Gyula Illyés (1902-1983), poeta, escritor, dramaturgo y traductor, fue una de las figuras más importantes de la literatura húngara del siglo XX. En su juventud pasó varios años en París trabajando y estudiando, y publicó sus primeros poemas en ese período. Desde los años treinta, con sus poemas y dos libros de prosa trascendentales, El pueblo de los Caseríos (1936) y Petõfi (1937) se colocó en la primera fila del movimiento regionalista que surgió de la realidad rural del país. Fue codirector y director de las revistas literarias más prestigiosas de Hungría como Nyugat, Magyar Csillag y Válasz. A lo largo de su larga vida publicó 23 libros de poemas, varios dramas y ensayos; el público húngaro conoció Bodas de Sangre de García Lorca en su traducción. Desde los años de la posguerra hasta su muerte fue considerado el primer poeta nacional, dedicado a los problemas del destino de la nación.
Donde haya
tiranía,
está la
tiranía
no sólo en
calabozos
ni en bocas
de fusiles,
no sólo en
cuartos de tortura,
no sólo en
las nocturnas
consignas de
los guardias,
está la
tiranía
no en los
pliegos de cargos
ardiendo
oscuros como el humo,
la
confesión, ni el morse
del preso
sobre el muro,
no sólo en
la sentencia
fría del
juez: ¡culpable!
está la
tiranía,
y no sólo en
las órdenes
de
¡Preparen! y ¡Fuego!
ni en los
redobles,
ni en el
modo en que arrastran
el cadáver
al foso,
no sólo en
las noticias
susurradas
con miedo
a través de
una puerta
furtiva y
entreabierta,
en el dedo
en los labios
indicando
callarse,
está la
tiranía,
y no sólo en
el rígido
trazo como
de rejas,
ni en el
aullar luchando
mudo contra
las rejas,
ni en la
cascada
de lágrimas
calladas
acreciendo
el silencio,
ni en la
pupila abierta,
está la
tiranía,
y no sólo en
los ¡Viva!,
ni en el
¡Bravo! y los cantos
que en pie
todos corean;
donde haya
tiranía
está la
tiranía
no sólo en
los aplausos,
las palmas
incesantes,
las trompetas,
la ópera,
la piedra en
las estatuas,
el color del
retrato
chillón y
mentiroso,
no sólo en
cada marco,
ya en el
pincel estaba;
ni en el
vibrar del auto
de noche y
en silencio,
que se
detiene
bajo la
arcada;
donde hay
tiranía, siempre
está
presente
en todas
partes, como
tu dios
nunca estuviese;
está la
tiranía
en el jardín
de infantes,
el consejo
del padre,
la sonrisa
materna;
en el modo
del niño
responder al
extraño;
no sólo en
el alambre
de púas, ni
en las frases
gastadas que
en los libros
duelen más
que las púas;
está en el
beso
de
despedida,
al decir de
la esposa
cuándo
vuelves, querido;
en los
qué-tal triviales
que en la
calle te llueven,
y ese
apretón de manos
que de
súbito aflojan;
al helarse
la cara
de tu amor
de repente,
pues en las
citas
de amor está
presente;
no sólo en
los careos,
la
confesión, las dulces
palabras
embriagadas,
como mosca
en el vino,
ni en tu
sueño estás solo,
está la
tiranía
en el
tálamo, y antes
aún, en el
deseo,
pues para ti
lo bello
es lo que ya
ella tuvo,
y con ella
yacías,
mientras
creías que amabas,
en el plato
y el vaso,
la nariz y
la boca,
en el frío y
la sombra,
en tu cuarto
y afuera,
como hedor
de carroña
al abrir la
ventana,
como cuando
un escape
de gas llena
la casa,
si estás
hablando solo
es ella
quien pregunta,
ni cuando
fantaseas
te libras de
ella,
se hace
tierra de nadie
la vía
láctea, los focos
la iluminan,
minada,
los luceros:
mirillas,
la celeste
bóveda un campo
de castigo,
pues en el doble
afiebrado de
las campanas
está
hablando la tiranía,
en el cura a
quien te confiesas,
en sus
predicaciones,
potro,
templo y parlamento,
son otros
escenarios suyos;
al abrir y
cerrar los párpados,
siempre te
mira;
como
dolencia está contigo,
como el
recuerdo,
y la rueda
del tren, ¿la escuchas?
preso estás,
preso, repite,
por las
montañas y las costas
sigues
oliéndola,
relampaguea
y es ella
la que
truena y deslumbra,
y al corazón
lo paraliza,
inesperada;
está en la
calma,
en los
grilletes del hastío,
en la lluvia
precipitándose
en barrotes
hasta los cielos;
en la nevada
que te encierra
como blanca
pared de celda;
es ella
quien te mira
por ojos de
tu perro;
y estando en
toda meta
ocupa tu
futuro,
está en tu
mente,
y en cada
gesto tuyo;
como el agua
a su cauce,
la sigues y
la creas;
¿miras fuera
del círculo?
al espejo te
espera,
te acecha,
inútil escaparse,
eres
guardián y preso,
en el olor
de tu tabaco
y en el paño
de tu vestido
penetra,
hasta en tu médula,
quieres
pensar, tu mente
no tiene
otras ideas
sino las
suyas,
al mirar ves
apenas
la ilusión
que te muestra,
y te cerca
el incendio
del bosque,
por el fósforo
que al
lanzar a la tierra
no apagaste
pisándolo,
y así te
guarda prisionero
en casa,
campo y fábrica;
no sabes ya
qué es vida,
ni pan ni
carne,
qué es amor
ni deseo,
ni un
abrirse los brazos,
así forja
esposas el siervo
y él mismo
se las asegura,
cuando comes
ella se nutre,
para ella
engendras tu hijo,
donde hay
tiranía, son todos
un eslabón
de su cadena;
su hedor
emana de tu cuerpo,
tú mismo
eres tiranía;
como topos
al sol desnudo,
damos tumbos
en las tinieblas,
apretándonos
en un cuarto
tal como en
el desierto;
pues donde
está la tiranía
todas las
cosas son inútiles,
incluso las
canciones,
o cualquier
obra;
pues estaba
desde el comienzo
junto a tu
tumba, es ella
quien dice
lo que fuiste,
tus cenizas
son sus esclavas.
(1950)
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