Margarita G.A., por Aristides Vega Chapú
Margarita G.A.
A Margarita hace años no la veo más allá de esos rostros de mujeres que pinta como si fuesen retratos de ella misma. Como si estuviese frente a un espejo dispuesta a interpretar estados de ánimos tan diferentes que logra convencer a muchos de que se trata de mujeres distintas. Yo sé bien que es ella misma. De ahí que sean tan reales esos rostros tras los que ella se protege. Casi todos ingenuos o severos, alegres, retadores. Uno puede contar una historia de cada una de ellas. También yo puedo contar la de Margarita. Hace tantos años que pudieran ser más de veinte que no la veo. Por eso siempre que se habla de ella la imagen que conservo es la de esos años atrás. Como si no fuese posible existieran otras Margaritas al paso de tanto tiempo.
Ella podía haberse dado el lujo de no escribir poemas o de no pintar que uno siempre la asociaría a esos oficios que suelen marcar la diferencia, desprejuicios, agudeza. Margarita siempre fue una muchacha diferente. Tan diferente que no supo asumir la pose de la esposa de un escritor y pintor tan reconocido como Fayad Jamís. Por eso nunca nadie la nombro como la esposa, sino simplemente Margarita, con ese desenfado que ella imponía.
Su abuelo tejía cestas maravillosas y yo fui hasta su casa materna para comprar esas cestas en las que guardé muchas de las ilusiones de entonces. Era cerca del ECIL, en Matanzas y todavía a tantos años pudiera regresar a esa casa.
Siempre fue alegre y relajada, como alguno de esos rostros que ahora pinta y que de seguro ella se mantiene detrás de ellos, dándoles esa espontaneidad tan particular.
Alguna tarde me leyó poemas y otro día me mostró sus dibujos. No se creía ni poeta ni pintora, sencillamente sabía que era Margarita y eso le era suficiente. Una muchacha querida por todo el que entraba en relación con ella.
Ahora veo sus mujeres, envueltas en una luz muy propia de esos seres reales que deslumbran, una luz muy parecida a la que entonces ella iba regando a su paso y me parece que la he vuelto a ver.
A Margarita hace años no la veo más allá de esos rostros de mujeres que pinta como si fuesen retratos de ella misma. Como si estuviese frente a un espejo dispuesta a interpretar estados de ánimos tan diferentes que logra convencer a muchos de que se trata de mujeres distintas. Yo sé bien que es ella misma. De ahí que sean tan reales esos rostros tras los que ella se protege. Casi todos ingenuos o severos, alegres, retadores. Uno puede contar una historia de cada una de ellas. También yo puedo contar la de Margarita. Hace tantos años que pudieran ser más de veinte que no la veo. Por eso siempre que se habla de ella la imagen que conservo es la de esos años atrás. Como si no fuese posible existieran otras Margaritas al paso de tanto tiempo.
Ella podía haberse dado el lujo de no escribir poemas o de no pintar que uno siempre la asociaría a esos oficios que suelen marcar la diferencia, desprejuicios, agudeza. Margarita siempre fue una muchacha diferente. Tan diferente que no supo asumir la pose de la esposa de un escritor y pintor tan reconocido como Fayad Jamís. Por eso nunca nadie la nombro como la esposa, sino simplemente Margarita, con ese desenfado que ella imponía.
Su abuelo tejía cestas maravillosas y yo fui hasta su casa materna para comprar esas cestas en las que guardé muchas de las ilusiones de entonces. Era cerca del ECIL, en Matanzas y todavía a tantos años pudiera regresar a esa casa.
Siempre fue alegre y relajada, como alguno de esos rostros que ahora pinta y que de seguro ella se mantiene detrás de ellos, dándoles esa espontaneidad tan particular.
Alguna tarde me leyó poemas y otro día me mostró sus dibujos. No se creía ni poeta ni pintora, sencillamente sabía que era Margarita y eso le era suficiente. Una muchacha querida por todo el que entraba en relación con ella.
Ahora veo sus mujeres, envueltas en una luz muy propia de esos seres reales que deslumbran, una luz muy parecida a la que entonces ella iba regando a su paso y me parece que la he vuelto a ver.
MUY emocionada, y agradecida
foto del BURRON AZUL
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Un saludo