Los frutos del Mal
No las flores, de esas escribió Charles Baudelaire. Los frutos del cinismo, el dolor, la ruptura, las ausencias, las arbitrariedades, el engaño y por ahí cualquier sembrado que oxide al humano; quiebre, resquebraje la columna vertebral de buena forja.
Es lo que ha logrado una familia en la isla, frutos irrecuperables que han sido negados por sus letras, por su posición o su viaje, carcomidos por una cuba de odios, limitaciones, injusticias. Y van pereciendo, muriéndose, matándose porque no han podido ser planta, mata, flor, ni siquiera pistilo entre los suyos.
En menos de seis meses se han ido los poetas David Lago González, Elena Tamargo, Julio San Francisco, Heriberto Hernández Medina, y ayer también se suicidó el periodista e historiador Albert Santiago Du Bouchet Hernández, ex- preso enviado a España.
Ninguno en ancianidad extrema, todos en exilio, enfermedad que roe o suelta la mano para el gesto fatal. Amigos sin terruño que nos han unido en el dolor. Triste unión que es la invitación a velorios.
Quedan muchas aduanas que tachan nombres sobre listas; quedan muchos aduaneros y frutos del mal rondando entre pesadillas, papagayos, calcomanías y consignas. Quedan enfermos del Mal, el mal-lugar donde se nació. Si alguien encuentra remedio, u oración que la repita.
Y nada ha cambiado, a no ser la esperanza que definitivamente se perdió en medio de malabarismos, cuerdas flojas, y payasos de un circo que tiene la carpa sucia y roída al extremo.
(Talkin’ ‘bout) My Generation
a tantos…
a Jesús “Cepp” Selgas
People try to put us d-down (Talkin' 'bout my generation)
Just because we g-g-get around (Talkin' 'bout my generation)
Pete Townshed (The Who)
Nos fue negado el romanticismo.
Nos retiraron antes de montar
la cabalgadura con que los utópicos
trotan por encima del foso de las ideas
y atraviesan las puertas del castillo de la juventud reticente.
Nos fue negado el descubrimiento natural de la vida:
muerte, dolor, justicia, certezas y dudas,
espontaneidad.
No hablo de derechos.
Nos fue negado el error.
Se nos quiso exterminar por convictos inservibles.
A cambio, nos fue dado el silencio.
La sospecha, el miedo, la desconfianza,
la inocencia rota por la observancia de las maneras frágiles,
y el rechazo también al siempre trémulo corazón.
Rigidez, y andar por años con un pesado libro sobre la cabeza
para mantener erguida la figura,
como si fuéramos internas de una cruel y absurda escuela de modelos.
A la salida, nos fue enseñada un arma,
que tampoco se nos entregó
porque fuimos considerados indignos de su mecanismo.
Así crecimos, así reímos, así amamos.
Así vivimos.
Hasta hoy.
(Madrid, 20 de enero de 2011)
© 2011 David Lago González
Commentaires
Hay un sitio en las aguas en que el hombre
pone a pruebas sus fuerzas,
un sitio oscuro y húmedo en que la soledad nombra la duda.
Hay un sitio, un oscuro y húmedo sitio,
en que se superponen los arcos de la muerte;
el agua traza, alejada de todo esfuerzo humano,
líneas que han de cruzarse en un espacio incierto.
Hay un sitio, un tiempo real e inabarcable
en que comienza a olvidarse todo tiempo pasado,
toda verdad lamiendo los muros del recuerdo.
Palabras para una historia enferma y eternamente dividida,
sin árboles, sin espejos, sin brumas insondables.
A quien culpar cuando la noche canta.
(HERIBERTO HERNÁNDEZ MEDINA)
Todos los días se matan en La Habana
dos millones de gatos y quinientos caballos.
Quinientas yeguas solas sostienen el rencor de su dureza
se abrazan
en la pira arrogante del león babilónico.
Trasgos de sangre suspenden el azul y el animal del trópico
se agota.
Diez millones de vacas ya murieron
tres mil palomas agonizan
y el olor de los lirios se deslíe
en un prurito de ácidas hormigas.
Los ciudadanos temblando se repliegan
a construir el escenario de la nada
si no quedan caballos ni lengua ni jazmines
si los trenes de leche detuvieron su paso
donde cantaa la belleza
y ahora se escuchan los terribles quejidos de las vacas
si los lirios, los gatos, las palomas
son animales muertos.
Pero yo no he venido a ver el cielo
cómo voy a ordenar pedazos de paisajes
ordenar los amores que son fotografías
y luego tambor tosco, bocanada de sangre.
