Ha muerto el poeta Heriberto HernAndez Medina.
Se fue un amigo, en Miami, en exilio.
Eliza, Erick, qué tristeza, estamos desconsolados.
BIOGRAFÍA DEL MUERTO
El que ha muerto
con un pez en el pecho penetrando como un dardo finísimo
tiene el desasosiego de ver al menos la parte de juego que
/ha vivido.
Vienen todas las bestias a juntarse para lamer sus manos,
pero él sólo piensa en la niña que se perdió esa noche,
en la niña que hundió sus piesecitos en una oscuridad
/densísima.
Pudiera estar contándole una muy larga historia
en la que las muchachas sólo han sido papeles,
sólo han sido impalpables ventanas en la espuma;
pero la sal es una mentira, una desgarradura que nos
/permite abrir las manos.
Entonces piensa en un juego, un juego estrictamente distinto al
/juego en que soñamos,
pero la oscuridad, la densa oscuridad
es una vestidura que nos aprieta el pecho, asma que cae
/como una lluvia helada
y es terrible tener, sin perdemos, las manos extendidas.
La ciudad, como el pecho, apretada,
aunque nunca sangrando como el pecho,
es más fría en las festividades, en la cerveza amarga que
/ha salpicado el horadado abrigo,
el árbol que ha dado de sí toda su sombra.
Ahora se vuelve, de no volver qué fuera la ciudad con su solemne
/herida,
con la herida de todos,
la condecoración de la nostalgia forzándonos al miedo.
EN SU ESPACIO LA PRIMERA PALABRA
DEAD WOOD
Viendo pasar la muerte a la sombra de un viejo
árbol, en su memoria las hojas esparcidas.
Viendo pasar las sombras del duelo, las heridas
y esos rostros que apenas soporta ya el espejo.
Viendo colmarse el cielo de nubes y el cortejo,
más oscuro que el cielo, las ramas retorcidas
emular en dobleces e ilusiones perdidas.
Viendo en su paso lento de la muerte un bosquejo.
Viendo la tierra abierta, el miedo indescriptible
de un rostro que presiente cercano el fin del juego.
Viendo el tiempo y sus huesos, quebrarse previsible
en las palabras huecas que a recordar me niego,
quiero, como este árbol, morir con la apacible
dignidad de un madero que arrojarán al fuego.
Heriberto Hernández Medina:
(Cuba, 1964) Poeta y Crítico de arte. En 1987 se gradúa de Arquitectura. Ha publicado los libros de poesía: "Poemas " Ediciones Matanzas, 1991, “Discurso en la Montaña de los Muertos" Ediciones Unión, 1994, "La Patria del Espejo" Ediciones Unión, 1994, "Los Frutos del Vacío" Ediciones Matanzas, 1997, "Los Frutos del Vacío" Linkgua Ediciones, 2006, “Verdades como templos” Iduna Ediciones, 2008, "Los Frutos del Vacío" Bluebird Editions, 2008, "Las sucesivas puertas, el frágil aire eterno" Bluebird Editions, 2009 y "Otros filos del fuego" Avondale Ediciones, 2012. Ha recibido el Premio "DAVID" de la UNEAC, 1989 y el Premio Internacional de Poesía “Nicolás Guillén” 2006.
EL INCREDULO
Commentaires
Sentado entre dos muertos, la sombra del pájaro en vuelo convertida,
/sombra sobre la sombra;
como herida sentado entre dos muertos: la cerveza espuma oleada
/sobre el pecho
y a nuestro lado dos muertos punzando los rostros de la conversación.
La verdad no es el vuelo del pájaro, es el plumaje penetrando la
/ambigüedad del canto,
el canto como un pequeño ruido acuchillado en el vacío del pecho.
En la jarra de los bebedores, la espuma de la cerveza como la voz del
/niño que entre dos muertes canta,
es un ahuecamiento que va el doblez bordeando,
un penetrar lento del plumaje en la oscura sordidez del sonido.
Viene el volatinero con las palabras del último golpearse,
del último secreto impulso de estar ciego.
