Walker (Tsai Ming-liang, 2012)- tocar fondo
Walker (Tsai Ming-liang, 2012) from vanslon on Vimeo.
A veces me siento en el fondo, no toco fondo, en el fondo de una pesadilla, sin el verde normando, en la playa de piedras. En el fondo fondo de una meditación religiosa examino el pasado y el presente ' de Hong Kong' a través de un silencioso monje.
Lee Kang-sheng, el actor fetiche de Tsai encarna al monje budista vestido de rojo que camina a una velocidad incomprensiblemente lenta y con el cuerpo exageradamente encorvado, con la cabeza agachada, descalzo y sosteniendo un trozo de pan en una mano y una bolsa de plástico en la otra.
Yo también he caminado estas calles con un trozo de pan y una jaba en la otra, las puertas cerradas, la multitud sin comprender el tufillo del fondo. La multitud no comprende mis movimientos, yo tampoco me inmuto, los uso para escribir. Existe una zona muerta a la que ningún ser humano escapa por unos segundos. Los cubanos lo saben. No hay nada como tocar fondo para después escribir, pero ni siquiera voy a escribir.
¿Qué puedo decirle un francés desde el fondo del fondo? El viento levanta salitre, revuelca los manteles blancos donde toman diabolo a la mente y comen varias modalidades de salchichón. Mucha grasa en los dedos. La grasa chorrea del anular.
Cualquier persona puede decirme lo que sea y al decirlo puede enseñarme que la grasa se quita con talco. Incluso cualquier persona puede pararse delante de mí y no decirme nada., pero en la isla ví cómo limpiaban las sabanas con ceniza y la grasa se esfumaba con cal. No nos entendemos. Y ahora no me queda un euro veinte para el pan pero recuerdo la idea del hombre. ¿Qué hombre, cuántos son necesarios para considerarse humanidad?
Hablo de un libro de filosofía escrito por Eduardo Nicol, publicado en México en 1946, un bosquejo de la condición humana. La tradición considera el cuerpo temporal y el espíritu intemporal, pero Nicol toca fondo antes que yo y considera al espíritu como lo temporal en el hombre. Estos hombres viven en otro tiempo y se consumen en la constante proyección hacia el futuro. Yo sé que en el futuro solo espera la muerte.
Actualizan las tensiones de «poder ser». Ahora mismo, lamento haber perdido un disquete con tres novelas, y un fajo de poemas que pudieron convertirme en escritora. Nicol piensa que el humano tiene la vida natural en acto y la vida espiritual en potencia. El acto y la potencia resumidos a una jaba plástica y un pedazo de pan, bajo aguacero. De la panadería escapa el olor dulzón del membrillo.
No me defino, defino una historia en que nada cambia, excepto el contexto del panadero que acumula sacos de harina para hornear. El hecho de que el monje vestido de rojo tenga historia y yo arrastre una historia de rojos, imposibilita nuestra definición.
Las ventanas del Km 101 caen, una a una abandonan el descolorido azul y se dejan morder por las térmitas, como esta ciudad de Le Havre bombardeada, en ambas túneles hasta al mar, una especie de pesadilla de sobreviviente que necesita abandonar el terror, dormir 14 horas para terminar el rostro de exiliada.
Los cubanos no somos individuos, no tenemos padres. Los padres tampoco pueden decir que han nacido. En las rocas, sin raíces, si algo crece es mala yerba. Bajo una agruma, en la casa de casa de otros, el padre, la abuela, la vecina que murió sin dejar testamento y con la puerta del fondo abierta, y a la vez, era la casa de alguien que escapo al norte y no echaron candado. Era la casa de un testaferro, antes nunca fue casa de negro.
Pero el negro también ha partido a vivir el sueño americano y hay que dormir en alguna parte, restablecerse en el ciclo, producir suficiente melatonina para ser negro o mulato.
El Gobierno controla ese exceso de información, pero necesita información precisa, basada en quién fue el primero que nace en esa casa, y el primero sin casa. Una información de quién reparó la puerta, el piso de cemento.
Qué Locura, piden documentos del hundimiento, admiran el terror de la gente que teme perder tierra, casa e identidad. Les asombra que no escapen, que se queden por curiosidad. El tiempo está bueno, pueden robar la lancha de mi padre. Ahora o nunca, dicen los chicos con permiso del servicio militar. Ahora o nunca, nos vamos. Qué se hunda la casa, si tiene que hundirse.
En el exilio tendremos casa, podemos nacer de nuevo y aprender a hablar el lenguaje prohibido. ¿Y en el exilio, cuántos cubanos caben? ¿cuántos logran comprar una casa, a cuántos les espera el caos. El caos inmenso que se ensancha en el humillo de lluvia sobre la acera raramente caliente en junio.
Llegué a Le Havre un 26 de julio, por el aeropuerto Charles de Gaulle, en Paris. Gare Saint Lazare es la estación que lleva al Norte. Esto me sonaba demasiado familiar, debí dar la vuelta y salir corriendo. No vayas a la Normandía, no cesa de llover en ese lugar, hay estivadores, borrachos en el puerto, jugadores de fútbol. Pero vine, sin hombre, sin casa y sin tierra a posarme nuevamente sobre la roca y el salitre, de hecho, sabía que nada sano crece en la aridez.
Estoy sobreviviendo como una raíz en el fondo de los fondos, mi sangre se coagula en el labio. No pertenezco, ni siquiera soy de una comunidad extranjera. Llueve demasiado para que vea el país. Lo que veo desde la puerta es La Mancha, el Océano verdoso que también pudiera ser rojo como el traje del monje.
Precisamente lo que veo me asusta, ¿que hace este bolso plástico en mi mano? y me viene el deseo de construir una isla con arenilla, agua, roca. Si tuviera un pico, una pala, pero ni siquiera llego al euro veinte para construir. Entonces nace mi isla, la isla del monje y de Nicol y , por primera vez, los normandos se detienen.
Me miran y preguntan cosas. ¿Tú quién eres, qué miras, de qué hablas, qué escribes, qué necesitas, cómo te llamas? Pero en realidad no tengo nombre, ni idea del futuro. Solo tengo a mi hija para sobrevivir y esta maldición de cargar con una jaba de racionamiento si quiero alimentarla todo el mes. Pero no respondo, solo digo que no con la cabeza y los ojos y me quedo así hasta el mediodía, diciendo no a todo el que pase, para que se fijen en la melancolía de un país que no es ya mi país.
Están masacrando personas en Francia. Quizás pase el terrorista, se detenga unos segundos a mi lado y pueda comérmelo. Están masacrando personas en todas partes. Están poniendo bombas en los conciertos y atropellan carros blancos en los puentes. Están cortando cabezas, acuchillando a muchos. Dios mío, dame un poco de tregua.
El terrorista me ha seguido pues camino lento, demasiado lento, como un monje vestido de rojo, pero teme, protejo con la
mano a mi niña y una madre puede matar a dentelladas. Nunca voy a escribir nada de esto en un libro, ahora que me miran puedo contarles, pero es demasiado tarde, ya toqué fondo, en la locura, ni siquiera me quejo.
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