Ay, voz lejana
ay, voz de la sordera
estás aquí bebiendo mi humor de niña muerta
quiero llorar mi talco, como lloran las niñas
porque yo no soy ni mujer ni poeta ni azucena
soy el agua y el vino y el aceite
una llaga tal vez que debe al fuego
y me andan buscando.
ELENA TAMARGO
Al partir (poema 1 - la despedida)
Dicen que lo despojaron
De toda su indumentaria
Y sin toda su ordinaria
Alegría lo dejaron.
Dicen que lo abandonaron
Náufrago de la pasión
En ponto de decepción
Sobre dos maderos viejos.
Y dicen que desde lejos
Enseñaba el corazón.
El desterrado (poema 2 - la llegada)
Para José María Heredia, José Martí, Agustín Acosta, José Ángel Buesa,
Gastón Baquero, Reinaldo Arenas, Severo Sarduy, Heberto Padilla...
Para los cubanos del exilio, que son más de dos millones
durante más de 40 años
El parque madrileño que frecuento
tiene frío
y yo
tengo frío
y el banco donde me siento
tiene frío.
El parque tiene, también, un joven con su esposa enamorada
y yo trato de imaginarme, por curiosidad,
cómo será tener una esposa enamorada
en este parque madrileño.
El joven de la esposa enamorada
tiene un coche en el que vienen a este parque madrileño
y yo, por entretenerme, trato de imaginarme
cómo será tener un coche
y llegar con una esposa
a este parque madrileño.
El joven de la esposa enamorada y su coche
tiene una casa
y yo, por distraerme, trato de imaginarme
cómo será llegar a una casa
en un coche
después de pasear por este parque madrileño
con una esposa enamorada.
El joven de la esposa enamorada, su coche y su casa
tiene un amigo que se encuentra con ellos
en este parque madrileño
y yo, por divertirme, trato de imaginarme
cómo será tener un amigo
y encontrarse con él
en este banco frío
de este parque madrileño.
El joven de la esposa enamorada, su coche, su casa y su amigo
tiene patria
y yo me pregunto cómo será tener una patria.
El joven de la esposa enamorada, su coche, su casa, su amigo
y su patria
tiene un hermoso perro
y pasean con su hermoso perro
todas las tardes
por este frío parque madrileño.
¡Si yo tuviera un perro!
El Retiro, Madrid, octubre, 1998
El ruedo (poema 3 - la estancia)
El exilio es una plaza
tan majestuosa como la Monumental Las Ventas
o sencilla como la de San Sebastián de Los Reyes,
una plaza, un ruedo, aficionados, tendido 7.
Pero yo los exiliados
no tenemos en ella
ni el rol de matador
ni el traje de luces
ni cuadrilla
ni, claro, dos orejas y un rabo
ni pañuelos blancos, Puerta Grande, hombros cargadores
ni una ovación. Ni
silencio respetuoso.
Yo los exiliados salimos siempre por la pequeñísima puerta
de la muerte
Y por la pequeñísima puerta de la muerte siempre entramos.
—el toril de la séptima clase—
Nunca seremos El Juli o Miguel Avellán, Enrique Ponce, José Tomás
y nadie nos despide de nada
como al benemérito Curro
en la Real Maestranza de Sevilla.
En esta plaza nuestra donde tampoco se toca pasodoble
sólo me queda la opción
—para los toros no hay alternativa—
de ser un vitorino
y que la vida cumpla con nosotros
magistralmente
las tres buenas suertes malas.
Siempre nos toca un buen lote de toreros, el del mejor recorrido
de la tarde,
el de los clásicos y enrazados, el de maneras nobles y de castas
y fijeza insuperable.
La faena conmigo, el toro de la tarde, siempre es pulcra.
No hay pinchazos inciertos ni estocadas caídas.
En caso de que yo el toro
demuestre más casta y arte
que el torero
o geste y alumbre la faena ideal
—la de seis orejas, tres rabos y 13 Puerta Grande—
tampoco seré indultado,
tampoco seré semental
—ni me interesa—
En caso de que yo el toro
en un alarde de ingenio, dolor, amor y absurdo,
despoje del capote al matador,
dirija la suerte de varas
y se cumpla incluso sin puyazo fuera de lugar
y en dos embestidas con rabos ondulantes
le deje al mataor la salida infinita y abierta,
aunque yo clave las seis banderillas amarillas y rojas
en el omóplato de El Juli, en la 7ª vértebra,
aunque lo espere, en fin, en porta gayola
y haga un tercio de muletas de luces,
cuatrocientas verónicas, mil naturales, quinientas manoletinas
después de ejecutar dos quites de Dios,
y entre a matar
y mate
con la espada impecable del Diablo,
seguiré siendo el inválido toro de la tarde.
