È morta Ida Magli.




Ha muerto Ida Magli  
(Roma, 1925) Antropóloga italiana. Profesora en Roma, su obra refleja los problemas de la mujer: Los hombres de la penitencia (1967), Mujer, un problema abierto (1974), Matriarcado y poder de las mujeres (1978) y A la búsqueda de nosotros, salvajes (1981).Jesús de Nazaret, Tabú y transgresión y Santa Teresa de Lisieux, una romántica muchacha del 'Ottocento'.

La virginidad

14 DIC 1985
 
 ¿Qué pueden decirles a los hombres le hoy, varones y hembras, las cualidades atribuidas a la Virgen? La teología mariana, que ha ido codificando, a lo largo de los siglos, las características somáticas de la Inmaculada Concepción, de la virginidad perpetua, de la asunción en el cielo, ha ido vaciando de contenido humano, en realidad, a la persona de María, pero sin llegar a hacer de ella una divinidad, de manera que en ninguna religión existe una figura tan privada de realidad humana o transcendente como la Virgen. Sus más importantes atributos son todos físicos: la virginidad, antes, después y durante el parto; la maternidad; la asunción del cuerpo sin la corrupción de la muerte... Tales atributos físicos, además, carecen de cualquier tipo de voluntad efectiva por parte de María. Como ha sido declarada inmune de pecado original, la madre de Jesús carece del carácter específico del hombre. En la religión judeocristiana es el pecado original el que funda la vida de los hombres sobre la Tierra, la caída del Edén, las peregrinaciones del pueblo de Dios en busca de la santidad perdida. Por ello la imagen de la Virgen carece totalmente de concreción humana: María no es divina ni humana. ¿Quién es, entonces, si no es un sueño, una fantasía, una sombra ideal? Sus atributos manifiestan, con claridad, la mitomanía del pensamiento masculino, la proyección de todos los deseos, conscientes e inconscientes, de los machos respecto a la femineidad: una mujer-madre que no haya sido poseída nunca por nadie y que exista para el hijo, en función del hijo.
 
 

LA VIRGEN, COSA DE HOMBRES

En estos últimos tiempos ha habido en Francia, en Italia, en Alemania grandes polémicas y tomas de postura por parte del Vaticano a causa del estreno de la película de Godard Je vous salue, Marie. En realidad, en la película de Godard no hay nada religioso y, por otro lado, él mismo ha declarado que nunca leyó las Sagradas Escrituras. La historia de una virgen que se convierte en madre es, pues, en la película, sólo un tema cultural, que cualquier artista puede tomar como argumento para su fantasía. Pero las reacciones ante la película por parte del Vaticano han sido reacciones contra el tema de la sexualidad que, aun de manera difusa, roza la imagen de la Virgen por excelencia. Todo lo que tiene que ver con la Virgen tiene que ver con el sexo. La insistencia con la que, a lo largo de los siglos, ha ido profundizándose el tema de la virginidad perpetua de María refleja una profunda necesidad masculina, cada vez más obsesiva dado el contexto histórico y cultural que acompañó, desde la Baja Edad Media, a la elaboración teológica de los atributos marianos.La teología mariana dio sus primeros pasos en el siglo V y se desarrolló a partir del siglo XII. Las controversias han sido muchas, al no existir una clara referencia a la Virgen en la Sagrada Escritura, y las proclamaciones de los dogmas se han producido en época reciente (la Inmaculada Concepción es de 1854; la Asunción, de 1950). Es cierto que en los evangelios se habla explícitamente de "una virgen llamada María", pero el calificativo de virgen en muchas sociedades antiguas, incluidas Grecia y Roma, no hace sino distinguir la condición social de la muchacha púber en edad matrimonial. En otras palabras, las vírgenes son una clase social.

