la noche de la sardina
No dejan de fascinarme los normandos con su apego a las estaciones, deben poseer un radar oculto en su genética, cuya sabiduría ignoro. De forma general, la populación que vive en estas costas del norte, frente al mar de la Mancha, sabía que anoche era donde la marea traería la mayor cantidad de sardinas a puerto y la apropiada para despedir el verano.
El calendario dice 21 pero ellos la ponen un miércoles y mas sorprendente, muchos de los que trabajamos en el turno de noche, fuimos liberados por los patrones, por si algún duende, de los múltiples que recorren el país de Caux, escapados del cercano bosque de Tarcanville o de la mismísima Brocelinda de Morgana, se le ocurra dejar los dólmenes y tirarles los pies.
Así es como me sonsacaron y heme en medio de un frío que presagia un invierno rudo, esperando en el Tilleul- las Tilas, una ensenadita con playa a la que se desciende por un camino fantasmagórico hasta el mar , no muy lejos del cabo de Antifer-, a que la fogata prenda y vengan las dichosas sardinas.
Los más preparados llevaban su saco con queso, panes, y salchichas; en mi grupo de puros descendientes de vikingos, esperaron a que entraran al puerto los pescadores, para llenar los cubos de pescado fresco, ese que esta duro y no ha perdido el ojo.
Todo el día estuvo plomizo y el tiempo aguanto y aguanto. A punto de invadir a los vecinos por un adelanto, porque, seria la luna ideal y la marea no sé cuanto, pero no llegaban los dichosos pescados. El pintor que nos convido, tiene casa en los acantilados y créanme, escondió el deseo, pero estaba loco por recorrer los quinientos metros y atacar el primer camambert oloroso –muy oloroso- que había dejado derretirse sobre un platillo a quesos, de esos variados y que sirven de cena, apenas acompañado por un pan de horno y una copa de vino.
Cuando llegaron las sardinas, fue un rumor de la mar, una mancha plateada que saltaba y una algarabía de veinte minutos, que llegó y se fue en la oscuridad. Entonces comenzó el festín. La playa olía a especies, maderas, humillo, arena, piedra, no sé, un olor que te hacia salivar y tener estruendos en el vientre.
Justo cuando terminaba de engullir las sardinas doradas, comenzó la llovizna. Estaba también en el programa? Cualquier meteorólogo que quiera hacer carrera puede pronosticarla en esta región, más tarde o más temprano caerá. Me cuentan que forma parte del ritual, y limpia los dedos, acaba con el verano y anuncia al árbol que perderá hoja, ordena adentrarse en el recogimiento, flores y plantas se protegerán durante unos seis meses, pero sin apurarme, queda despedir con otra fiesta el otoño, ahí, quienes se lanzaran al mar son los normandos sardinas, acostumbrados a estrenar el agua congelada.
Nos queda pues la ceremonia de la primera chimenea, hay que esperar un poquito, la fecha exacta no la poseo, como la boba de la yuca, a pesar del tiempo de exilio, me enteraré unas horas antes, entonces viviré esa comunión que no se ha perdido con la naturaleza, aunque mi jebito y yo estemos hoy con casi cuarenta de fiebre, y la gata Mimi sospeche por el olor que algo ocultamos.
las fotos de mi gata Mimi, son de mi amigo el Burris, pronto subiré otras de su estancia junto a la Kamella, y de nuestras caminatas bajo la lluvia.
Ignacio, estas son las que te prometi.
Commentaires
increiblemente, te lo aseguro.
que ricooooooo
un beso
un abrazo
Gracias, tengo la boca hecha agua