desgarrados y excéntricos



Todo escritor y esto es una norma que no admite excepciones, nace con vocación de olvido. En algunos casos, sin embargo, las plurales formas del pecado van torciendo esa vocación y adornándola con los oropeles de la fama, la gloria y hasta la inmortalidad. Casi todos los escritores devienen traidores a su vacación, que no es otra que la de ir languideciendo entre noches insomnes y amaneceres más o menos inútiles. Cuando aparece la tentación, cuando el escritor ansía el fervor del público, o elabora proyectos que lo alivien del olvido, está traicionando su destino. Surge así la lucha infructuosa y algo pátética por perdurar, esa lucha que el escritor entabla consigo mismo y con sus fantasmas, y que no es sino la coartada de su fracaso. Sólo el escritor menor , alejado de intrigas y conciliábulos, permanece fiel a su designio; sólo el escritor menor sabe que la meta, como dijo Borges, es el olvido, ese animal que todo lo devora, esa enfermedad que nos iguala y reconcilia con el polvo del que procedemos ¿ Quién llevará antes a esa meta?
En este fin de siglo confuso y mistificador, ya apenas quedan escritores resignados a su suerte. Nos afanamos por parecer que tenemos de poetas la gracia que no quiso darnos el cielo, y nos abrimos paso a empellones, en pos de un fragmento de inmortalidad, olvidando aquellas palabras del Eclesiastés que nos previenen sobre la insignificancia de las pompas terrenales

. De Juan Manuel de Prada en Desgarrados y Excéntricos

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