DOS POEMAS DE MARGARITA GARCIA ALONSO, en La Balsa de la Musa El blog de Armando VALDES-ZAMORA
2 mars 2014
LA DEL
VELO
Yo voy con el velo a todas
partes
y regreso con el velo y una manta a
casa.
En el índice, el dedal
acoteja manzanos bajo un
cielo
desesperado de grises
que desde el faro,
sobre toda la Normandía,
promete rasgarse.
En el bolsillo, un libro
descarnado
me adentra en el país que
huyo.
Un libro que crece
como una flor carnívora
se alimenta de mi matriz
y mancha de rojo coral a la
paja.
Coral que en el puerto
convierte el dique en isla
a merced de mi velo,
de mi encierro sin éxtasis.
Liviana como una tablilla
de copos de trigo
suspendida sobre la cabeza
como un viejo manuscrito
prometo derrumbarme en polvo
de todo lo que
falta.
OFICIO
AGUADOR
El aguador está para repartir
sorbos de fama,
la sed es inmensa, la aridez
aplana
la callejuela donde tarda la
primavera.
Viene de muy adentro la nieve que
quema
he leído a Maupassant,
Rilke,
Rimbaud , Céline,
a cuanto buen francés, chino,
japonés,
inglés, español de letras
supo antes que no alivian.
Me he sentado en sus camas
he tocado sus puertas,
me he inclinado en la
ventana
que da al Sena
y he llorado por Hugo,
quien escucha a su hija
ahogarse frente
a los granos de tulipa
que viene de sembrar.
Me he apoderado de energías
que deambulan en aposentos
normandos,
energías que destruyen la
cuerda
con que el jardinero traza
un sendero de helechos
bifurcado,
a prueba de racionalidad.
Van a repartir versos,
inspirados en inviernos
que se repiten como trenes de
carga,
año tras año amaestran al
Hombre.
Ahora mismo el puntero escribe
nieve
como si degollara un toro,
con la destreza de un
soldado
que se da a la lírica.
La sangre en el recipiente
huele a crimen mal pagado.
Si se me escapa la gota que
mancha
la gota que salva de la sed,
de la esencia de la muerte
arrastro un coro de niños al
oficio del domingo
pero me da por repetir
salmos
hasta que escampe.
Me consuela pensar que
si llega a ultramar este
texto
podrán traducir la soledad,
podrán traducirme,
ya acepto
que no hablamos la misma
lengua.
La campana de la iglesia
de Santa María de Le Havre
llama a los sedientos
han cortado flores en jardines
orientales
han adornado el altar con encajes
antiguos
la mano se desliza del
bolsillo
a la jarra anunciadora de
líquenes
putrefactos y todo en medio de
escalones
que ascienden a una línea divisoria
del vitral.
El vagabundo a la puerta del
templo,
el sin techo en la palizada de
Europa
duerme en el canto donde
reparten,
como si fuese porción
bestial,
la nota del ángel,
como si pudiesen abaratar la
hambruna
y convocar tras el meadero
público
una súbita caída de vino a
tropel.
No hay mérito en vivir en esta
cuadra del mundo
no hay mérito ni imaginación cuando
cuento
lo que regala mi calle pues
el sordo organillero de la
iglesia
machaca con sus pies el
instrumento
y en cada pestañeo el mendigo alza
la nota.
Estoy en la fila, siempre he estado
en colas
que avanzan como culebrillas por
comida,
por ropa, por papeles,
por los poetas muertos
sin inventar el himno que me
salve
de esta visión
apocalíptica.
Del poemario, El centeno que
corta el aire, Betania, 2013
Ilust: Margarita García Alonso,
Destination Paradiso
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