¿Una invitación
al juego…? No sé… ¿Y entonces?
Joaquín Esteban Ortega ha dicho: “la clave de este asunto [el carácter
inaprensible del arte postmoderno-líquido] se encuentra en la desontologización de la
obra a favor de su conceptuación.” O sea, la obra que renuncia a ser para representar
un concepto, y se convierte en mera noticia del concepto representado. ¿Hay algo más
impropio para la obra de arte que un concepto, ya no sólo presente en su fórmula genitora,
sino también suplantando su fin? Pero, si el arte líquido (Bauman) surge de una
transitoriedad determinante, de un substrato social también líquido, en continua
mutación, opuesto al que permitía, o más aún, demandaba, la sociedad egipcia,
¿qué tipo de concepto debe sustentarlo, si no ese que se derrame con igual laxitud,
ese que, apenas haya alcanzado su aparente forma, sienta la urgencia de trans-formarse?
Sometido a semejante sobrexcitación conceptual y formal, el hombre postmoderno no
es capaz de imantar sus ripios. Se cargó de pasado, colocó la razón en el sitio
inadecuado, delegó en la estética académica (los estetas) el arbitraje de su relación
con la naturaleza, se puso en manos de la ciencia experimental y la tecnología;
y ahora no parece merecer la belleza si no sometida a una liquidez simétrica a la suya
propia. Porque, según Schiller, realmente “bella […] es aquella forma que no exige
ninguna explicación, o bien aquella que se explica sin concepto.” Además, se pregunta
y se responde el genio alemán: “¿Por qué cada uno de los griegos puede erigirse en
representante de su tiempo, y no así el hombre moderno? Porque al primero le dio forma
la naturaleza, que todo lo une, y al segundo el entendimiento, que todo lo divide.”
Así que tenemos un tiempo líquido (cuasi forme, por no decir informe), un arte también
líquido, cuyo estado, unido a su extrema conceptuación, lo hace prácticamente
inaprensible; y el artista postmoderno, hecho pedazos por “el entendimiento, que
todo lo divide”, persiguiendo una belleza que se ajuste a circunstancias tan
problemáticas… Y ahí aparece Marga con un surrealismo transido de postmodernidad,
con esa tara conceptual inevitable, pero también con un salvavidas maravilloso:
la locura y su consecuente duda sobre la Verdad. Marga se deja llevar por la Duda.
Se monta un rollo cuántico que avala su relativismo y permite obrar a sus fantasmas.
Según Corinne Enaudeau, “el hombre racionalista, con espíritu de sistema, que ve
la unidad de las ideas incluso antes de que hayan nacido, nunca inventa nada.
La flema del genio consiste en dejar hacer al extravío, dejar que se tejan las analogías,
dejar que se multipliquen los espectros.” Eso hace Marga. La traza conceptual y
sistémica logra atravesar e intoxicar su veta surrealista, pero no extinguir la locura
que ventila su aparente irracionalidad.
¿Y la belleza? Como bien dijo Hume: “la belleza [por más que se piense] no es una
cualidad del círculo. No reside en ninguna parte de la línea cuyos puntos son todos
equidistantes de cualquier centro común. Es sólo el efecto que esa figura produce
sobre una mente, cuya particular fábrica o estructura la vuelve susceptible de tales
sentimientos.” El círculo parecerá bello a la mente aristotélica que se regocija con la
Verdad-Una-Toda-Inmóvil-Imperecedera. La malla infinita y cuántica parecerá bella a
quienes vean esa Verdad como una leyenda convenida, débilmente asida a sus
mutantes nudos. Sobre todo para estos últimos, trabaja Marga: para los locos que
mantengan muy activos los canales sensibles y desistan de buscar en sus obras, sólo,
la quinta pata al gato: la discursiva… Si el porquero de Agamenón preguntara por la
esencia de la obra que ella colgó en la cara interior de la puerta de su cabaña,
Marga le respondería: ―Es más que mentira prescindible y menos que mentira
imprescindible. No es gaseosa ni sólida… ¿Una invitación al juego…? No sé…
¿Y entonces?
CODA PARA LA RESIGNACIÓN Y EL DISFRUTE
siempre acaba por contener más o menos vino.” (Goethe). Marga agita su mosto de
manera que el vino resultante plazca a los locos de su tiempo. Y junto a ellos,
mientras beben entretenidos, suelta a sus bestias polivalentes donde “todo el espacio
juega con el grito ¡No sé!” (Mallarmé) Un grito femenino, sí, que en el caso de Marga
es lanzado con una sobreabundancia que a veces abruma, por
(y especialmente para) una omnipresente mujer… Me resigno. Sin que haga falta
un saber demasiado, ya está: Marga puede engendrar las cosas que más disfruto,
esas que gracias a Dios no sé, y que gracias a mis dioses, aunque a veces me
ponga a manosearlas en voz alta, no tengo intención alguna de averiguar a fondo.
Porque, como dijo Nietzsche, (madre mía, hoy tengo el estro polémicamente
franco-germánico) “todo conocimiento profundo es una corriente fría.”
¿A que no debo terminar hablando de herramientas digitales, mecanismos
¿A que no debo terminar hablando de herramientas digitales, mecanismos
del collage, psicología del color o leyes de la simetría? ¿A que no?
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