Edgar Maxence- En un bar holandés, Margarita García Alonso.



 
 En un bar holandés
Margarita García Alonso.


He olvidado mi lengua,
escrupulosamente anoto
dispersas sensaciones
en un bar holandés.

Medianoche  de efluvios,
pongo cara de maestra en papiros,
de neurótica correctora de
la Real Academia española,
cuando dicto leyes ortográficas
que solo retiene el barman
si me pagan el mojito.

Nadie  se salva,
mi  acento provoca 
una catástrofe  sexual.

Estoy esdrújula, confundo
canales con piscinas,
el puerto con alguna laguna,
el cigarrillo a la mano
por si se animan a tomar fotos.

Siento, eso sí,  resiento,
gatos que maúllan
café que reverbera,
tripas que ronronean
vacas que no hacen ruido
pues están lejos y  escucho
respirar a mi abuelo Gerardo,
la mecedora
donde mi abuela Luisa
teje al croché,
silencio
la mecedora chirría

-chirría no es poético,
dice Don pantalón
del oficio que me maltrata-

pues la mecedora de abuela
hace un ruido
poco poético,
como si pidiese
que regrese
pero  ha muerto
y tampoco sé
cómo  se dice
madeja que cae al suelo

-¿mina, explota, desarticula?-

Tras las  rejas gritan
- marchan,  apoyan, manifiestan-
o simplemente ladran
los perros del rey.

La lluvia ácida en mi rostro,
no reconozco las calles,
el relámpago es solo un neón
de la casa de putas.

Me hace la vida imposible
esta libertad aparcada
frente a  una banda
que repite buenas noches.

De todas las cosas
un cuerpo
un cuerpo sin nombre,
incapaz de extraerme
del cóctel de drogas
donde he olvidado
que soy  vieja.

Tengo la impresión que este hombre
me ha conocido en todos los tiempos.
Es hora de abreviar la palabreja,
al menos que me prive de pecado y
decrete correcciones al escriba

-los que hablan se guarecen
donde escampa,
poco sufren el salpullido
genital de los academicistas-

Si le beso, todos los ruidos
dejarán de existir,
      y le beso
sobre el lienzo difunto
de los pretéritos.

Amanece, las tulipas
bendicen mi bolsillo,
respiran el iluminado sudor
de esta criatura perfecta
que me ha penetrado
sin saber que se suicida
el Occidente.

Pero aún persiste el léxico,
la culpa , el abandono de mis muertos,
tan solo queda el olor de meadero,
el tufillo de orina  que se escapa
e instala en mi nariz.

En un bar holandés
Margarita García Alonso. 
Del poemario Breviario de margaritas.

 

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