El ojal PUB

de la serie Mujeres, del 2002 Margarita García Alonso, téc. mixta



Ojales desastre.

Para hilvanar el pensamiento en público, antes se solía pensar, ahora existen las redes sociales:    Facebook sin costura, mientras   los blogs  desgarran la tela  donde merecía un buen corte  (cualquiera es crítico de tres por insulina) y Twitter, con alfileres,   zigzaguea el tejido.  En los espacios de opinión -basureros arcaicos de pasión, carencias y  traumas sin reciclar- se copia, pega, repite, exalta, hunde, deshilacha.

Estremece la maraña de hilos, la desesperación del botón que desconoce el ojal.

 Fingimiento, excusa, escaramuza del « i like -j 'aime- me gusta » cosen y cocen un  traje a medida de inútiles ambiciones, la caja de pino, o el travesaño de la escalera que va al sótano o al cielo convertido en letrina.

La comunicación  carcomida por la baba ha establecido casa en lo virtual. En  el suelo quedan tiritas, agujas que han saltado, espejuelos que ya no sirven para ensartar  y la gritería de mil desconocidos amigos, la estadística “del karma ambiental ».

Sobre el teclado queda el dedal para rascar la mejilla, porque ya no se sabe a quién  murmurar cómo, cuándo  realmente suda o seca la vida, la de verdad.

Hincan las pocas tijeras de aquel pensamiento que solía pulirse por respeto al cercano. El presuroso  desprendimiento,  la respuesta alterada,  inflige herida en quienes sostenían  la última  esquina  de humanidad. Con  fatalidad feliz, cualquier posteo arbitrario, sacado del fondillo de la manipulación,  recorrerá  los muros, se alzará en proclama, será  vicio,  spam.

Dentro de veinte y cinco años desaparecerá  la verdad y el epistolario. El egotismo, que modela su poca fibra con cuatro puntadas de odio, se comerá lo que pudo ser testimonio de época.

Ya no te quiero, no te quiero más, rápido,  bloqueado  a jamás, mientras no te necesite. Quién gana, quién perrea’  likes como si fuese un patético  retrato a lo  Dorian Grey (“le gusta todo el mundo, o lo que es lo mismo no le importa nadie”); el que pega en su espacio las mejores entradas de otros,  o quién escriba correos internos de influencia oscurantista como si estuviésemos en una guerra por escaños, ese, ese  que vigila lo que posteas para aprovechar cualquier penilla a su favor, separar, dividir, diezmar y poner el caretón delante de los bueyes?
Por favor, que partan los falsos de mi territorio.

Creo que gana quien omite, el que no dice que un poema, un libro, un cuadro es bueno, y prefiere dejar constancia de visita donde no cuenta, meterse en la comparsa de la mentira , aplaudir  la irrespetuosidad, la falta de ética del  “personaje público” que impone  una garrapata gigante.  Desconocen el peligro: cada día el animalejo chupará más y más sangre. Lo dice el refrán, “con los tontos de la tierra caminará la suerte”. Ganan porque establecen un falso andamio a la mediocridad, la sustentan y engordan con vista  selectiva de putillas.

Da pena entrar en la escala de valores y falsedades del portal más importante de la red virtual (Facebook), en cualquier momento me largo, otra vez,   a la jardinería y a la costura.

Un día lejos y ya  tallo lápices  que sorpresivamente germinan, agrando mi vocabulario fuera de esa institución de falacias. Extiendo  trazos de pincel y pronto terminaré, en medio del pecho,  perfecto e imponente,  mi ojal de sastre.

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