Todos alguna vez vimos su risa azul y el azul tras la risa del que sabe
/que ha recibido la última noticia;
es el pañuelo, la estrella plateada en el pañuelo que ha lanzado el delfín,
/ahora busca en el agua la hendidura por la que ha de escapar,
pero el niño ha dejado ya de abrirse el pecho, comienza a juntar
/los fragmentos del salto,
pero ha vuelto a saltar y la vidriera se quiebra, cae como una lluvia
/de sal sobre los ojos.
Los bebedores alzan las jarras, beben largos sorbos de cerveza y de muerte,
pero la canción ha cesado, el niño va guardando junto a su pecho
/los vidrios de colores,
pero el delfín ha vuelto a saltar: cruza el pájaro,
la sombra del pájaro en vuelo convertida,
pero el delfín ha vuelto a saltar
y el niño está tendido junto al agua con el pecho cubierto de hojas secas.
Cruza el pájaro, la verdad no es su sombra.
HERIBERTO HERNÁNDEZ MEDINA. QEPD
No es posible, sólo he estado negándolo,
no he hecho otra cosa que negarlo y nada ha sucedido, nada
puede hacernos
sobrevolar este paisaje,
este bosque de palabras que sueñan con ser árboles.
Un minuto, un sagrado intervalo de nuestras vidas en que no ocurra nada.
Vaciarnos de todo, entregarnos, puedo decir
en lugar de poner
lo que se supone mi alma
en la bandeja en la que han puesto las vísceras
que un día me hicieron sentir dolor o hambre.
Entregarnos en cuerpo y alma,
puedo decir,
aunque el cuerpo ya era dueño
de su fluir hacia la nada, dueño
ya era
y ahora estamos negociando.
Recuerdos que remedan
objetos de una sustancia que puede ser cortada;
rebanados,
valorizados: monedas en los recodos de la argucia.
Hemos atesorado objetos que han de condenarnos los hemos puesto en los sitios menos reconocibles,
en esos sitios
a los que llamaría de otro modo si volviera.
Si fuese posible volver, recobrar
al menos la sed, el fuego en la garganta,
fundando las palabras en las que hemos de arder.
Si fuese probable volver a hablar de un cuerpo que nos duele,
de un dolor real
doblegando nuestro vulgar sosiego;
si fuese real, herida, no abierta
en el cuerpo banal de la razón: sangrando,
sangrando.
Realmente sangrando, dirías, y yo podría
extender argumentos, como alfombras antiguas para que puedan pisarlos.
Heriberto Hernandez Medina
Muchas gracias amigo.
Hermann Hesse
El barco, en las aguas detenido
y en la memoria,
es un enorme huevo flotante,
una oscura casa sin puertas.
Puedes salir de tu escondrijo,
polisón del viaje equivocado.
Todos morirán a bordo, no es preciso ocultarse,
no llegará a sitio alguno este ataúd flotante,
no atracará en el puerto de tus sueños.
Las ratas pasean ya por cubierta,
nadie se ocupa de ellas,
no las persiguen los muchachos con garrotes o escobas
para luego exhibirlas como trofeos
antes de echarlas al mar.
Estás solo, como yo, en ese sitio
en el que nadie buscará,
ahora con certeza.
Puedes subir a la cocina sin sobresaltos,
mirar por las escotillas
la realidad circular del mundo en que no existes
hace más de ocho meses.
Puedes subir al puente,
respirar el aire inmenso,
encerrar todo el que puedas
en tus pulmones estrujados de miedo.
Nadie te impedirá tomar cualquier cosa, comer
y beber cuanto quieras.
Los que van a morir
no se disputan más que el tiempo,
las horas,
los minutos,
los segundos que restan para que todo termine.
Están paralizados por el temor,
pronto empezaran a preguntarse
quien les trajo hasta aquí,
qué puso en las aguas esta certeza
de la que apenas se puede ya dudar.
El capitán mira el horizonte,
sabe que pronto vendrán por él.
Quién puede comandar un barco
que no recuerda el día
en que fue echado al agua, el astillero
en que juntaron madera para sus cuadernas,
cuerdas para izar su velamen.
Quién puede ordenar a estos hombres
levar el ancla, deshacerse de todo lastre
si no saben si parten o regresan.