(No somos anhelados por las mujeres y respetados por los toros
como Jesulín. No lo somos).
El toro yo que habrá salido
furioso, desorientado, fiero
sin saber a dónde llegó ni qué le espera
—nunca llegaré hasta el humilladero, allí nunca me verán—
el que, visto el caso y comprobado el hecho, sólo puede
sólo tiene el derecho
de recibir un fino espadón
en los medios
y salir mal andando hacia las tablas
con la esperanza inútil de doblar presto
y recibir un primer
y único
feliz puntillazo.
Testamento (poema 4 - la despedida)
Nadie tendrá problemas con mis restos mortales
si, como he dicho ya, un día yo muriera.
No sé a quién le tocará la fúnebre y funesta misión
de encontrarme muerto
porque el destierro es el lugar donde no se sabe nada
de hoy, de mañana, ni de ayer.
No sé si será una mujer, un amigo, una vecina
anciana y asustada,
un portero, un policía,
un enemigo,
alguien que pasaba por allí.
No sé tampoco dónde moriré,
si en mi cuarto,
si en la calle,
si en el trabajo,
si en el hospital,
si en un barcito
donde tomo café con leche
y leo el periódico
todas las mañanas.
(debo morir en un barcito).
Podría ser de un infarto
del cerebro
o, tal vez, del corazón a donde han ido a parar
todas las furias, los miedos,
las melancolías y las fieras
o cursimente de hambre
o del azúcar baja
o el colesterol alto
o, simplemente, de estar lejos.
No sé ni quién recogerá mis propiedades,
mis paupérrimas propiedades
que no relaciono para no ofender,
sin embargo pueden quemar
mi verde traje parisino,
mi amarilla corbata italiana
y todo lo demás, hasta mis cartas
enviadas y no enviadas
que ya cumplieron su misión.
(Sé que alguien aprovechará el desconcierto
en torno al muerto desconocido
de quien nadie se declara propietario
para sustraer
sigilosamente
—y no para guardarlo de recuerdo—
mi juego de pasador, yugos, plumas y fosforera
mas no me importa).
En caso de que alguien tropiece
con un ladrillo que yo pueda haber modelado
sí le rogaría que modelara otro igual o mejor.
En caso de que alguien tropiece
con algún libro
que yo pueda haber escrito
sí le rogaría que lo tirara contra la puerta de alguna editorial
y en caso de que, con tan buena suerte, se publicara algo
decreto que por 70 años
todos los derechos de autor
pertenecen
exclusivamente
a un ser que dejé en La Habana.
Si surgiera algún(a) admirador(a)
del que modeló el ladrillo
o del que escribió el librillo
y deseara saber algo de aquel modelador de librillos
y deseara saber algo de aquel autor de ladrillos
y si deseara, incluso, ir hasta su tumba
y leer su epitafio
y ponerle una flor
no podrá hacerlo.
No habrá epitafio ni tumba,
pero, solamente para que la historia tenga un final feliz, daré
dos direcciones.
En un pueblito del centro de mi patria
cuyo nombre es Corralillo
(me hubiera gustado ser Conde de Corralillo)
pasé mi adolescencia, suspendí matemática,
tuve amigos y novia,
y en un barrio de la capital cubana
cuyo nombre es Bacuranao
(me hubiera gustado ser Barón de Bacuranao)
donde viví mis últimos añitos con patria propia
detrás de mi casa
hay una pradera
y en la pradera, una ceiba
y recostado a esa ceiba amé a una mujer
o modelé un ladrillo
y escribí poemas o cuentos o novelas
o no sé.
Pero sé que nadie tendrá problemas
con mis restos mortales
porque no seré nada exigente en esa hora.
No quiero que me incineren
porque he vivido toda la vida incinerado
y sembrando fuegos
(el que siembra fuego, recoge resplandores).
No quiero que echen, pues, mis cenizas al Nilo
para reencarnar en los peces o las conchas.
No quiero que me embalsamen
ni quiero que me entierren
aunque para mí sea leve la tierra.
No quiero una tumba
junto al Manzanares de Madrid,
ni quiero una tumba
junto al Almendares de La Habana
por tanto no habrán de trasladarse mis restitos
a Cuba.
No quiero nichos en catedrales,
ni misas,
ni esquelas
pues todos los días en ellas ya me vi.
Tiradme en cualquier lugar
donde mi hedor no moleste a nadie
y, como carroña ensimismada, libremente
puedan seguir comiéndome los buitres.
