ZOLLOC

CUANDO MI PADRE COMÍA FLORES

La visita del alma fue entre dos pinos,
rendidos de tormentas y calandrias...
Yo supe colgar allí un pizarrón
donde escribía haikus al modo de Matsuo Basho
pero el rocío de las noches insistía en desteñirlos
o corregirlos, que es casi lo mismo,
y la noche en que madre olvidó descolgar el pizarrón
llovió más que nunca;
el mejor de los versos se perdió entre las agujas de los árboles
y a la mañana padre miraba con sonrisa en sus ojos
y le daba al martillo enderazando fierros
que después serían antenas de TV o cabreadas.
Pero eso fue antes de que empezara a comer flores.
Para cuando empezó a comer flores
elegía la más sabrosa de los gladiolos,
y como quien no quiere al pasar robaba un pétalo;
las rosas, decía, son todo un bocatto di cardinale,
aunque las preferidas eran las más humildes,
el jazmín del cielo, la flor del trébol.
Eso fue antes del cáncer y los intestinos revueltos
cuando se complacía en cambiar,
desterrar o regalar los mejores helechos
creando odios interminables entre suegras y nueras
a causa de un culantrillo y algunas margaritas
comidas como lechuga en ensalada.
Ahora me visita, con una blusa azul de ferroviario del ’50,
con su gastado pantalón de sarga y una varita de hinojo en la mano.
Se sienta en el viejo banco bajo los pinos,
se rasca la cabeza y me pregunta qué,
el Chicho me pregunta con el gesto qué hice con la vida:
no la dejes a tu madre, me dice,
acordate de cambiarle el aceite a la cupé.
Distraídamente deja caer una mano de costado
arranca una florcita blanca y la mira atento,
estudia la corola cuatro pétalos el estambre rubio,
y la lleva a su boca, la mastica despacito.
En sus ojos pasan las nubes que pasan,
brillan como relojes andando para atrás.
El alma de mi padre sonríe por algo que no entiendo.
Todavía no entiendo. Sólo lo veo a él,
comiendo flores como en sus mejores días.
Juan Meneguín (Argentina, Entre Ríos, Concordia, 1958)

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