The Love Letter al perro en Retiro, poema MARGARITA GARCIA ALONSO
Andrey Remnev
Untitled
Untitled
John J. Graham
The Love Letter
The Love Letter
Es perro en retiro.
© 2012 Editions Hoy no he visto el paraíso.
© Margarita García Alonso.
Siglos de siglos que el bosque
entierra
el pie y se somete al pájaro.
La reja rodea al árbol para que sea
feria de ciudad, entrecejo
embrutecido
disparate de brisa que eleva del párpado
la hoja sensata que roza y marca
como un cuchillo de alabastro la
ausencia
de
banco y pecho donde amar.
Están muertos los bosques más allá de
las rejas,
entre parados y accidentados transeúntes
que desgranan el verde junquillo para
ligarse
el cigarro que someta a la pena.
Un
remanso de sombras y seres anquilosados
por la humedad, la savia prematura,
la reproducción ingenua
uno más en la alcantarilla donde
abundan residuos
de la pasmosa barbarie que aún lloro,
y eso que vino conmigo Manuela
Malasaña,
y me corta los pelos en tres, y me zurce al antojo.
y me corta los pelos en tres, y me zurce al antojo.
Vengo de caminar Madrid, agradecida
frente a mi árbol en El Retiro
frente a mi árbol en El Retiro
abandono el ciclo,
el fin de cuentas,
el atroz bosque de encierros
me acecha.
Te digo, no soy la misma, la vejez se tumba
bajo la lluvia, el
parque, el árbol son míos,
a la gente se la
tragó la tierra.
Duro ha de ser el
aguacero
para lavarme
deudas
cuando añejo entre retoños que ignoran
la remota Asia o
este dolor
que me quema el
vientre
y puede ser una
raíz partida
el accidente de la
corteza
la mutilación del
jardinero
que me taló la campanilla
dejándome madera hueca.
No estoy presta a
quitar las malas hierbas
ahora las siembro
en la terraza
y cuelgan en los
ojos de la vecina
que se arruina en
primorosos
pensamientos
morados al menos,
si abro el techo
caerá la gotera
en mi sexo mejor
que cuando se seca
el arbustillo
que te parió malnacido pedúnculo
que ha mamado de
mi seno.
Con la entrepierna mojada el bosque
ofrece menos
resistencia a cuatro
hombres de hacha
que embellecen
la simetría en el
punto fatal donde crece el ala.
Alguna bala
perdida atravesó el tronco,
lo hubiese
amputado con brutalidad de reina,
pero el vegetal ha
creado cuerpo y resguarda
esa herida por
donde respira su interior.
Estuve sedentaria
tratando de perderme
en el lindero de
los sauces
dormí en el borde
de El Prado pensando
en la blanquísima
mano de la virgen,
en el trazo que me
devolviera la sonrisa
sin pasar por el
temido dentista que saca, golpea,
hunde el cráneo
para dejar prueba de felicidad.
Desde el instante
en que escuché el rayo
supe que mataría
al verde
alguna gloria hay
en caer fulminado
atraer el fuego a
la copa, abandonarse,
para mostrar su
muerte al público entusiasmado de
cada suceso
inútil, fortuito, rápido olvidado.
El poeta febril,
el perfecto desconocido
podrá usarlo en la
estantería.
-Lo que uno es, lo
que uno tiene,
lo que representa,
Schopenhauer-
es el fracaso,
ningún pedazo sirve,
ninguno porta
palabra
cuando se detiene
el cauce.
Es cuestión de
estiércol, de liberación lenta,
varios meses de
sopor hasta el desprendimiento
del hueso, la vanidad que corretea
cuando creen vender instrucciones para el mundo,
partes
meteorológicos para barcos
que desean hundir
la carga,
partir ligeros,
ser flotilla de olas
y sangrar en
la costa donde es posible llegar
sortear el
arrecife, la vigilia
amorosa de las
rocas
y ganar la batalla
del vértigo.
La tala dura poco.
El dolor del cedro
da paso a la luz
sobre la cabeza
del hombre que
me observa en espectadora ausente
pues sé de agonías
y modero el derrumbe
con buena dosis de
tristeza y fatalidad
bajo gritos de
espanto masticados
como si fueran
piedras.
Me rompo y parto
en dos con la misma facilidad
que en un segundo golpea la rama
cuando avista a la
tonta de turno.
El árbol peca
de tolerancia,
cansado de furias
ha vencido,
se autoriza el
suicidio.
Abomina la modificación de la rutina;
estoy frente a este envidioso,
donde fui llevé el
encierro
y mi cabeza
cantaba al árbol de El Retiro.
Pero yo moriré
bajo drogas
que no silencian
su rumor de árbol,
espantada de
partir,
en la constancia
del ausente.
Siempre en la
plaza mala,
donde no podía entrar
el traje, el collar, el yate, la piscina
comiendo pan de
ayer y sudando el techo,
pero conservo
nítidos los días bajo su fronda
el peor de ellos
abrazada a su tronco
cuando él partió y
supe de amor
recorrida
incesantemente por las hormigas
que desde la
rojiza tierra y su manto de helechos
me acariciaban el
cráneo, o quizás dejaban textos
que por ignorante
no puedo traducir.
Hagamos con los Hombres como si estuviesen
en un partido de
fútbol, caigamos
en el buscado azafrán de España,
el azafrán
silvestre que se ha perdido
donde se esconde
el perro e imagino
que se ha puesto
muy verde,
verdísima la
plaza.
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