Remedios Varo

 Imagen del libro 'Cinco llaves del mundo secreto' de Remedios Varo.

De vida excitante y enigmática, levantó un mundo propio entre Barcelona, París y México, donde la celebran como a un mito
Fue una de las pintoras más singulares de la vanguardia española
Antes de llegar a Remedios Varo conviene detenerse en la frase con la que el poeta Octavio Paz fijó el enigma de su pintura: "Esta mujer pinta lentamente rápidas apariciones". Es exactamente así: un vértigo hecho de demoras, un laberinto, un ajuar de sorpresas porque ella misma pintó sorprendida. Remedios Varo es un secreto guardado por las horas. Una artista que tiene esa mística del asombro donde todo es posible, donde todo sucede sin más protocolo que dejarse arrastrar por un hallazgo. Nada en su trabajo es previsible. Nada responde a una lógica precisa. Nada se ajusta a norma. Y qué olvidada queda. Y qué fuera del canon. Y qué traspapelada su figura.

Tiene algo de enigma mexicano, de mujer hecha de sombra y nubes bajas. Pero nació en Àngels (Girona), en 1908, estudió en la escuela de Bellas Artes de Madrid, vivió a pleno rendimiento la bohemia de Barcelona y cuando la Guerra Civil echó a rodar se instaló en el bando republicano por vocación y por destino. En medio de la balacera dio cobertura a los antifascistas y en una de esas reuniones clandestinas con un fondo de sacos terreros conoció al poeta francés Benjamin Péret, con el que puso rumbo a Portbou para cruzar a Francia en un delirio de amor que se filtraba por los pliegues de su pintura.

Reivindicar a Remedios Varo no es una excentricidad, sino la dosis exacta de justicia poética que algunos artistas a trasmano requieren. La editorial Atalanta pide foco para esta pintora en un libro deslumbrante, Cinco llaves del mundo secreto de Remedios Varo, con textos de Alberto Ruy Sánchez, Tere Arcq, Peter Engel, Janet A. Kaplan y Sandra Lisci, entre otros. No se trata de un catálogo, ni de un manual, ni de un a hagiografía. Es algo de todo eso y a la vez un desplante: la puesta en limpio de la mejor parte de la obra de Varo y el mejor contorneo de su leyenda, de su biografía, de sus intereses, de su penumbra.

"La obra de esta mujer se nos presenta como una revelación, pero a la vez como un misterio", escribe Ruy Sánchez. "No se puede ser indiferente a su pintura rigurosa ni a la incesante imaginación que despliegan sus cuadros ante nuestro asombro". Porque Remedios Varo pertenece a la estirpe de la extrañeza. De la infrecuencia. De esa inocencia profundamente delirante donde a la redondez del mundo le nacen esquinas.

En Francia, junto a Péret, conoció la nave nodriza del surrealismo y a sus tripulantes, capitaneados por André Breton y Paul Éluard. Esa era su genealogía. Aquellos artistas que no buscaban ninguna verdad, sino la imperfección auténtica de los sueños, de su fortuna. Remedios Varo pintaba con una ráfaga de El Bosco y otra de Brueghel. Con una voladura de Chagall. Con las esquinas de Óscar Domíngez. Con las penumbras de Delvaux... "Pero yo no pertenezco a ningún grupo, pinto lo que se me ocurre y se acabó", decía. Principalmente pintaba desde ella misma, haciendo palanca en una imaginación de escenas incalculables tocadas de un raro misticismo (quizá esoterismo) en el que militó también a su modo desde casi niña.

"Cada cuadro suyo nos inicia en un estruendo tranquilo, con un rayo que no quema", apunta Ruy Sánchez. En lo mejor de la fiesta de París entró el nazismo a volcar el tablero. Remedios Varo deja la ciudad y pone rumbo a México D.F., donde se instaló en 1941, donde se separa en 1947 de Péret (que regresa a la Francia liberada) y donde se busca la vida como ilustradora entomológica, como cartelista publicitaria para Bayer y en algún empleo más como el de dibujar mosquitos al microscopio para el Instituto de Malariología de Caracas. Un espectáculo. "Llegué a México buscando la paz que no había encontrado, ni en la España de la revolución, ni en Europa la de la terrible contienda, para mí era imposible pintar entre tanta inquietud", dijo en una entrevista.
Entre un empleo y otro, Remedios Varo se fue apartando de la pintura. Su segundo marido, el musicólogo vienés Walter Gruen, quien a partir de 1952 le puso de nuevo ante sus cosas, ante ese mundo de círculos esotéricos y figuras delirantes que confeccionó como un santoral plástico de magias y fulgores. De esta nueva etapa salen cuadros principales como Retrato del doctor Ignacio Chávez (1957), Los hilos del destino (1956) y Nacer de nuevo (1956). En estas piezas despliega ese otro mundo de los recuerdos que acuden como una conjura a sus cuadros. Remedios Varo es cada vez más simbólica, como si no temiese el fuera de control de su onirismo, de su imaginación, de su lectura exótica de un mundo que no es de este mundo.

La arquitectura adquiere una presencia ya imprescindible en su trabajo. Ella vive replegada en sus vegetaciones de mujer hecha de fuerzas desconocidas. Eran los días en que Frida Kahlo y Diego Rivera dirigían el arte mexicano. Dedicada de nuevo plenamente a la pintura desde finales de los años 50, comenzó a exponer en muestras colectivas e individuales. Remedios Varo comenzó a recuperar el sitio. Las críticas a su pintura eran excelentes. En 1958 viajó a París para despedirse de Péret, poeta seriamente enfermo, y al regresar pintó con una fiebre inédita. A su alrededor el mundo empezaba a estar bien hecho.

En 1962 presentó su segunda exposición individual en México D.F. Entre las 16 piezas que colgó estaba el único tríptico que hizo en su vida. Aquello fue su consagración. Las obras volaron a colecciones de la ciudad. Remedios Varo ya estaba en el centro del arte mexicano con lugar propio. Pero meses después se quebró todo. Un infarto. Letal. Era el 8 de octubre de 1963. Tenía 56 años. Estaba en el momento de madurez. Dejó una serie de cuadernos donde había anotado distintos sueños que fueron después sustancia de su pintura. Sueños que ella anotaba como recetas de cocina, con sus ingredientes mágicos, con sus procesos de mezcla, con su tiempo de maceración. "La vida cotidiana, la vida onírica y la obra plástica de Remedios Varo se encuentran entretejidas", explica Peter Engel. Tenía uno de los hallazgos de Antoine de Saint-Exupéry como lema: "Lo esencial es invisible a los ojos". Y allí es dónde ella se sentaba a mirar. Más por descubrirnos otras versiones originales de la realidad, aquella donde caben gatos que proyectan constelaciones, amantes con cabeza de espejo de mano, hombres con cara de tijera, seres rabudos que mosquicojonean, seres que navegan en barcas aturdidas, en orejas rodantes y abrazan tristes espantajos... "Lo único que pinto es una manera particular de sentir". O lo que es igual: una forma de asombrarse.

Commentaires

Articles les plus consultés