El ultimo judío de Palma Soriano
El ultimo judío de Palma Soriano
La familia de Jaime Ganz llegó a Cuba luego de sobrevivir el Holocausto, pero los atrapó la revolución
jueves, diciembre 31, 2015 | Frank Correa
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Hijo de un sobreviviente de los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial, llegó a Cuba con su familia en 1949 y todos se asentaron en Palma Soriano, municipio de la provincia Santiago de Cuba, donde pusieron una tienda de ropa que prosperó y gracias a la cual lograron buena solvencia por aquellos años.
“Es cierto lo que dicen de los judíos: somos ahorrativos. Para nosotros un centavo es un peso y un dólar mil. Crecimos con la tienda porque gastábamos lo justo. Además prestábamos con interés; un riesgo, pero mi padre decía que el valor del judío es oro y siempre nos fue bien”, cuenta Ganz Grin.
En su casa grande y de puntales altos, carcomida por el tiempo y el abandono, Jaime tiene muchos libros, entre ellos uno de su coautoría llamado “Atlas del judaísmo en Cuba”, que me obsequia. Lo escribió junto a Eugenia Farín Levy y Conrado Pérez Maletá, y fue publicado por la Editorial Oriente en 2009. Cuenta la historia de la comunidad judía en Cuba, comenzando con la ayuda recibida por Colón de sus amigos judíos, que le ofrecieron fondos, mapas y cartas marinas para su viaje de descubrimiento. En la expedición transoceánica vinieron varios judíos, entre ellos Luis Torres, a quien se le atribuye el mérito de dar a conocer en Europa el uso del tabaco.
“Los primeros judíos que llegaron a Cuba huían de la Inquisición, fomentaron el cultivo de la caña de azúcar y el tabaco. Durante los siglos XVII y XVIII sostuvieron vínculos con el comercio de contrabando. Incluso el obispo de Cuba Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, falleció en 1768 volteado hacia la pared (actitud que adoptan los fieles de la fe mosaica en su último momento), recitando el Shemá Israel Adonay Elojheinu Ehad: Oye pueblo de Israel”.
También la incidencia judía en las guerras independentistas cubanas es notable. Ahí está el ejemplo del comandante Luis Schelsinger, un judío húngaro que desembarcó en 1851 con Narciso López; el mayor general Carlos Roloff, jefe de las tropas cubanas en Las Villas, el capitán Schwartz, ayudante del general Calixto García, o la comunidad hebrea de Cayo Hueso, que recaudó fondos para ayudar a José Martí en su Guerra Necesaria.
Con la independencia de Cuba del gobierno colonial español, comienzan a llegar a la Isla muchos judíos procedentes de Estados Unidos y fundan en La Habana la primera comunidad judía: United Hebrew Congregation, en 1906. Posteriormente arriban judíos desde Turquía y otros países balcánicos y en 1914 fundan la Hebrea Chevet Ahim. Durante los años treinta otros judíos procedentes de Alemania, Bélgica y Austria encuentran refugio en la Isla, del terror nazifacista en el viejo continente.
En los años siguiente a la Segunda Guerra Mundial se estableció en Cuba el mayor número de judíos de toda la historia: 16 500. Entre ellos Jaime y su familia. Numerosas sinagogas se establecieron a todo lo largo del país y se organizaron instituciones de carácter benéfico y de ayuda mutua entre sus asociados hebreos, para desarrollar su vida social y cultural.
A finales de 1959, los judíos se hallaban establecidos ampliamente en todo el país, en más de noventa ciudades y pueblos del territorio nacional. En La Habana radicaba el 75 %, con una actividad periodística y literaria notable.
Los cambios radicales ocurridos luego del triunfo de la Revolución en 1959 afectaron duramente en el aspecto económico a la mayoría de los judíos. Su nivel de vida por entonces era considerado de clase media, algunos se contaban entre las personas más adineradas. Las primeras medidas implantadas, desmonetización del circulante y la nacionalización de la empresa privada, perjudicaron severamente a los judíos, por tal razón comienza un éxodo progresivo hacia países de Latinoamérica, Israel y Estados Unidos.
“Este éxodo provocó que en los años noventa quedara sólo un 10 por ciento de la comunidad judía, y en 2009 se estimó en 1200 judíos el total del país. A partir de 1991 comenzó un proceso de reanimación para acercar a los fieles que se habían alejado. Se abrieron nuevos espacios de estudio, seminarios, cursos. Demasiado tarde: el daño infligido era muy grande”.
Jaime cultiva calabazas, plátanos y maíz en un pequeño patio interior. Con eso se sustenta. Tiene escrito un testimonio, “El Tzadir de Kishinev”, la historia de su abuelo en Polonia, contra las violentas manifestaciones antisemitas que culpaban a los judíos de los desastres naturales, las epidemias y las agudas crisis económicas en el vasto imperio zarista.
“Mi abuelo sufrió una brutal golpiza que casi lo mata. Sobrevivió junto a mi padre tres inviernos en un campo de concentración nazi. Cuando logramos llegar a Cuba, en 1949, compramos esta casa y montamos la tienda. Nuestros sueños judíos comenzaban a materializarse, pero apareció la revolución, nos cerró la tienda y nos hundimos en el miedo de volver al terror del que habíamos escapado. Terminamos hundidos en la marginalidad, la turbación, la locura. Esta casa era todo lujo. La tienda siempre estaba concurrida. Hoy es desolación y hastío”.
Jaime nunca tuvo descendencia, ocupado en sobrevivir como pudiera, apuntalar la casona que se desmoronaba y enterrar a sus muertos en el cementerio judío de Santiago. “De la tienda solo queda el espacio vacío. Hasta los anaqueles de madera tuve que utilizarlos como leña en el fogón”.
“Tenía miedo de hacer pública mi historia, ahora que el gobierno y los nuevos rabinos intentan borrar el pasado, pero en estas navidades lo vi todo claro. Voy a morir pronto y he decidido hacerlo como un judío: trabajando hasta mi último instante. Revisando el testimonio, corrigiendo, sintetizando, para dejar una obra auténtica. Un alegato de lo que hemos sufrido los judíos, para que no se olvide”.
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