El fundamento físico de la virginidad, la integridad del himen, sobre el que tanto ha insistido la devoción mariana, puede ser considerado implícito, dado que en la mayor parte de las sociedades que conocemos las mujeres tienen la obligación de mantenerse castas hasta el momento del matrimonio, pero el calificativo de virgen no lo indica por sí mismo, y, de hecho, una vez pasada la edad matrimonial, la mujer que no se ha casado, y aunque se vea sometida a burlas por ser solterona, ya no recibe el calificativo de virgen. Por otro lado, muchos pueblos no conocen la existencia del himen, y el caso más significativo es quizá el de la antigua Grecia: sobre la base de análisis de textos médicos famosos, como los de Aristóteles, de Hipócrates, de Galeno, de Soranos, etcétera, queda claro que este detalle anatómico es desconocido, pero al mismo tiempo existe una importante divinidad virgen, como Atena.
En realidad, el incremento, hasta niveles realmente obsesivos, de la devoción por la integridad física de María se debe, en buena parte, a una categoría de lo sagrado, la contaminación, que en la Edad Media se refuerza junto a otras formas, bajas y pobres, de la vivencia religiosa. La importancia del tocar para recibir la potencia de la santidad, como ocurre, por ejemplo, en el culto de las reliquias, es paralela al temor al contagio respecto de los enfermos-pecadores (la lepra y la peste provienen de Dios) o de los pueblos impuros (judíos, gitanos). El cuerpo femenino es instrumento de contaminación. Numerosos teólogos, y muchos famosos predicadores, están convencidos, así, de que el Espíritu Santo, al fecundar a la Virgen, no podía tocar un cuerpo que hubiese sido contaminado por el contacto de otros. En los sermones latinos de Bernardino de Siena, por ejemplo, que están dedicados en su totalidad a la exaltación de María, se repite 864 veces el epíteto de virgen.
Y como Bernardino, muchos otros piensan en una fisiología anormal del parto: si no hubiese habido pecado original, las mujeres no habrían tenido menstruaciones y habrían tenido hijos sin relación camal y sin dolor, es decir, sin perder la virginidad. Sólo María, que es virgen antes, después y durante el parto, ha conocido plenamente el valor de la virginidad.
Pero esta obsesión por la integridad física del cuerpo de la mujer es fruto del temor que este cuerpo infunde a los varones, que entrevén en él el instrumento de la perdición, y es fruto del desarrollo que tuvo, con el monaquismo y la implícita homosexualidad de fondo del monaquismo, el temor de la contaminación que proviene del contacto con las mujeres en cuyo cuerpo puede haber sido depositado semen de otros hombres. La contaminación es siempre una categoría concreta, siempre tangible, siempre física. Si bien la Iglesia habla también de una pureza espiritual, en lo que respecta a las mujeres el hecho fundamental e imprescindible es la integridad física. En el mismo misal romano, las mujeres, excepto muy pocas viudas, han sido canonizadas por ser vírgenes, y en el caso de las mártires, por ser vírgenes-mártires. Si quisiésemos saber por qué san Luis Gonzaga, famoso por su castidad, no fue canonizado como virgen, no podríamos respondernos más que lo siguiente: porque es un varón y su virginidad no posee un equivalente anatómico en el cuerpo. Lo que importa en la mujer es el cuerpo.
La devoción por la Virgen se ha construido toda ella sobre requisitos que pertenecen a los deseos, a la fantasía, a la imaginación masculinos. Las mujeres no consiguen existir, ocupar un lugar en la sociedad, tanto para bien como para mal, si no es pasando a través de sus atributos sexuales. La mujer, por lo que respecta a la Iglesia, sigue siendo el sexo, como se decía en la Edad Media: se la alaba o se la condena sobre la base del uso que hace de su cuerpo desde el punto de vista sexual. Pero la sociedad moderna, varones y hembras, ¿no ha cambiado acaso respecto a estas posturas? Creo que deben tenerse presentes dos aspectos del problema, al menos en lo que se refiere a los países católicos. El peso efectivo del culto a la Virgen con relación a la identidad femenina es exigüísimo. La devoción mariana, por las razones que ya hemos visto, es un fenómeno masculino. La participación de las mujeres, pese a las apariencias, siempre fue superficial, y se debía sobre todo a las facilidades del culto (por ejemplo, el rosario), accesible por ello a los estratos de mayor pobreza cultural de la población. La figura de María no tiene casi nada que decir a las mujeres de hoy, y no sólo por lo que respecta a la exaltación de la virginidad, sino también por lo que respecta a la exaltación de la maternidad. Ninguna mujer piensa en sí misma sólo como madre. Antes bien, sabe que puede ser una buena madre si no concentra en los hijos todos sus deseos, todas sus ambiciones. Las mujeres, hoy, aspiran a ser personas por sí mismas, y no en función de la sexualidad masculina y de la maternidad.

