A un lado de la carretera. Por Recio Juan Carlos- Del bosque de tu entendimiento- inéditos
A un lado de la carretera.
Allá en las Carolinas,
a un lado de la carretera,
hay un tramo de camino
donde las casas desvencijadas
y los campos de algodón son el paisaje.
Una vez pregunté al pasar,
el hombre negro
muy mayor
ilustraba sus zapatos
la tarde del domingo.
a un lado de la carretera,
hay un tramo de camino
donde las casas desvencijadas
y los campos de algodón son el paisaje.
Una vez pregunté al pasar,
el hombre negro
muy mayor
ilustraba sus zapatos
la tarde del domingo.
En el abandono,
en la soledad que le acompaña
frente al campo de algodón
mi pecho estuvo infinito
es decir, pude respirar profundamente;
todo era oxígeno, paralizado a un tiempo,
y era extraño sentirse extranjero
la emoción de no necesitar a nadie
de ser solamente
un espacio indefinido en ese espacio.
Como estar de raíz de tallo
rodeado por lo vasto y lo solemne.
Una voz, un jazz, un eco, un algo,
no supe si era real,
como un copo de algodón abierto
que sabe caerá sobre la tierra
o puede sentir
cuando el viento lo esparza
sin otra solemnidad
que ese destino sin destierro.
Una voz muy tenue,
un susurro una oración
tal vez mi subconsciente;
la tarde de aquel domingo
mientras el señor ilustraba sus zapatos
en la casa que quedaba
muy lejos de alguna iglesia.
Recio Juan Carlos.
Del bosque de tu entendimiento.
Donde mostraba
un diente de leche "azul marino"
vi una carie debajo
del polvo de mujer,
crujiente.
Hueso duro disecado
del ala de un pavo real, pérdida.
en una mente boscosa.
en la soledad que le acompaña
frente al campo de algodón
mi pecho estuvo infinito
es decir, pude respirar profundamente;
todo era oxígeno, paralizado a un tiempo,
y era extraño sentirse extranjero
la emoción de no necesitar a nadie
de ser solamente
un espacio indefinido en ese espacio.
Como estar de raíz de tallo
rodeado por lo vasto y lo solemne.
Una voz, un jazz, un eco, un algo,
no supe si era real,
como un copo de algodón abierto
que sabe caerá sobre la tierra
o puede sentir
cuando el viento lo esparza
sin otra solemnidad
que ese destino sin destierro.
Una voz muy tenue,
un susurro una oración
tal vez mi subconsciente;
la tarde de aquel domingo
mientras el señor ilustraba sus zapatos
en la casa que quedaba
muy lejos de alguna iglesia.
Recio Juan Carlos.
Del bosque de tu entendimiento.
Donde mostraba
un diente de leche "azul marino"
vi una carie debajo
del polvo de mujer,
crujiente.
Hueso duro disecado
del ala de un pavo real, pérdida.
en una mente boscosa.
En la sala del siquiatra
el olor a medicina
calmaba: -aún no lo entiendo-
mis deseos de echarme a correr;
terminé en sus brazos.
A la salida, mis oídos guardaron
el leve sollozo seguido
de aquélla frase no excluida
a mis sentidos:
"Las aves van, no emigran,
regresan no vuelven".
El cielo era de tono gris
los copos de nieve
me obligaban a cerrar los ojos
mientras a paso lento
mis pensamientos eran agua bendita.
Todavía pudiera ser, ese invisible,
que lleva dentro en vez de alforjas,
animales.
Algunos locos aprendimos
de la sobrevida sin medicamentos.
Yo entiendo padeces del rito de altar
y entiendo la llama prendida;
pero esos paseos tuyos al amanecer
a un bosque que no existe,
aún no he podido descifrarlo.
Tampoco un ala sin una
manera de volar con tranquilidad
de esas líneas de la razón que dejamos
cuando nos fuimos alejando
nerviosa y eficazmente de todas las galaxias
y sobre los testeros de la azotea
donde tu mente reposaba
Y donde, por última vez, nos vieron.
Juan Carlos Recio.
el olor a medicina
calmaba: -aún no lo entiendo-
mis deseos de echarme a correr;
terminé en sus brazos.
A la salida, mis oídos guardaron
el leve sollozo seguido
de aquélla frase no excluida
a mis sentidos:
"Las aves van, no emigran,
regresan no vuelven".
El cielo era de tono gris
los copos de nieve
me obligaban a cerrar los ojos
mientras a paso lento
mis pensamientos eran agua bendita.
Todavía pudiera ser, ese invisible,
que lleva dentro en vez de alforjas,
animales.
Algunos locos aprendimos
de la sobrevida sin medicamentos.
Yo entiendo padeces del rito de altar
y entiendo la llama prendida;
pero esos paseos tuyos al amanecer
a un bosque que no existe,
aún no he podido descifrarlo.
Tampoco un ala sin una
manera de volar con tranquilidad
de esas líneas de la razón que dejamos
cuando nos fuimos alejando
nerviosa y eficazmente de todas las galaxias
y sobre los testeros de la azotea
donde tu mente reposaba
Y donde, por última vez, nos vieron.
Juan Carlos Recio.
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