Gerard Seghers Saint Sebastian comforted by an Angel c. 1630
En un bar holandés
He
olvidado mi lengua,
escrupulosamente anoto
dispersas sensaciones
en un bar holandés.
Medianoche de
efluvios,
pongo cara de maestra en papiros,
de neurótica correctora de
la Real Academia española,
cuando dicto leyes ortográficas
que solo retiene el barman
si me pagan el mojito.
Nadie se salva,
mi acento provoca
una catástrofe sexual.
Estoy esdrújula, confundo
canales con piscinas,
el puerto con alguna laguna,
el cigarrillo a la mano
por si se animan a tomar fotos.
Siento, eso sí, resiento,
gatos
que maúllan
café
que reverbera,
tripas
que ronronean
vacas
que no hacen ruido
pues
están lejos y escucho
respirar
a mi abuelo Gerardo,
la
mecedora
donde
mi abuela Luisa
teje
al croché,
silencio
la
mecedora chirría
-chirría
no es poético,
dice
Don pantalón
del
oficio que me maltrata-
pues
la mecedora de abuela
hace
un ruido
poco
poético,
como
si pidiese
que
regrese
pero ha muerto
y
tampoco sé
cómo se
dice
madeja
que cae al suelo
-¿mina, explota,
desarticula?-
Tras
las rejas gritan
-
marchan, apoyan, manifiestan-
o
simplemente ladran
los
perros del rey.
La
lluvia ácida en mi rostro,
no
reconozco las calles,
el relámpago es solo un neón
de la casa de putas.
Me hace la vida imposible
esta libertad aparcada
frente a una banda
que repite buenas noches.
De todas las cosas
un cuerpo
un cuerpo sin nombre,
incapaz de extraerme
del cóctel
de drogas
donde he olvidado
que soy vieja.
Tengo
la impresión que este hombre
me
ha conocido en todos los tiempos.
Es
hora de abreviar la palabreja,
al
menos que me prive de pecado y
decrete
correcciones al escriba
-los
que hablan se guarecen
donde
escampa,
poco
sufren el salpullido
genital
de los academicistas-
Si
le beso, todos los ruidos
dejarán
de existir,
y le beso
sobre
el lienzo difunto
de
los pretéritos.
Amanece,
las tulipas
bendicen
mi bolsillo,
respiran
el iluminado sudor
de
esta criatura perfecta
que
me ha penetrado
sin
saber que se suicida
el
Occidente.
Pero
aún persiste el léxico,
la
culpa , el abandono de mis muertos,
tan
solo queda el olor de meadero,
el
tufillo de orina que se escapa
e
instala en mi nariz.
De Breviario de margaritas,
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