Abre tu cabeza -Ya Abrí mis ojos , Luis Tomasello





















He sido mala en el agradecimiento. Un pudor de extraño origen me obliga a huir cuando un tesoro se abre en mi camino, como si todo fuera demasiado bueno o no lo mereciera y estuviera retardando a la persona que me lo ofrece.

Ha llegado el tiempo en que  » sé muy bien que un escritor no llega nunca a escribir lo que él quisiera escribir y que cada libro nuevo…, un libro más es, en cierta medida, un libro menos, menos en ese camino para irte acercando al libro final y absoluto que nunca escribes, porque te mueres antes » como sentencia Julio Cortázar, lo cual suena grave en mi caso de escritora poco publicada, con manuscritos que sufren de computadoras que extravían, desaparecen, y mueren de memoria amontonada.

Nací con estrella, al lado de un ángel –no importa si celestial o del infierno- que buscaba a una inocente muchacha para regalarle una biblioteca- tal era y es mi sed de palabras.

Durante la adolescencia negué la seducción de mi cuerpo,  pensé que la selección de mis hombres reposaba en libros compartidos. La edad me permite transgredir. Los ovarios y el exilio pusieron todo en plaza, vagabundeé con desconocidos, siempre aspiré a ser una vieja indigna, a hacer valer el vértigo químico de una presencia masculina, quizás buscaba un espejo. Ahora sé que las piernas también cuentan.

Algunos de estos ángeles, especialistas en  ritos y conjuros,  me sacaron del triste destino de provinciana y desafiaron por mí el universo, mucho antes de haber nacido.

Si la mediocridad y estrechez de pensamiento no fueran tronco y palma de los intelectuales cubanos, cada poetiza podría mencionar libremente, en sus textos, a quienes ha amado, y no solo en el lecho, también  amigos. 



  


















Hasta donde tengo memoria,  mi primer ángel fue Luis Marimón, maldito poeta que vivía detràs de casa, por el Kilómetro 101, en Matanzas. Con él fui por primera vez al teatro,  conocí los remolinos de ríos,  robé cañas, tuve miedo en  la gruta donde habían matado a una niña ciertos brujos africanos; esperé el pase de trenes sobre el puente plateado, a un paso de caer de los rieles al agua, de confundir sangre y mano con los platanillos del río San Juan, para terminar en casa de Carilda Olivier Labra y compartir cazuela.

Dice la leyenda que Luis murió bajo un puente en las Vegas, pero fue frente a la cantina del bar que su corazón estalló en pedazos. Ambos compartimos la memoria formidable de olvidar todo, desde la gota insistente que forja la estalactita en las cuevas de Bellamar hasta la domadora de leones del circo, que no sabía qué parte tocar para que el animal hambriento rugiera, y ofrecer una función memorable.

Cuando mi madre me contó que había muerto y desconocían dónde reposaban sus restos, perdí el habla durante semanas. Pensé que iba “a morir? envejecer después de haberle querido fue ENORME epopeya”, para “ llegar a un sitio desconocido y oscuro de uno mismo”.








Marimón murió borracho. Yo, a usted, Luis Marimón, le he amado,  padre, hermano, maestro de andadas.


































Otro ángel se aparece, posado en su bigote,  Fayad Jamís,  poeta y  pintor-jamás el diplomático aterrado dentro de una guayabera azul.  Cuando me descubrió, le descubrí- El Moro me contemplaba sin zapatos, por la casa espantando al desvelo.

No estaba preparada para su muerte, para la Muerte- de ese regalo paso-. No estaba preparada  para conservar bienes, menos cuidar obras, ni andar entre dinosauros de la cultura, -esa agalla me es ajena-, estaba consciente de ser ‘ feto sin vida’ desde el vientre de mi madre, y buscaba estepas, banquisas, fuegos nuevos. Ni criticas, elogios,  ramplas,escaleras, me han tentado, sigo aûn en solitario.

