inédito de la herborista
Poema de junio.
Estoy tras las rejas en húmeda prisión./ Mi compañero triste,
criado en cautiverio,/ es un águila joven que sacude sus alas/
y pica en mi ventana/ su sangrienta ración. Alexander Pushkin
«Huyamos, echemos a volar» -susurra Puskin
y como una niña absolutamente convencida
que mi padre amaba más a su querida negra
que a mi madre envuelta en un delantal mugriento,
me elevaba entre nubes radioactivas
el aire fulminado de desechos.
Desde lo alto busco el río San Juan,
las lanchitas blancas sobre el negro
fluir de remolinos, la camisa
de mi padre sirviendo de vela
a una mujer violada un amanecer de nuevo año.
Mi compañero triste, levanta el brazo,
mueve los dedos sin que desaparezca
el pasado de hambrunas,
de barracas maquilladas con cal,
negrores de carbón en la cocina,
y el pequeño inodoro al fondo del patio,
un cuadrado en madera,
pulido, oloroso a petróleo, a hojas de plátano.
Abandonada por el instinto familiar,
vigilaba por los orificios de la caseta
las velas al aire de cuesta tendida frente al mar.
La savia derramando virtudes en las hojas
mutiladas cada amanecer para hacer cataplasmas
que cubrieran mi raquítico pecho
el asma, la angustia, el mal pernicioso
que me hacía diferente en error de nacer.
Como en un cuento se agranda el recuerdo
la casita, el pasillo, mis abuelos, las gallinas
en mi puesto de observadora
de ese mundo que no es el mío
o quizás sí, pero tan hueco
como mi enfermedad mental,
la tara que me hace extranjera,
no deseada y confusa chiquilla
de emociones turbias,
de visiones apocalípticas,
nombrando a la perra escondida en baúles.
Historias que vale inventar
para armar el rumbo inseguro de
barcos, de trenes humeantes
hacia asilos de hedor y pústulas.
Yaveh en la montaña de huesos
hermana la dureza, la médula,
el bramido de un cuerpo que no tuvo plaza
no murió ni conoció la paz.
Visiones de casa, frases en yiddish,
visiones enquistadas en mi matriz
envenenando la nuca, la laringe,
la tripería con la vulgaridad
de no poseer dones para borrar
en mis cercanos el mal.
Visiones que se sientan en la mecedora
y esperan la persecución del banquero,
la factura, el grito de la gata,
la cazuela, el polvo acumulado
sobre muebles baratos.
Una y otra vez buscando el ala, la cumbre,
el barranco junto al mar
salvando el instinto de todo devorar,
de alzarme del suelo,
yo que tengo pánico a las escaleras,
a los aviones, a la vida social.
A tal punto, confieso, me quedan pocas
trazas de humanidad
-suis à force-
soy a fuerza el eco que se escurre entre versos
que pesa saliva, escasa en la boca,
en esta sequedad contaminada de presagios.
Contar, escurrirme, salvarme en el poema
donde levito, sin que nadie diga nada,
o digan mucho de nadas,
llenándome de apatías.
Volar Puskhin me ha sido prohibido
he necesitado buscar en la entraña
y el Hombre me devolvía
una y otra vez me ataba al árbol, a la planta.
La ventolera sostenida y yo apenas en equilibrio
sobre un pie, echando piedras en la falda
para quedar en cualquier lugar.
Los pájaros no soportan perderse
este instante donde entrechoco dientes
me pongo cómoda
apenas un minuto de bienestar
en la suciedad de la ciudad.
del poemario inédito "Cuaderno de la herborista."
Commentaires
… but where ever you go , There YOU Are .
que pesa saliva, escasa en la boca,
en esta sequedad contaminada de presagios.
La Manga.
Juan Carlos Recio.