Poemas de Heriberto Hernandez Medina



2010, El dorado, Heriberto. 
  foto de Gabriel Lizarraga
CIUDADES

CASI NO FUERA CIUDAD, MAS
PUEBLO TRISTE


sin la glorieta enorme del olvido,
sin la música del órgano ascendiendo
por el círculo azul del agua breve.
La ciudad, casi ciudad bajo la oscura
noche de las mascaras,
_entre los vapores del alcohol y
los espasmos de la fiebre acosada_
reducida por la única música
palpable en el sosiego de la jarra.
Ceñir el cuerpo,
apretarlo contra nuestra sed más primitiva
es también recorrer la ciudad, descifrarla
aunque ustedes sonrían para
mostrar su sobrio desamparo.
En la roma colina que se alza junto al mar
el insomne emisario del agua calla y tiembla,
el frío, el alto muro.
Del otro lado festejan los feriantes
Las gratitudes del ocio y la traición.
La mentira es un velo,
un velo sórdido que muestra el juego a medias,
palabras para un solo jugador,
palabras para el juego del solo.
Del otro lado muere vibrando el órgano,
muere,
su muerte no lo es menos,
nuestra muerte lo es mas, no haz de dudarlo.




 CIUDADES

SOBRE LA CASA HAN PUESTO LAS MANTAS MOJADAS,


los sombreros y las cucharillas de plata
para que los nombres grabados en el hielo
no se acerquen,
no derramen la lluvia amarga de su soledad
cuando se hayan apagado las luces;
esta noche,
la muchacha descolgara todos los
dibujos de las paredes húmedas,
las figurillas y los platos de servir la nostalgia.
Ellos duermen, no han de despertar
hasta que haya encontrado las monedas escondidas,
las monedas con rostros martillados en el metal;
armara la historia de los primeros habitantes,
Pondrá las monedas sobre el mantel
y escribirá una carta que no sabe aun a quien enviará.
Los músicos penetrados por el hollín y el humo,
desempolvaran sus raros instrumentos,
pero quien podrá escucharlos
si esconden su rostro en el velo que ha tejido la música.
La muchacha ha quedado sola, podrán dibujarla,
mojar sus pechos con una miel amarga,
pero esta noche todos los muertos
han de escuchar la historia
guardada en la oscuridad de húmeda piedra.
Los músicos harán en silencio la
trampa del sonido,
pero solo yo puedo mirarlos,
solo yo puedo verlos y estoy atado
y callo y atado escribo que estoy muerto.
Ella ha dejado sus sandalias junto al fuego,
ha puesto todas las figurillas en el piso
_la mesa encerrada en el mutismo de la jarra_
para ascender por el haz de luz
que encierra y corta el turbio monograma.
Cuando niña temía las bestias de la fuente,
el aceite de las olas
y su lento fragor de eternidad,
les temía:
se derramaran las aguas sobre los
pisos de la casa que un día habitaremos,
lo esta soñando,
esta dejando caer su húmeda estoicidad
entre las tablas podridas que aun
sostienen el techo.



