Arturo Pérez-Reverte en Patente de Corso.
A veces uno se pregunta cómo es posible que las cosas sensatas,
razonables, tarden tanto en arraigar, cuando lo hacen, o se pierdan de
la manera más boba, y sin embargo cualquier gilipollez se imponga con
pasmosa facilidad, cunda y se haga moda y costumbre, con todos los
cantamañanas del mundo practicándola encantados. Cada cual tendrá su
lista, supongo. Ustedes la suya y yo la mía. Menos los tontos, claro.
Porque a ésos no hay tontería que se lo parezca, y se apuntan con
entusiasmo a lo que sea. Y cuando una estupidez toma cuerpo en ese territorio, ya no hay cristo
que se libre de ella; pues, como dijo no me acuerdo ahora quién, cuando
un tonto sigue un camino, se acaba el camino pero sigue el tonto. Y como
dijo otro -que tampoco me acuerdo ni tengo gana de levantarme a
mirarlo-, a un tonto no hay manera de convencerlo de que deje de serlo,
porque para eso hay que bajar a su nivel. Y en ese nivel, los tontos son
imbatibles. + en ...
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