Nunca he querido ser viuda, a mi muerto lo trimbalo  con mancebos de poco corte, pero muy bien potentados. Corsarios, piratas y vagabundos entraron a mi reinado, pero jamás han saqueado su memoria – de eso se encargaron sus parientes, sus cercanos-. Mis bandidos sexuales enarbolaron banderas y Fayad resistió.  Ahorcado en un café parisino, seguimos conversando de guajira a campesino, de ciudadano del alba, a adolescente de la mañana.

Hay muertos que cuando se entronan en el alma son toros escupidores de ruedos, y convierten en arena cualquier amarillo.

Fayad me legó tantos amigos livianos como enemigos impacables. Por él se acercaron artistas renombrados en busca de libros,  poemas, de cualquier constancia, fue necesario atestiguar que habían estado en casa, tomado café y conversado con el Moro.



















 
Yo fui testigo,  preparaba mejunje para tertulias.  Una vez que el visitante establecía su  posición en el mundillo de  ‘Fama’, me desaparecerían tras las volutas del habano del Moro. Eso me convino, la discreción es la mejor aliada para poder hacer mi reverendísima gana en vida tan corta.









 







Con Jamís aprendí a controlar el coloreaje, a respetar la línea y seguir el dibujo; a cortar sin titubear un cartón de 300 gramos; también a cambiar comas, la estructura de frases. Todo es inseguro en el arte, él olfateaba y reconocía lo mejor. Me enseñó lo justo en palabra,  mirada, alma. Con él aprendí la Ciudad de la Habana, a descolgarme de la Universidad y bajar por O hasta 27 y sentarme a trabajar sin directivas, ni temáticas estrechas, a investigar en humildad y darle al cuero y la pata’ a la lata poética.

A sentir respeto, e ir en las madrugadas a los bajos del balcón de Dulce María Loynaz, por si  estaba despierta, por Fayad Jamís murió cabalgando la rabia de no tener más tiempo para el amor. Yo, a usted, Fayad Jamís, le he amado.si había alguna luz en su casa y deseaba conversar.

Tomàs Álvarez , su amigo de infancia, Luis Marrero, Rafael Alcides, los Víctores, el Casaus y el Rodríguez, Rivero, Saíz, los jóvenes que pedían claves para entrar en el apartamento como carpinteros de bibliotecas: Omar, Carlos Augusto …Fowler,  Emilio, Cira Andrés, Albis, Wendy.. son muchos los  visitantes de los ochenta. Esos son los que cuentan.

Pero cuando Fayad se fue, una cruel fauna mordisqueó nuestra casa planeta. Entretenidos en poner trampas y llevarse lo que vale, me dejaron para mí sola al poeta. Miren el BIEN tan precioso que tengo en las manos. Les agradezco despojarme, me siento ligera,  y en su honor les maldigo por haber dispersado sus manuscritos, las tintas  y no respetar a Guayos,  pueblo perdido en el centro de la isla, que fue su infancia.

Todos los días llegaban los que faltaron a las curas citostáticas. Me costó mucha intuitiva precaución saber si se trataba de un amigo, de un coleccionista, de un bucanero, un abogado, un representante del estado, la contrainteligencia en persona , una enamorada, un admirador de paso, pero a todos firmé el acta de paso.

He leído mucha crónica que menciona ‘tertulia en casa del poeta’. Fui la que abrí la puerta y sin embargo, borran mi nombre para quedar como invitado especial de Fayad.  Desde la sombra, agradezco mi trasparencia corporal, siempre me ha gustado ser la lady del castillo, la reina.

Fayad murió carcomido en sus entrañas, sudando sangre, en noviembre de 1988, entre raras cabalgatas de fantasmas, frente al Malecón de la Habana. A él le debo la grandeza, el silencio que espanta, el amor sin prejuicios, la muerte que trunca planes,  la entrada del mal en mi existencia,  daño que viene por vanidad,  trauma no cicatrizado,  avaricia del hombre.

A él le debo saber que cualquier palabra de poeta es susceptible de ser utilizada, en el futuro, para una causa,  poco importan las publicaciones  o tu voluntad; de todas formas el palo  espera,  si lo esquivas, pasas el resto inventando una historia que no es la tuya.