 HACER LA CASA

Coordenadas del árbol, en la sombra que festejan morbosos el
/pájaro y la furia,
se ha de alzar la ciudad donde reinen nuestros hijos;
será el tiempo en que la manzana, madure sólo la parte en
/que alguien la mordiese.
Nacerán nuestros hijos en la próxima luna y en sus manos traerán
/el signo de las aguas
en las que han de limpiar nuestra memoria, nuestra
/canción que duele como una extraña fiebre.
Muchachas, dejad vuestros vestidos junto al último sueño, la
/lluvia os hablará de la humildad
y del pacto sonoro de las aguas en vuestros labios,
no miréis con recelo la insospechada huída, en la que el
/hombre y el pájaro desgarraron la niebla;
pensad en el joven que habita sin voz vuestra nostalgia
pensad en el tiempo desnudo en vuestro pecho,
/desarmado
recorriendo a ciegas la música del arpa.
Ha muerto el músico, de noche a qué temerle; es la canción, su
/espejo, de noche a qué temerle
si vuestros vientres son el templo en que gime el arpa
/muerta.
Muchachas, dejad vuestros vestidos junto al último sueño;
en la sombra que festejan morbosos el pájaro y la furia,
destruiremos a la luz nuestros turbios vestidos,
nuestra sucia memoria,
las fieras ataduras a la canción antigua.
Hoy cumplimos un año más de muertos, pero la joven que
/bordeara el pez más limpio
tendrá pasos muy dulces si moja sus espaldas, ella mordió
/en un tiempo sus manos sin mirarnos,
dejadla, es ahora nieve, contadle de nosotros.
Tomad del agua los vidrios, haremos el vacío; encerrados,
más libres, dejad vuestros vestidos junto al último sueño.
Nuestros hijos romperán los cristales,
más quien puede salvarlos si el pájaro escapara.
Ellos han de limpiar nuestra memoria, corred hasta las aguas;
dadnos la música que vuestros vientres guardan;
junto al árbol, muchachas, se abre enorme el vacío,
no nos nombra mas duele que sea cierto.
El pez bordado, oh sueños, no puede acompañarnos:
los vidrios, si el pájaro escapara muere el arpa en el
/vientre,
pensad en el joven que habita sin voz vuestra nostalgia,
pensad en vosotros, en nuestra voz que será música
/muerta.


CORTESIA DE  Elizabeth Quintana


 
LA PRIMERA PALABRA
 (Cuba, 1964) Poeta y Crítico de arte. En 1987 se gradúa de Arquitectura. Ha publicado los libros de poesía: "Poemas " Ediciones Matanzas, 1991, “Discurso en la Montaña de los Muertos" Ediciones Unión, 1994, "La Patria del Espejo" Ediciones Unión, 1994, "Los Frutos del Vacío" Ediciones Matanzas, 1997, "Los Frutos del Vacío" Linkgua Ediciones, 2006, “Verdades como templos” Iduna Ediciones, 2008, "Los Frutos del Vacío" Bluebird Editions, 2008, "Las sucesivas puertas, el frágil aire eterno" Bluebird Editions, 2009 y "Otros filos del fuego" Avondale Ediciones, 2012. Ha recibido el Premio "DAVID" de la UNEAC, 1989 y el Premio Internacional de Poesía “Nicolás Guillén” 2006. Se suicida en Miami, el 2 de abril del 2012.







fotos de Gabriel Lizarraga y mías.

 

Commentaires


LAS CALLECITAS QUE LLEVAN A SAN JUAN DE DIOS,

esconden sus adoquines bajo el polvo
que aun sostienen las palabras de los
primeros oradores.
Los tejadillos
y los dinteles cortados por el paso del hombre
que bordeando la memoria
cruza, cegado por la luz, el tiempo;
muestran los testimonios en que el
olvido alza su catedral de polvo.
Al final del silencio
no habrá un sitio claro donde poner
los signos del asombro.
En las callecitas que llegan a San Juan de Dios,
la pared del sonido
se aleja en silencio delante de nosotros,
no hay que perseguirla, basta verla alejarse,
desmoronarse en la voz de la muchacha
que mueve todos los hilos del absurdo.
Su voz, encerrada en la flamante bocina de hojalata,
se abre al círculo cerrado de la noche
como un ala quebrada o una garra,
penetra las casitas,
sus puertas azules y sus ventanas altas.
En el mesón,
la cerveza dorada, como un pájaro
de espuma cortando la garganta,
comienza a salpicar los pisos,
las losetas gastadas que esta noche
no habremos de pisar.
Pasaremos oscurecidos por el sonido de las jarras
y las luces vacilantes que derrama el farol
sobre las maderas veteadas de las puertas.
A lo lejos,
la ciudad es un juego de azar bajo la noche,
el viento la penetra como una saeta
que no podríamos quebrar aun si volase.
La iglesia de Nuestra Señora del Carmen
abrirá sus puertas aunque no las veamos;
un día los músicos habrán de levantar sus muros
y el sonido del oboe será una cúpula
en que todos podremos abrigarnos.

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