Oficio 13. del Poemario El centeno que corta el aire, Margarita García Alonso, Betania, 2013
Oficio
13.
del Poemario El centeno que corta el aire, Margarita García Alonso, Betania, 2013
Las flechas que no nombran
surcan la noche
no tocan
no existen en el silbido
de la muerte.
Como si nunca hubiese visto meteoritos,
la embriaguez de medianoche
me carga de ausencias.
En la estantería, potes de finísimo
barro hinchado con las primeras lluvias,
al sereno, mi oficio de sobreviviente.
En un espejo tuve cara,
inventé una calle,
crucé palpitaciones y este pecho
ingenuo pronuncio tu nombre.
La costura abierta como un enero,
con más abolladuras que un lazareto
en cuarentena.
Él, la
antítesis humana,
reniega las almendras
perfectas en mis ojos,
a dosis de prostíbulo
acopla
las piernas
y bebe
hasta perder el sentido.
El remolino me ahoga
bajo un aguacero,
siete veces mayor que el cielo,
gotea suave donde tengo el puñal.
Si la rueda gira un cuarto
salto de asombro.
La brevísima plantación
que soportaba el destierro
ha sido declarada insana,
debo devolver con maestría
la perla rara, la criatura maligna,
tenderme en los cables de alta tensión
abandonarme a la naturaleza,
al ejercicio fatal que me transforma
en muerta,
chupa hueso en sucesión de entuertos,
inestable bomba sin válvula
que se desliza en la encrucijada.
Para quedar bien con unos y con otros
han formado un paripé horrible.
Se ha aparecido un pinto guaposo
con la bagatela de un poema
que suelta como si fuese
un ave de cornamusa.
Pero ya
la poesía no me salva,
antes
fue tierra donde
expulsaba a ingratos.
La finca repleta de plastas de vacas,
misteriosas como la luna rosada,
es quizás el universo.
La poesía
se ha metido
en cubitos de hielo,
cuando hablo de haber amado
a un hombre
más que a las palabras.
Silban las flechas
que no me nombran,
no sé a quién van destinadas
pero revientan mis tímpanos.
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