bendicion benedictina
El verano se acaba en Normandía y antes de que caiga la luz hice con mi amiga Akila la ruta de los acantilados, conocida como la costa de alabastro. En Fécamp nos esperaba la exposición de esculturas y dibujos de Bernard Mougin y la degustación de ese licor llamado benedictina , capaz de sonrojar a los santos.
Todo en el mismo palacio de estilo neo-gótico y renacentista y que desde finales del siglo XIX alberga la destilería.
La historia de esta bebida comienza en el Renacimiento, cuando un monje veneciano, Don Bernardo Vincelli, que se encontraba en la abadía de Fécamp, creó una bebida alcohólica utilizando plantas y especias de varios orígenes, Benedictine , rápidamente apreciado en la corte del rey Francisco I.
El elixir fue producido por los monjes benedictinos hasta fines del siglo 18, cuando con el advenimiento de la Revolución Francesa la iglesia perdió sus propiedades. En 1791 la receta, cuidadosamente registrada en un manuscrito, fue a parar a un miembro de la comunidad, quien ignorante del contenido, lo guardó en su biblioteca, hasta que, en 1863, Alexandre Le Grand encontró este libro por azar, descubrió el récipe, y decidió recrear la bebida, de paso la modernizó poniéndole el nombre que lleva en la actualidad.
El éxito fue tal que Le Grand decidió establecer la compañía Benedictine S.A. y pocos años después, en 1882, compra este palacio de las fotos.
En la elaboración de la bebida se usa brandy o cognac como base y se agregan 27 plantas y especias de diversas regiones, algunas de las cuales son: angélica, hisopo, enebro, mirra, azafrán, aloe, árnica, canela. La lista completa es secreta y se dice que solamente es conocida por 3 personas al mismo tiempo.
La combinación es destilada y añejada en barricas de roble en los sótanos del palacio. Este proceso único, y el secreto acerca de los ingredientes, hacen que la bebida sea muy difícil de imitar. De hecho, la empresa tiene con orgullo un sector en su museo llamado el “Salón de Contrefaçons” (Sala de falsificaciones), donde muestra los intentos de reproducción, todos ellos fallidos. Para protegerse de las imitaciones, cada botella de Benedictine tiene en su corcho la inscripción “Veritable Benedictine” y, en la parte inferior las siglas D.O.M. Además, hay una ligadura ancha de plomo que rodea el cuello de la botella y debe llevar la misma inscripción “Veritable” que el corcho. Por último, las siglas D.O.M. Muchos han interpretado erróneamente estas iniciales como “Dominican Order of Monks” (Orden dominicana de monjes), sin embargo, en realidad responden a la frase latina “Deo Optimo Maximo”, que puede traducirse como “A Dios, el mejor, el más grande”.
La manera tradicional de degustar el Benedictine es en un vaso de trago corto con forma de campana, a una temperatura ambiente o adicionando un cubito de hielo. Su color es dorado profundo con reflejos naranjas. El bouquet es complejo, resultado de la gran cantidad de ingredientes que participan en su elaboración, y se pueden distinguir notas cítricas (limón), especias (incienso, cardamomo, hisopo, vainilla), herbáceas (árnica, sándalo) y, por último, una ligera nota de pan tostado. El sabor es dulce y suave. La graduación alcohólica del producto es 43º. Todo esto lo traduzco, es divino.
Tambien se hacen cocteles, el Orient Express (1/5 de Benedictine, 1/5 de cognac y 3/5 de jugo de naranja), el Benedictine Naraja (2/5 de Benedictine y 3/5 de jugo de naranja) y el Café Benedictine (1 medida de Benedictine, café, servido en un vaso alto, cubierto con crema batida y espolvoreado con chocolate), pero todo eso entra en pecado y sacrilegio, a mi gusto.
Además de la Benedictine, la empresa produce B&B- el licor diluido con brandy-creado en 1930 por un barman del famoso Club Twenty One de Nueva York .
De regreso, una escapada a Etretat.
Pensar que vivo a unos treinta minutos, pensar que saboreo el elixir y aunque no tengo el corazon para escribir en el blog, pienso en ustedes.
Bendiciones.
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¡Salud!