Viñetas, MARGARITA GARCIA ALONSO














"Victoria" / Roberto Fernández Retamar

 
 
Yo no veía a Retamar desde hacía mucho tiempo, cuando íbamos como pichones desnudos y hambriento a La Habana (te acuerdas, Sonia?) para que ellos -nuestros clásicos vivientes- nos comenzaran a dar la antorcha de una carrera, que como dice Wichy "nunca nos dará para vivir; pero tenemos que entregarle la vida". Volví a conversar con Retamar en Sancti Spíritus, aquella vez era un hombre sombrío, que se dejaba guiar a todos los homenajes junto a su esposa, una mujer muy bella. Se parecía al Quijote, era grave y profundo. Un día se presentó un plegable, que el Centro Provincial del Libro y la Literatura -con Rosendi a la cabeza- le habían preparado, y donde, además de su extensa ficha biográfica y su conocido poema "Plaza de San Marcos", tenía un texto inédito: "Victoria". Aquella tarde sería memorable. La voz del poeta se perdía en una ciudad antigua y mágica, odeado de jóvenes escritores que lo admirábamos, a pesar de algún que otro desacierto -literario o civil- que lo envolvía.
Al terminar la actividad seguí detenido en el mismo lugar, revisando y releyendo la hoja doblada en tres mitades (el poema "Victoria"). Retamar se acercó a mi y dijo que creía conocerme. Le recordé algunos contextos del pasado inmediato, y sonrió. Luego me preguntó  por qué tenía un aspecto triste. Me puso la mano en el hombre, y me dijo que siempre llevaba consigo una frase de Nietzsche: "La vida no tiene sentido, hay que dárselo", no lo olvides!

Hace una década salí de Cuba. He tenido que vender, regalar, cambiar, olvidar y llorar algunos de los libros que traje conmigo. Ahora vuelvo a abrir aquel plegable y leo: "Roberto Fernández Retamar nació en La Habana en 1930, colaborador de la revista "Orígenes"... "Oyendo un disco de Benny Moré", fundó la revista "Unión", Premio Nacional de Literatura en 1989... Impreso en Publicigraf...Diseño: Jesús Castro Roche... Para Assef...Sancti Spíritus, 1997. "Victoria"...




Volví a verla en el hospital de cancerosos
donde mi padre se moría.
Le pedí que me lo cuidara
y me respondió que ella lo hacía con todos.
Con todas.
Al regresar yo, estaba
fregando de rodillas el piso con luz en el rostro.
Le llevaba una rosa roja, y me dijo
que la aceptaría esa única vez,
porque seguramente yo ignoraba que ellas
no podían (ni querían) recibir ningún regalo.
Ni siquiera un libro? No había al menos un libro que necesitaran?
Ni siquiera un libro.

Cuando yo era un muchacho tímido y solitario al que quizás no llegó a saludar.
Ella era de las mayores de la Facultad de Filosofía y Letras.
La de la inolvidable belleza morena,
la inteligente, la grave, la audaz.
Queriamos hacer un mundo mejor.
Que ese cruel y feo y sin embargo entranablemente amado
en que nos había tocado nacer,
y buscabamos en libros respuestas a nuestras preguntas,
en libros atestados de preguntas que a menudo nos distraían.

Se fue a Francia antes que nosotros, para seguir buscando.
Ricardo, con su férvida voz neblinosa,
me habló luego de ella, de lo que estaba ocurriendo en ella.
Estudiaba con un gran maestro, a quien tanto admirábamos
por lo que conocía y por lo que padecía.
El maestro se dio cuenta de quien era, y le pidió que quedara
a su lado.
Pero ella no podía hacerlo.
No podía quedar junto a nadie, en ningún lugar.
Otro (así creía ella) la había conquistado.
Para nadie sería su belleza.
Para nadie su avidez de saber, su necesidad de justicia.
O para todos.

Me dicen que estuvo en Asia sirviendo oscuramente, como hizo
siempre adonde la enviaron.
La habían encontrado en Santiago de Cuba, en 1959.
Gris era su ropa, alumbrada su sonrisa.
Ha muerto no hace mucho, atravesando la Isla en un humilde tren
en que viajaba con otras monjas como ella.
Se sintió mal, fue al baño, de donde no salió viva.
El corazón.

Ahora no puedes impedir que ponga una flor sobre tu sombra,
Victoria. Victoria?


Roberto Fernández Retamar.Roberto Fernández Retamar.

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