Barcelona, noche del 9 de enero, 2002
Credo (poema 5 - epitafio)
Lucho
porque sé
que algún día
el más grande crimen
será pisar una flor.
Quería leer tu nombre en la puerta.
Un nombre más, perdido y solo entre un mar de idéntico granito,
adornado con frases hechas que la moldura uniforme les hace perder significado,
y números, números por todas partes,
adocenando personas que una vez fueron únicas,
al menos distintas unas de otras.
Los números en los últimos tiempos te han perseguido
con una cierta saña: fuiste la 615, la 417, la 514, la 642;
ahora eres la 29, y sólo hasta dentro de diez años.
Pero han sido generosos
y para no despojarte totalmente de la individualidad
siempre te añadieron una letra: has saltado de la A a la D
pasando por la C, omitiendo siempre la B,
para finalmente volver a la inversa a la primera.
Con la A viniste y te fuiste con ella, como marca de nacimiento.
A de abismo, de amputar,
de abnegar y abocar; la A de abofetear, fuerte y con rabia;
la misma de abogar, defendiéndote como un inocente
que el jurado confunde y condena a muerte;
la A de abominación, de abonar,
y de abordar un velero sin retorno;
la de abrasar y abrazar,
unidas por un abrazo agostador y definitivo;
la que abriga, la que se abre como una grieta vencida por el tiempo;
la A de absoluta,
como corresponde a una reina que ejerce su cesarismo
desde la abundancia pulular de un trópico enriquecido por la luz carcajeante de la nieve.
La que acecha y acepta al acerbo vencedor.
Acierta con acidia el enigma que se adentra un paso más cada día
hasta acomodarse en el destino como un escolta a la sombra de su rey.
La A de acompañar, de ser compañera de camino,
amiga,
y de actuar como un acróbata atrapando su trapecio en el aire
para no adjudicar del ornamento de ser el cisne del circo.
A de afanarse en terminar el trabajo con dignidad y puntualidad.
A de afortunada.
Y también, la terrible A de agonizar,
con el aguante paciente y mudo de un alfiletero.
La A del aguanieve, que cae, afilando una lluvia imperceptible
y cala hasta lo más hondo su chirimía afinada,
instalándola para siempre en nuestros corazones
donde caen los animales una y otra vez
y se agolpan sus osamentas contra la sombra de los árboles.
Aislamiento de la cadena que se queda sin su áncora,
al garete en sus bandazos contra la nave que parte
y en medio de la noche levanta su alarido lento y sincopado
de alma que tonifica la niebla.
La A de la alquimia y la piedra filosofal.
La A oculta en el bienquerer, apasionada como un idólatra, adoradora
de la conquista desplegada a su abrazo: sólidas agarraderas de su dársena ambulante.
Y la A de agur devenido en abur; la A del adiós.
Números y letras han llenado los últimos años de tu vida,
y te acompañan en el silencio interminable
junto a estos versos que quieren rescatarte del anonimato
para ofrecerte el recuerdo y restablecer tu cuerpo intacto
y el alma que se traslucía a la sombra de tus ojos.
Quise dar un toque de distinción a tu puerta
con palabras que intentaran ser otras
para subrayar lo que es desigual al resto de ese campo inmenso y silencioso,
ya sabes, en fin de cuentas un código entre nosotros,
―un estar donde tú estás y tú estar donde yo esté―,
pero todo ha de pagarse religiosamente, amiga,
en este mundo que abandonas
y las palabras, aun siendo nuestras, escancian mis maltrechas divisas,
como un diezmo que nos cobran injustamente
por haber disfrutado de la embriaguez de habernos conocido.
Pronunciémoslas ahora en voz baja,
sin que se percaten de ello los tasadores de impuestos;
pronunciémoslas,
para sellar nuestro encuentro en esta mañana de invierno,
soleada y limpia, tregua de borrascas encontradas,
en este campo inmenso y silencioso, sembrado de paredones
y flores que se marchitan;
pon tus labios con los míos
y sin que nadie nos oiga escribamos en el aire:
"Ay, un estremecimiento: eres.
Y estás a mi lado."
.1996. 6 de enero.
© 1996 David Lago González
.
a Jose Mario, años después de partir
.
Alégrate.
Tú no puedes comprenderme.
Ni yo soy capaz de explicar lo inexplicable.
¿Qué voy a contar?
Por más que esta mujer se obstine
en pedir constancia y constancia de la existencia,
cómo voy a poder hablar de la ausencia
aun estando más presente que nunca.
¿Cómo puedo describir una tarde de domingo en provincias
a alguien que cuando se movió de la noche utópica
fue para lanzarse a las estrellas, aun cuando fuera a oscuras?
