Juan Carlos Recio-Poemas
Y dijo que él nunca dijo su nombre
pero la elevaba,
que por primera vez tuvo conciencia
que era verdad lo del cielo infinito
y que los astros no bajan,
se caen desde allá lejos;
aunque ella no supo tiritar cuando se caía
y no supo detenerse cuando la lanzaban
que creyó ser fuego cruzando un aro
y su cuerpo como una estela inmisericorde
donde todos los sonidos se dilataban
y que no por ello recuerda la música
o mejor no quiso
porque era como hembra en celo
una sombra ante el espejo
que nadie devolvía;
y porque él jadeaba como un animal
a quien le pesaba su rudeza y la faena
y que sintió todas las veces
que le abría como un surco
como si la tierra que tragara
fuera sangre de su sangre.
pero la elevaba,
que por primera vez tuvo conciencia
que era verdad lo del cielo infinito
y que los astros no bajan,
se caen desde allá lejos;
aunque ella no supo tiritar cuando se caía
y no supo detenerse cuando la lanzaban
que creyó ser fuego cruzando un aro
y su cuerpo como una estela inmisericorde
donde todos los sonidos se dilataban
y que no por ello recuerda la música
o mejor no quiso
porque era como hembra en celo
una sombra ante el espejo
que nadie devolvía;
y porque él jadeaba como un animal
a quien le pesaba su rudeza y la faena
y que sintió todas las veces
que le abría como un surco
como si la tierra que tragara
fuera sangre de su sangre.
No hubo otro silencio
que el sudor debajo de las cobijas
no hubo otro cruce en su camino
ni ha podido nunca más ser la reina
ni asomarse a esos bordes que en el cielo
forman los triíllos entre una estrella y otra.
que el sudor debajo de las cobijas
no hubo otro cruce en su camino
ni ha podido nunca más ser la reina
ni asomarse a esos bordes que en el cielo
forman los triíllos entre una estrella y otra.
Nunca más ha visto aquellos ojos
que ladraban sin ser perros
que la mordían con dulzura
y donde alguna vez ella sentó
todas sus formas de estar viva.
que ladraban sin ser perros
que la mordían con dulzura
y donde alguna vez ella sentó
todas sus formas de estar viva.
Desde el año 2000 Juan Carlos Recio reside en la ciudad de Nueva York ,desde donde escribe su blog Sentado en el aire, que promueve la literatura y la cultura cubanas.
SOBERANÍA.
Un cuerpo engaña a otro cuando gime
pero ninguno resistirá su peso inerte.
Hay seres que cargan su país
como cargó Cesar Vallejo con sus huesos,
incluso hay muchos que sostienen
el peso de una dictadura con su cansancio
y los hay que entregan todas las dobleces
con las que puedan seguir salvando
el chantaje que tiene su peso mayor
como ir prometiendo que reunifica en ello a su familia.
pero ninguno resistirá su peso inerte.
Hay seres que cargan su país
como cargó Cesar Vallejo con sus huesos,
incluso hay muchos que sostienen
el peso de una dictadura con su cansancio
y los hay que entregan todas las dobleces
con las que puedan seguir salvando
el chantaje que tiene su peso mayor
como ir prometiendo que reunifica en ello a su familia.
No son las culpas que pesan
lo que deberíamos seguir cargando
además de los cuerpos hundidos bajo el mar
debemos imperiosamente
recuperar a los vivos
que siguen muertos bajo el peso
de ser los victimarios juzgados como víctimas
nada más bochornoso que dejar de gritar
mientras nos torturan,
en esa complicidad se ha ido
toda la calidad de muestra
de la que incluso por alarde
los tiranos y los fundadores
nos han dado siempre
como al fondo del jarro
con un fuego cosido para ser vistos desde el lamento.
Si hay que dar gritos por la carga pesada
y si todo lo que cargamos sin decirlo
es más que un susto,
o la consecuencia del miedo,
y también de nuestra miseria,
por qué gritarnos a nosotros mismos
si ni de lejos,
somos capaces de disimularlo.
Ya es hora de quemar nuestras idolatrías
de quemar ese himno y esa bandera
con una sola estrella solitaria,
una que juega un rol de héroe
en su dualidad de policía,
hay que quemarse más que bajo el sol de una playa
a grito limpio que nos deje liberar
el cúmulo de tanta sordera.
lo que deberíamos seguir cargando
además de los cuerpos hundidos bajo el mar
debemos imperiosamente
recuperar a los vivos
que siguen muertos bajo el peso
de ser los victimarios juzgados como víctimas
nada más bochornoso que dejar de gritar
mientras nos torturan,
en esa complicidad se ha ido
toda la calidad de muestra
de la que incluso por alarde
los tiranos y los fundadores
nos han dado siempre
como al fondo del jarro
con un fuego cosido para ser vistos desde el lamento.
Si hay que dar gritos por la carga pesada
y si todo lo que cargamos sin decirlo
es más que un susto,
o la consecuencia del miedo,
y también de nuestra miseria,
por qué gritarnos a nosotros mismos
si ni de lejos,
somos capaces de disimularlo.
Ya es hora de quemar nuestras idolatrías
de quemar ese himno y esa bandera
con una sola estrella solitaria,
una que juega un rol de héroe
en su dualidad de policía,
hay que quemarse más que bajo el sol de una playa
a grito limpio que nos deje liberar
el cúmulo de tanta sordera.
Commentaires