Bendito Maldicionario, por Jorge Tamargo
miércoles, 12 de noviembre de 2014
Bendito Maldicionario
Leí recientemente la obra poética
de Margarita García Alonso. Lo esencial de ella, quiero decir, en una
compilación preparada por la propia autora con poemas seleccionados de nueve de
sus libros. Sé que esta obra no me necesita como comentarista (ya se explica y
justifica a la perfección por sí misma) pero debo comentarla para vosotros.
Primero, y perdonad el abuso, porque lo necesito yo. Segundo, porque cualquier
obra poética, incluso (especialmente) si llega a este altísimo nivel de
calidad, precisa voceros militantes que ayuden a su difusión. Entonces froto la
lámpara, y, con vuestro permiso, pito.
Llegué con tardanza a la poesía
de Margarita. Apenas la había leído en algunas antologías, y antes de esta
zambullida en su obra, sólo leí íntegramente “El centeno que corta el aire”,
gracias a la gentileza de nuestro común amigo, el poeta y editor de Betania, Felipe Lázaro, que me lo
envió con una entusiasta llamada de atención. Ya veis, leo y releo, también
poesía, y todavía me permito el “lujo” de tales carencias… Bueno, llego tarde
pero aquí estoy. Me abruman la obra y su extensión, así que en este primer
pitido convocante me abstengo de entrar en toda ella para centrarme en uno de
sus pliegues. Pude hacerlo en otros, pues todos tienen similar interés, pero
escojo Maldicionario.
Si Margarita hubiera estado en
casa de Agatón aquel día, a los postres de la célebre comida que tan
brillantemente reprodujo para nosotros Platón, y en la que algunas de las
principales cabezas de Grecia especulaban sobre Eros (es mucho suponer, claro,
ella no hubiera sido invitada; para su suerte, pues un animal poético tan
hembra nunca es proclive a la mayéutica masculina, pero supongámoslo); si
hubiera estado allí, digo, y no en alguna Casa de Hetairas, espantando con
todas las poéticas posibles el cáustico aburrimiento a que estaban condenadas
las canónicas Nikés de Atenas; en el momento exacto en que Diótima, por boca de
Sócrates dijo que Eros “es siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como
cree la mayoría, es más bien duro y seco, descalzo y sin casa, duerme siempre
en el suelo y descubierto, se acuesta a la intemperie en las puertas y al borde
de los caminos”; en ese mismo momento, estén seguros, Margarita habría esbozado
una sonrisa cómplice y habría abandonado la sala para escribir Maldicionario.
Pero si a pesar de su empeño hubiera sido retenida bajo cualquier pretexto por un
Adonis pensante, llegado el momento en que Diótima (Sócrates/ Platón) dijo que
Eros por encima de todo resulta un “impulso creador”, Margarita hubiera roto el
dominó, y ya sin poder aguantarse, se habría encaminado a su libro exclamando:
“toda ecuación del mundo está en el sexo”. Así de segura, y a la vez de femenina
la imagino en aquel trance, porque de tales materias está construido su libro: Amor
y erotismo (suponiendo que no sean uno, sino palo y astilla respectivamente)
como base de un tremendo impulso creador.
Maldicionario es un poemario de
amor donde, además, se ajustan cuentas con el pasado. Del pasado emerge un
escepticismo amargo, pero Margarita no lo acepta mansamente. Su capacidad de
amar y su inspirada locura le permiten pretender una redención que, aunque se ve
postergada de continuo, jamás se da por imposible. Margarita cae y se levanta engallada
una y otra vez. Siempre que es “violada por un hombre sin rostro” (qué terrible
episodio) “navega su miedo” y rehace su himen poético para seguir adelante. “Yo
menstruaba por el ojo de la desolación”, dice la poeta. “Aans te «vaginaré»
demencias”, se rehace lúcida y esperanzada, con una confianza en sí misma que
paraliza, que nos contagia y abduce porque está cargada de verdad poética.
No hay en este libro un solo
verso falto de poesía. Su nivel es altísimo y homogéneo. Margarita, que se me
antoja una síntesis perfecta (aunque isleña) de la Pizarnik y la mejor
Andreu (Blanca), maneja un verso ambicioso y canalla a la vez. Pero su ambición
es siempre femenina, tiene la gravedad justa, y su decir canallezco nunca es académico.
Sí, cuántos supuestos antipoetas, que vendieron y venden bisutería a fotutazo
limpio, se acartonaron, se hicieron catedráticos escondiendo su flojera tras un
colegueo pueril, volátil y estéril… En Margarita, sin embargo, todo es verdad,
o sea, mentira de la buena buena. Su verso, aunque sagaz y nada encopetado,
tiene tal vuelo poético, que nos engancha estemos donde estemos, seamos quienes
seamos, para catapultarnos después a su personal universo. Pues, aunque “el sol
se [haya ido] a putear al fondo de las nubes/ después de hacerse nulo en los
acantilados”, “es triste renunciar a un putillo, si es Madrid y enero”. Putillo
el sol que se olvida de los caribeños cuando no a-islan, y putillos de la mejor
estirpe los versos de Margarita; para todos los Madriles, para todos los
eneros. Putillos que te placen sin saciarte, que te sacuden las entendederas y
te penetran las tripas.
No hay nada solemnemente resuelto
en esta poesía. Nada está cerrado a cal y canto. Cero sentencias. La imagen
abre en ella sin cesar. Cuando creemos estar llegando a un oasis para
remolonear un poco, Margarita nos aguijonea, nos desampara de nuevo para que
sigamos buscando. “Encuentro el horizonte terno”, nos dice. Y vuelven a caer
sobre nosotros todas las preguntas, vírgenes y libidinosas: fértiles. Otra vez
a bregar, a esperar la santa penetración, venga de donde venga, porque “da
igual el santo que te penetre si trae yerba”. Todo vale, incluso la marihuana,
la cocaína, si cohabita el espacio donde señorea la Gran Jerarca (su poesía),
si se pliega a ella para encantarnos.
Hembrísima esta autora. Con una
fuerza endiablada. Pura verdad poética. Ya quisieran muchos biendecir como
maldice ella… Ahora, bueno, tocaría ponerme serio y señalar algunas tonterías
formales, algunos despistes irrelevantes. ¿Qué libro no los tiene? Pero callo
porque debo hacerlo, porque la poesía cuando tiene esta dimensión áurea ha de
celebrarse por encima de todo. Así que escucho el acusmata pitagórico y con él repito:
“No interrumpas a una mujer cuando danza para darle un consejo”.
Maldicionario, recuerden, de
Margarita García Alonso.
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