Oficiado aguador



Oficiado aguador

El aguador está para repartir sorbos de fama,
la sed es inmensa, la aridez aplana
la callejuela donde tarda la primavera.
Viene de muy adentro la nieve que quema
he leído a Maupassant, Rilke,
Rimbaud , Céline,
a cuanto buen francés, chino, japonés,
inglés, español de letras
supo antes que no alivian.
Me he sentado en sus camas
he tocado  sus puertas,
me he inclinado en la ventana
que da al Sena
y he llorado por Hugo,
quien  escucha a su hija
ahogarse frente
a los granos de tulipa
que viene de sembrar.
Me he apoderado de energías
que deambulan en aposentos normandos,
energías que destruyen la cuerda
con que le jardinero traza
un sendero de helechos bifurcado,
a prueba de racionalidad.
Van a repartir versos,
inspirados en inviernos
que se repiten como trenes de carga,
año tras año amaestran al Hombre.
Ahora mismo el puntero escribe nieve
como si degollara un toro,
con la destreza de un soldado
que se da a la lírica.
La sangre en el recipiente
huele a crimen mal pagado.
Si se me escapa la gota que mancha
la gota que salva de la sed,
de la esencia de la muerte
arrastro un  coro de niños al
oficio del domingo
pero me da por repetir salmos
hasta que escampe.
Me consuela pensar que
si llega a ultramar este texto
podrán traducir la soledad,
podrán traducirme,
ya acepto
que no hablamos la misma lengua.
La campana de la iglesia
de Santa María de Le Havre
llama a los sedientos
han cortado flores en jardines orientales
han adornado el altar con encajes antiguos
la mano se desliza del bolsillo
a la jarra anunciadora de líquenes
putrefactos y todo en medio de escalones
que ascienden a una línea divisoria del vitral.
El vagabundo a la puerta del templo,
el sin techo en la palizada de Europa
duerme en el canto  donde reparten,
como si fuese porción bestial,
la nota del angel,
como si pudiesen abaratar la hambruna
y convocar tras el meadero público
una súbita caída de vino a tropel.
No hay mérito en vivir en esta cuadra del mundo
no hay mérito ni imaginación cuando cuento
lo que  regala  mi calle pues
el sordo organillero de la iglesia
machaca  con sus pies el instrumento
y en cada pestañeo el mendigo alza la nota.
Estoy en la fila, siempre he estado en colas
que avanzan como culebrillas por comida,
por ropa, por papeles,
por  los poetas muertos
sin inventar el himno que me salve
de esta visión apocalíptica.


 textos poéticos de Margarita Garcia Alonso

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