EL FEMINISMO

En efecto, el feminismo se ha planteado sobre todo como problema de madurez respecto de la sexualidad. El informe Kinsey dio sólo una vaga idea de lo profundo que era el malestar; sin embargo, el movimiento de 1968 se equivocó en la interpretación de este malestar exclusivamente en términos de represión. La liberación sexual no es, no puede ser para el hombre, como cualquier otro sector de la existencia, sino una forma de madurez, de conocimiento, de voluntad, de construcción psicológica, intelectual y afectiva. Se trata de cosas que deben ser conquistadas, pues el hombre no vive nunca nada del todo a nivel de instinto, sino que suele interpretar y codificar culturalmente incluso sus necesidades primarias. Esto significa que la relación varón-hembra está cambiando, aun cuando pueda parecer que lo hace muy lentamente. Se trata de uno de los procesos más difíciles, dado que el papel que la imagen femenina juega en la fantasía masculina se ha ido estratificando a lo largo de los siglos en todos los campos, desde el arte a la religión, e innovar las estructuras fundamentales requiere mucho tiempo de elaboración cultural, incluso en el nivel simbólico.Lo que sí es cierto, sin embargo, es que la virginidad y la integridad física, el cuerpo femenino como contenedor peligroso y contaminante, como propiedad y posesión del varón, son elementos, todos ellos, socialmente superados. El ideal del individuo como sujeto, como persona, que es el máximo valor alcanzado por la civilización occidental, excluye el que alguien pueda o deba pertenecer a alguien, en cuerpo o en espíritu. El amor, en el cual está incluida siempre la sexualidad, es tal sólo cuando no se apropia de la persona amada, sino cuando deja que el amado sea y se convierta cada vez más en sí mismo en el amor. Es un modo totalmente diferente de concebir la relación amorosa de la que propone la Iglesia con palabras de san Pablo, que son precisamente palabras de pertenencia, del cuerpo y del alma.
Por eso hoy el amor entre un hombre y una mujer se configura, aun con grandes dificultades e incomprensiones, como un amor en el cual se construye la libertad, y no la dependencia del individuo, su autonomía. Desde este punto de vista, el papel femenino se convierte cada vez más en un papel directo en la sociedad, y no mediato a través de la familia, es decir, a través de la función sexual-procreadora. La mujer es persona, y no se la puede identificar ya con el cuerpo, con el sexo. Ha llegado el momento en que no debemos vernos obligados a hablar de pornografía cuando hablemos de mujeres, como ha venido haciendo la Iglesia hasta hoy mismo, y como continúa haciendo. El uso y el no uso del sexo es una elección que ya no identifica el papel de la mujer. Se plantea así el enorme problema cultural de la creación de un nuevo lenguaje, en el que la figura de la mujer deje de ser un signo de comunicación, instrumento plástico de simbolización, que permita a los hombres aludir a cualquier realidad pasando a través de la imagen femenina. Pero se trata de una tarea fascinante, de una gran empresa de liberación para los varones

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