Cada estrella miente,
los mapas mienten.
El horizonte es otra escotilla,
otro ciclo, otro círculo
en que la muerte encierra
nuestra estúpida costumbre de viajar,
de no aceptar que somos algo menos que piedras.
Sabe que pronto vendrán por él;
las velas cuelgan de los mástiles
inmóviles como el sudario de su padre.
No escribirá nada en el cuaderno de bitácora,
no extenderá otro mapa de tierras que no existen.
Mira al cielo, saber que vendrán, siente
la saliva espesa en su boca de pez.
Vienen por él, lo sabe,
y mastica ese tabaco
amargo como la vejez o la ignorancia.
“Mueve este barco,
haz que algo este hoy más cerca,
que nos hallamos alejado de algo cuando la noche
sea la menos turbia
de estas oscuridades”
“Haz que se mueva”,
le exigirán al tiempo que buscan una cuerda.
Pero tú puedes ya salir de ese nido de ratas,
hace varias noches que duermes
sin sentir su presencia.
Estas solo del modo menos deseable.
¿Por qué este barco?,
te preguntaras también en algún momento.
Hay otros, innumerables,
anclados en tu memoria, o
sólo este.
Han colgado al capitán,
se balancea plácidamente, perpetuum mobile,
péndulo,
en el mástil.
Mientras era izado
recordó sus tiempos de ballenero:
un cetáceo hinchado flotando a la deriva
con un arpón infame en el costado.
Eso es su barco, el poeta cree que nadie
sabe de su existencia,
Jonás de esta ballena putrefacta
aún se oculta inútilmente.
Se balancea sosegado, movido por el viento
que ha empujado los incontables barcos de su vida,
movido por el recuerdo
de vientos que aún quiebran los vidrios de su alma
sonríe.
Sabe que morirá suspendido sobre el miedo de otros.
Rememora canciones de marineros,
en Irlanda, o en las noches de Marsella o Trípoli
cantaban en las tabernas
letanías anegadas de alcohol
en las que florecía la rosa de los vientos.
En América, la ebriedad escoge otras palabras
y los poetas se embarcan de polisones
en barcos sin bandera.
Viven entre las ratas, roban pan en la noche,
y cuando todos duermen,
salvo yo que he dormido todo lo necesario,
suben a cubierta a maldecir el cielo
en versos perfectos que nunca escribirán.
Heriberto Hernández
Miami, 02/13/2011
Aquella manera de escribir me era inédita. Heriberto se sentaba y de un tirón escribía largos y complejos poemas como “La Patria del Espejo”, “Lezama y Bola en la fiesta del Jazz” o “Cena en la que me atrevo a mirar debajo de la mesa”. Los escribía en su mente mientras caminaba apresurado, dibujaba un proyecto, curaba una exposición, ambientaba un hotel, viajaba de Camajuaní a Matanzas o hablaba con vehemencia de lo que sabía mucho y de lo que no sabía nada. Pero hablaba con tal seguridad, con tal denuedo que a partir de entonces aquello que sabíamos pura invención era a partir de entonces verdad irrefutable.
No hacía cambios, tachaduras en sus poemas. No desechaba ninguno. Todos iban a parar a sus libros. Siempre me pregunté cómo un hombre tan pragmático podía escribir con un concepto tan romántico.
Muy pocas cosas del abarrote que es mi casa las he escogido yo. Casi todas son regalos de amigos. Heriberto no era dado a los fetiches que tanto gustaban a los que entonces éramos un grupo que andaba alrededor de Vigía. El no era dado a regalar. Anoche cuando todavía la noticia era una incertidumbre mis ojos fueron a dar a una pequeña jarrita de plata que un día, raramente, me regaló. La tengo en mi cocina, muy a la vista diaria, junto con las que uso cada día. Junto con la jarra, por supuesto, me regaló toda una historia de la plata, de su conservación, de cómo debía pulirla y de los valores de la misma, su estilo, y descendencia. La simple jarrita daba para todo un tratado y una sarta de asociaciones insólitas que terminaron con una larga disertación sobre las primeras páginas del Concierto barroco de Carpentier y siguieron con la captura de la flota de la plata por Piet Haine. Anoche mis ojos chocaron con ella. No recuerdo en qué circunstancia me la dio. Es el único recuerdo material que conservo de él.
