En una isla lejana, mi madre Clara Angela cumple años
Hoy 12 de agosto, mi madre Clara Angela cumple años y está lejos, en la isla. Es probable que no tengamos el tiempo ni el dinero para volvernos a ver. Ya han muerto sus padres, mis abuelitos Luisa y Gerardo, y mi padre Heriberto, el año pasado, vamos a tratar de sobrevivir este verano, más no puedo decir.
Mi madre y Fríedrich.
Cuando la princesa von Homburg
regaló un piano a Fríedrich
este cortó casi todas las cuerdas.
Con las cuerdas sanas improvisó
un diálogo monástico junto al diablo
sobre un horrible cuadro
de veleros estancados
en manchas de óleo.
Mi madre no entiende
qué hace un barco varado
en el azul Prusia.
Me escribe para ser entendida
cuando riega los cactus.
Me afino, juro que afino
pero poco puedo hacer
con un instrumento
troceado.
Tampoco mi poesía se entiende,
la escribo para no ser entendida.
Hölderlin traduce mis notas
con un tenedor de cocina
al que le faltan dientes.
Mi madre se agota
en la formulación
de cualquier palabra
que escribo.
Mi madre ha pactado con Fríedrich
para que descuartice
- uno a uno-
los filamentos de la memoria.
Día y noche, años de ausencia,
sola en el diluvio de palabras,
arranca en el huerto
la finísima pelusa
de los ángeles.
Oficio hija.
Aconteció, escogí alejarme.
Decidí no recibir sueldo, medalla,
prometí sacar lengua,
entamar un poco de justicia.
Aconteció que fui ajena
de quienes defendía,
mi manera abierta de arrepentirme
me colocaba frente al muro áspero,
con filamentos prendidos a mi boca.
Me gastaba, se me erizaba el pelo,
se me ponía rígida la nuca.
Me hice feo baúl de historias ajenas.
Alongué mi cuerpo, aún cuando no
quería
ser penetrada.
El jeroglífico en mi vagina,
la inacabada letra de sombras
susurrando el espanto de marchitar.
El cuerpo frente a ese muro
crecía como el centeno silvestre,
perforaba a los cercanos.
Nada me ha sido permitido,
debía lavar mi sangre a fines de mes
apoyar la cabeza en el desastre de la
luna, comer poco, comer alfileres,
comer ruidos, comer frente al sastre
que cortaba mi piel en fino lamé
cortaba mi pelo
el jardín de mi pubis,
que luego trenzaba en amuletos.
Yo, de espalda, siempre de espalda
como un pájaro de cola de arcoíris,
como un ángel que mostraba
la carencia de alas,
me permitía ser la hija
de los sirvientes,
y barría aceras, tiraba agua
en interminables ritos de paciencia.
Cero, cero, cero, golpeaba
enferma sobre la balaustrada
pero nadie veía los barrotes,
desconocían el mal que me atormenta.
Mi sangre era su medicina
si me enojaba caían tazas del andamio
la pata de la cama se desprendía
y se estacaba en mi pecho
sin
detener este corazón
que os ha amado tanto.
Hablo de que parten,
se me ha muerto el padre,
se me consume el cielo
si no acaricio a mi madre.
Empiezo cartas, hago cálculos
salvajes,
confecciono mapas
otra vez dejo de comer, dejo de
cortarme
el pelo para acumular piezas
para el viaje
pero me he mal juzgado,
he equivocado la fuerza de mi brazo,
hasta en la más elementales
matemáticas
he fallado,
la lasitud de la vejez se posa
como una almendra dura en el paladar.
La lengua apenas murmura
se deja invadir por la colmena
que aguijonea entre dientes la
fatalidad.
peligro, madre,
la ventana
entreabierta,
la lámpara,
el
aire
la pluma
rasgan
esta piel de vaca.
Mi madre no
me ha visto envejecer
pero teme mi muerte.
Mis amigos se extinguen
en la droga de
otoño,
bajo manzanos y
pájaros que emigran
donde no han podido regresar.
Ninguno tendrá tumba,
el destierro condena a vagar
como polvillo de
tempestades.
Soy la dama muy joven,
la viuda de todos
los Hombres.
No conquisté bienes,
no conquisté fama
no conquisté patria
me arrebataron al nacer
la casa.
En jirones,
rozando barrancos
del viejo
Continente,
lloré sobre reliquias
biodegradables:
cartas, boletos,
paños que vistieron
muertos.
Soy el despojo
de la contienda política
ítica lítica Po Li
soy zupia de luz
la ahechadura
enferma
que recuerda.
mi sombra cojea
tras mis padres,
como una sierva
con espina en la
pata.
Entre
mi casa y la casa de mi madre
el
Atlántico, los astros
y una extraña cañería
y una extraña cañería
donde corre
el agua sucia de
las lavanderas.
El salitre
despeina,
desenreda las moles de paja
que se
achican
como niña de ojo
niña
apaga vela
que llora
sin
luna.
Doy
testimonio,
la mano en el
topacio
de
Occidente
pasa
rápido
la
vida,
el
enojo,
la
separación,
la
soledad.
De pobre
a peón de rosa.
A presente,
estoy
triste
hubiese
cambiado
mi
corazón
por un árbol de pan.
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