Además, ¿para qué?
¿De qué valen las vivencias?
¿Para legajos inservibles que mirarán con recelo
damas impertinentes con gafas de lectura
cayendo delicadamente sobre la punta de su nariz respingona
e insolente, y llena de verde?
¿A quién le importa mi silencio?
Y mucho más triste, ¿a quién le importan mis palabras?
La ruptura entre tú y yo es total. No viene de ahora,
no viene de ayer, ni viene de mañana: viene
de tan hondo que son dos abismos que ocurren en hemisferios contrarios.
Alégrate de no entenderme, al fin y al cabo.
Eso, al menos, quiere decir que si explicas algo de ti
alguien lo comprenderá y lo tomará en cuenta.
Lo peor del mundo es que no puedas hacerle ver a nadie
que simplemente eres un fantasma.
.
(Madrid, 20 de junio de 2011)
© 2011 David Lago González
¿El palacio saqueado de Sadam Hussein
o el de Muammar Al Gaddafi después que Ronald Reagan lo bombardeara?
Sí, tiene que ser una ruina. No me pidas nada nuevo,
porque todo en mí es obsoleto
y de sobra pasada la fecha de caducidad.
Ah, también puedo dejarte las aguas albañales
que apenas si corren por La Habana Vieja
porque las alcantarillas están taponadas,
pero por aquello del toque exótico, tal vez valga la pena.
Detesto la palabra “tetilla” que llevas tatuada sobre el pecho:
inevitablemente me recuerda a una ternera,
y no me preguntes por qué. Hay respuestas ignotas
y tan absurdas que no merecen ni la atención de la pregunta.
En esa estúpida moda de que cada día se celebre algo,
ayer celebraban un idioma llamado “español”.
Creo que yo lo hablo todavía. Aunque nadie dijo
que “pezón” es una hermosa palabra sin ambages
y solamente tiene la resonancia del placer.
Pero yo ayer me aburría en el nippleplay
y hubo momentos en que pensé dejarlo, o hacerme el dormido,
o el desvanecido. Desvanecido y vencido
por esa guerra insostenible entre la razón y el placer.
Y mientras simulaba ser cortés y participativo,
imaginaba que te hacía esas preguntas extrañas:
“Cuando me muera, ¿qué quieres que te deje”?
Más bien como un recuerdo, un símbolo,
una despedida de que, después de haberte gozado tanto,
miraba aquel pezón como algo extraño y amenazante,
algo tan lejano e inaccesible como la justicia.
.
(Madrid, 19 de junio de 2011)
© 2011 David Lago González
a tantos…
a Jesús “Cepp” Selgas
People try to put us d-down (Talkin' 'bout my generation)
Just because we g-g-get around (Talkin' 'bout my generation)
Pete Townshed (The Who)
.
Nos fue negado el romanticismo.
Nos retiraron antes de montar
la cabalgadura con que los utópicos
trotan por encima del foso de las ideas
y atraviesan las puertas del castillo de la juventud reticente.
Nos fue negado el descubrimiento natural de la vida:
muerte, dolor, justicia, certezas y dudas,
espontaneidad.
No hablo de derechos.
Nos fue negado el error.
.
Se nos quiso exterminar por convictos inservibles.
.
A cambio, nos fue dado el silencio.
La sospecha, el miedo, la desconfianza,
la inocencia rota por la observancia de las maneras frágiles,
y el rechazo también al siempre trémulo corazón.
Rigidez, y andar por años con un pesado libro sobre la cabeza
para mantener erguida la figura,
como si fuéramos internas de una cruel y absurda escuela de modelos.
A la salida, nos fue enseñada un arma,
que tampoco se nos entregó
porque fuimos considerados indignos de su mecanismo.
.
Así crecimos, así reímos, así amamos.
Así vivimos.
.
Hasta hoy.
.
(Madrid, 20 de enero de 2011)
© 2011 David Lago González
¿Dónde estarán los siglos, dónde el sueño
de espadas que los tártaros soñaron,
dónde los fuertes muros que allanaron,
dónde el Árbol de Adán y el otro Leño?
El presente está solo. La memoria
erige el tiempo. Sucesión y engaño
es la rutina del reloj. El año
no es menos vano que la vana historia.
Entre el alba y la noche hay un abismo
de agonías, de luces, de cuidados;
el rostro que se mira en los gastados
espejos de la noche no es el mismo.
El hoy fugaz es tenue y es eterno;
otro Cielo no esperes, ni otro Infierno.
JORGE LUIS BORGES