No sé si él conservó en alguna de sus casas, mudanzas y exilios, la edición príncipe de Paradisso que en uno de sus cumpleaños le regalé. Fue en el patio de Milanés. Tenía algunas páginas en blanco y me dijo: un día de estos las voy a rellenar.
Ahora que el sinsentido nos embarga, que llegan correos con más desconcierto que dolor porque aun nadie lo entiende, oigo su voz imperiosa, desde ese podio natural que era él mismo, recordándonos que “el blanco no es el blanco”.
En Matanzas, a 4 de abril de 2012, a las 7 y 5 minutos de la tarde.
Alfredo Zaldivar Muñoa
al.zaldivar@atenas.cult.cu
Ni cabeza sostenida, ni mano fuerte, ni médula
de madrugar, ni ceremonias de embellecer plato
de la ensalada —que tanto nos hacían recordarte…
Todo, todo en el agujero de concentración como si
hubieras sido llamado a terminar con tanta fuga
y fingimiento; de modo que la sed de realidad sea
revelada como esto del presente: sangre, basura,
agujero, lo que enmudece, caos.
Después de haberte recuperado, de la carne más
pura, cuando los años sujetaba en un único haz.
Lo había conseguido, volvíamos a reunirnos…
Después de que las palabras tendían puentes
a través de desastre y dolor. Ay, amigo, con qué
ligereza te leí, con qué agarre esperé el mensaje
largo que nunca llegó o era la incomprensión y la
ausencia.
No importa la herida en el rostro que siempre será
dulce a mis ojos o acaso deseabas que habláramos
sobre eso: dime, ¿es lo que debo descifrar? ¿sería
así la conversación que de nuevo nos hermana?
Víctor Fowler
Cary Mir
http://www.penultimosdias.com/2012/04/06/in-memoriam-heriberto-hernandez-1964-2012/
In memoriam Heriberto Hernández (1964-2012)
Por Manuel Sosa
He estado varias horas sin reaccionar ante la muerte de Heriberto Hernández. La incredulidad y el desconcierto no son ajenos a la poesía, pero nos dejan sin asideros. Tampoco he querido buscar el camino más previsible: entender su decisión. Alguna vez llegamos a tocar el tema, y lo fácil que resultaría aclararlo todo con los instrumentos de muerte al alcance de la mano. Con seguridad, muchos de nosotros no sabríamos resistir la tentación de esa cercanía, el lastre siempre latente que es recorrer el mismo páramo una y otra vez, y el sabernos inadaptados y solos. Hablábamos largamente de Novás y Escobar, de las antologías posibles, del Canon y la redención ilusoria por vía de la palabra, sabiendo que la poesía puede llegar con gestos, con juegos marcados por la apariencia, y mejor aún: el silencio. Pero Heriberto insistía en describir, casi un artífice del lujo verbal, sabiéndose dueño de una extraña fluidez, seguro de sí, sereno y armonioso. Esa insistencia le mantuvo vivo, y quizás ahora le asegure su otra porción entre nosotros.
No quiso esperar, no preparó un escenario que hiciera su salida más razonable; el mismo cianotipo que guardó para el regreso se mantuvo inalterable entre sus posesiones hasta el último día. Pudo volcar su pasión sobre los libros, sobre sus espacios entrañables y las alianzas que le vieron disentir con inteligencia y firmeza. Inconforme, sabía volver a preguntar y resistirse a la credulidad de los círculos, porque allí donde reinase la albura unánime solía objetar con más naturalidad. Tendremos que acostumbrarnos a la idea de Heriberto Hernández como avizor que ha dejado el concilio por un momento, y pensarlo dos veces antes de aplaudir, no sea que vuelva y nos reproche tanta ligereza. No habrá silla vacía, sino un argumento pendiente, y la conciencia de saber que aún podemos recuperar esa inconformidad.
