Pescador.
GRAFICA- REGALO DE JUAN CARLOS CUBA MARCHAN- AGRADECIDA
Pescador.
Las olas, el viento de este viejo Continente
me transforman en argonauta traslúcida.
Con ocho tentáculos sobre el
dimorfismo sexual masculino,
incubo en mi concha
la plegaria del animal
que sofoca.
Escuchad en cada cuenco
palabras inmensas,
_era, época, laberinto, humanidad _
tan sabias como inexistentes
en la pobre mesa del destierro.
Sobra el pan, abundante es el asado,
el pez es fresco, aún aletea agallas
y el anzuelo que atraviesa su boca,
rutilante rojo le rasga
mientras clava su mirada enigmática.
Como un tubo fosforescente
al compás de un órgano de catedral
se sacude, agoniza interminable.
Con familiaridad de hija de pescador
miro en mí la bestia,
quisiera acabar la agonía,
con el cuchillo desgarrar la falta de aire.
No he tocado la escama y el pez salta,
aletea en busca de marea
cuando desato lagrimas.
No he de matar no he de comer
ni ser carnada.
En la pesquería humana no cegarme
en el polvillo de la contienda, sobrevivir.
Estoy preparada, braceo océanos
con diente el susto frente a
la meada que da territorio,
la defecación que argumenta títulos
el dícese poeta que sabe escribir su nombre
y aplasta con oficio puro.
Respiro todas las noches lejos de los míos,
en oficios de poca estima
resguardo codicias , puñaladas,
y huyo del hombre que lo ha tenido todo.
Pero me atrapan, cada libro me anciana,
apenas me levanto y tengo fiebre,
palabras infectadas que no curan
los mejores antibióticos de Occidente.
No he sido honrada al poner la mesa,
el mantel de corteza de cerezo
cae como plomada en la pieza.
No puedo comer cuando mi madre
atraviesa el desierto por un ají.
Me enredo con el hilo de la pesca
si lo atrapo volverá la lluvia,
la promesa de niebla,
el fin de los marchitos días.
Estoy sin fuerzas,
el gusano no tendrá piedad al horadar
mi corazón.
Como una pera seca,
una fruta de latigazos
encerrada en la tarraya tejida
por mi padre, el pescador,
en aquel patio de casa
que he imaginado levantar
canto a canto teja a teja
sobre la montaña con vista al mar,
el infinito mar donde
jamás volveré,
aún vieja.
Mordida de adentro por pesares
resbalo en la gota que se pierde
como si fuera casualidad astral,
o barco en naufragio.
El respiro fatal, el líquido,
el estruendoso mar que desespera
el negro pulmón que se deshace
en violetas pequeñísimas,
me tiñe de azul.
La cabeza rapada,
en forma de rosa
que mancha la nieve,
en pos de mis muertos.
He aquí, la que nunca fue primavera,
y asesina pescados en el destierro.
Margarita García Alonso, El centeno que corta el aire, Betania, 2013
Las olas, el viento de este viejo Continente
me transforman en argonauta traslúcida.
Con ocho tentáculos sobre el
dimorfismo sexual masculino,
incubo en mi concha
la plegaria del animal
que sofoca.
Escuchad en cada cuenco
palabras inmensas,
_era, época, laberinto, humanidad _
tan sabias como inexistentes
en la pobre mesa del destierro.
Sobra el pan, abundante es el asado,
el pez es fresco, aún aletea agallas
y el anzuelo que atraviesa su boca,
rutilante rojo le rasga
mientras clava su mirada enigmática.
Como un tubo fosforescente
al compás de un órgano de catedral
se sacude, agoniza interminable.
Con familiaridad de hija de pescador
miro en mí la bestia,
quisiera acabar la agonía,
con el cuchillo desgarrar la falta de aire.
No he tocado la escama y el pez salta,
aletea en busca de marea
cuando desato lagrimas.
No he de matar no he de comer
ni ser carnada.
En la pesquería humana no cegarme
en el polvillo de la contienda, sobrevivir.
Estoy preparada, braceo océanos
con diente el susto frente a
la meada que da territorio,
la defecación que argumenta títulos
el dícese poeta que sabe escribir su nombre
y aplasta con oficio puro.
Respiro todas las noches lejos de los míos,
en oficios de poca estima
resguardo codicias , puñaladas,
y huyo del hombre que lo ha tenido todo.
Pero me atrapan, cada libro me anciana,
apenas me levanto y tengo fiebre,
palabras infectadas que no curan
los mejores antibióticos de Occidente.
No he sido honrada al poner la mesa,
el mantel de corteza de cerezo
cae como plomada en la pieza.
No puedo comer cuando mi madre
atraviesa el desierto por un ají.
Me enredo con el hilo de la pesca
si lo atrapo volverá la lluvia,
la promesa de niebla,
el fin de los marchitos días.
Estoy sin fuerzas,
el gusano no tendrá piedad al horadar
mi corazón.
Como una pera seca,
una fruta de latigazos
encerrada en la tarraya tejida
por mi padre, el pescador,
en aquel patio de casa
que he imaginado levantar
canto a canto teja a teja
sobre la montaña con vista al mar,
el infinito mar donde
jamás volveré,
aún vieja.
Mordida de adentro por pesares
resbalo en la gota que se pierde
como si fuera casualidad astral,
o barco en naufragio.
El respiro fatal, el líquido,
el estruendoso mar que desespera
el negro pulmón que se deshace
en violetas pequeñísimas,
me tiñe de azul.
La cabeza rapada,
en forma de rosa
que mancha la nieve,
en pos de mis muertos.
He aquí, la que nunca fue primavera,
y asesina pescados en el destierro.
Margarita García Alonso, El centeno que corta el aire, Betania, 2013
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