Antes de describir los frutos del vacío, en libros lúcidos y sobrios, fueron suyas las palabras que ahora le circundan y ya tejen su leyenda.sa
Miami, 24 de noviembre de 2009
Mi buen Heriberto: De modo que ya me reconoces: El lobo y su melancolía. Sin poder entrar nunca a la ciudad, así mirándola, agachado, desde el monte, con los ojos secretamente encendidos... En esa remota selva quedaron cuatro libros de poesía, y gracias a Dios llegó a Miami el quinto, que no era más que el despojo de aquella desdichada y bella costumbre de escribir. Nadie tiene la culpa. Muchos transitaron caminos diferentes, y son dichosos, y tienen tres, cinco, ocho libros publicados. Yo soy el mismo lobo que sigue mirando la ciudad desde lejos, y que de corazón se arrepiente de haberte alguna vez atacado. Un abrazo,
CB
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Miami, 24 de noviembre de 2009
Estimado Carlos Barrunto: Amigo, los poetas no tenemos otra ciudad que nuestra necesidad de escribir. Siempre dudo si es un don o una desgracia. Los caminos que hemos transitado no son en esencia diferentes. Sólo son diferentes los caminos de aquellos que traicionaron su vocación y vendieron su pluma por miedo o avaricia. Siempre he sido un lobo solitario como tú, aunque parezca que las fotos me atraen o me gusten las socializaciones o los grupos. Escribía desde muy joven, pero para ver un libro mío publicado tuve que ganar una mención "13 de Marzo", tres menciones David consecutivas, una mención UNEAC, y finalmente el Premio David. Aún así, mi libro premiado salió un lustro después y con más de sesenta erratas, por lo que lo desautoricé y no circuló en Cuba. No conozco muchas personas que leyeran mi segundo libro, que salió por el escándalo que armé con el primero y que no distribuyeron. El camino ha sido largo y duro. Hemos visto comerse la parte de la fruta que nos tocaba a otros menos dotados, pero más complacientes, y hemos sentido a veces rencor o deseos de morder, pero la poesía está por encima de todas esas cosas. Entiendo tu deszasón porque la he sentido, y te invito a, como yo, acallarla en el rumor curativo de la lectura de los maestros. En tanto, si te place, me gustaría poner algunos poemas tuyos en mi blog. Si así lo consideras, me puedes escribir a: heriberto@bluebirdunion.com. Recibe un fuerte abrazo de HH.
ausentes las estrellas / todas /
las más azules y claras / las más bellas.
Pero de algo estoy seguro: me acostaré
a la falda de un verso puro.
Descansaré, lo merezco.
Tras la lucha, el reducto amarrará su silencio al monolito perfecto.
No habrá llanto / no habrá muerte / no habrá nada
que atraviese esta suerte de esmeralda.
Mineral al fin,
en la piedra comenzaré
a recrear la raíz
invertida pulsando
en la nueva fibra
la promesa resurrecta.
Y así, allegado al suelo,
durmiendo despierto,
fielmente feliz /
el Poeta realizará el trabajo de su sueño.
Para Heriberto, el fragmento XX del Responso por mí. Luz.
Antonio Salvador
ausentes las estrellas / todas /
las más azules y claras / las más bellas.
Pero de algo estoy seguro: me acostaré
a la falda de un verso puro.
Descansaré, lo merezco.
Tras la lucha, el reducto amarrará su silencio al monolito perfecto.
No habrá llanto / no habrá muerte / no habrá nada
que atraviese esta suerte de esmeralda.
Mineral al fin,
en la piedra comenzaré
a recrear la raíz
invertida pulsando
en la nueva fibra
la promesa resurrecta.
Y así, allegado al suelo,
durmiendo despierto,
fielmente feliz /
el Poeta realizará el trabajo de su sueño.
Para Heriberto, el fragmento XX del Responso por mí. Luz.
Antonio Salvador
A todos los amigos de Heriberto
Estoy en Cuba desesperado pues no tengo contacto con Elisa Necesito saber si alguien reconoció oficialmente el cuerpo para tener el duelo con resignación y seguridad de que en realidad Hery ha muerto.Mi Email es cahm862@uclv.edu.cu
Ayúdenme por favor. Carlos Alberto Hernández Medina.
Hermano de Heriberto.