Le debo renunciar al orgullo, a todo tipo de arrepentimiento. Con  humildad sentir que  aquellos que se convirtieron en enemigos, tras su desaparición, no me conocen. Aquellos que se transformaron en amigos buscaban apretujarse en mi recuerdo, o apostaban, en mayoría, por una adolescente poeta, extraodinariamente antisocial.  Roberto Fernández Retamar lo sabe, fue el único que puso cara, despidió cuerpo, buscó fosa, levantó bandera, y se ocupó de su  amada. A Retamar mi agradecimiento. Cuando logré que olvidaran viejas querellas por novia compartida y Fayad aceptara trabajar para Casa de las Américas,  cerré un ciclo: el despecho y la testosterona volvieron a la bondad.  No fue simple, usé estrategias como en cualquier Corona, teníamos las arcas vacías y ocupaba al Moro, quien transitaba entre un divorcio con pedidos, el rechazo de antiguos diplomàticos, y su condición de poeta repatriado que cae, súbitamente, en la isla màs pobre y atareada en el estancamiento que Hombre libre pueda imaginar.



Fayad Jamís murió cabalgando la rabia de no tener más tiempo para el amor. Yo, a usted, Fayad Jamís, le he amado.

La mía vida fue, desde entonces, huir a Groenlandia tras los lobos.

























II

Ya Abrí mis ojos , Luis Tomasello

En el tumulto de sombras que enfría las manos cuando muere tu amado, encontré a otros ángeles. Fue en la Habana, en el apartamento de O y 27, en el Vedado. Sonó en la puerta un hombre canoso, alto, de mirada penetrante y cara de actor americano, o de cascarrabias: Luis Tomasello.

Tenía acento argentino y aspecto parisino. En 1989 no existía  conexión internet, si conocías a un tipo o bien habías leído su libro, caído sobre un periódico del extranjero, o violado cualquier norma de lo oficialmente y culturalmente necesario para navegar en el Caribe.

Datos me faltaban, mas hubo empeño. Siempre estaban los dadaístas, el poemario Los puentes para soñar la Sena, Cortázar, los cronopios y el encanto. La atracción intelectual fue inmediata y se consolidó en Nicaragua donde viajábamos invitados por Tomàs Borges, en aquel entonces Ministro y militar de rancho grande y mucho codeo con poetas.

Paseamos por la laguna cercana a la isla de los monos, comimos en el volcán junto a Benedetti, y todos los jurados del concurso Casa de las Américas, – invitados por Borges, quien había ganado el premio de novela en la edición del 89.

Yo andaba en penas y era ignorante. No saber quién era quién me permitió escuchar.  Precavida como adolescente, no canté crónica, no entré en la autoleyenda, ni  enmarqué  el encuentro. Estuve con la flor y nata de la intelectualidad latinoamericana, sola como un pajarillo que ha perdido rumbo. Tomasello , convencido que me parecía mucho a Carol Dunlop la última esposa de Cortázar, se empeñó en que hiciera  peregrinaje hasta el Café Bonaparte, donde seguro encontraría el signo que me devolvería a la vida.





 


















Todo fue rápido y de  gran susto; mi estado, tras la muerte de Fayad, era tan deplorable que no causaba sospecha, ni envidia a nadie. Todo el mundo firmó permiso, convencido de que me quedaba poco. Llegué directo del aeropuerto a Notre Dame de Paris, llegué en cuerpo, por el resto tardé varias horas. A una cuadra de Père-Lachaise, en la calle de Villiers de l’Isle Adam, tras subir una escalera y atravesar un corredor ordinario, un esplendoroso jardín salvaje.

La casa que diseñó y construyó Luis Tomasello  tras su llegada a Paris en 1957,  espacio -esencia de luz,  gana  cualquier concurso arquitectónico. Ahí tenía mi cuarto de adolescente viuda, la carta de Metro y un programa de reina caída en el marasmo.


















 


Luis Tomasello me regaló Paris. El arte cinético, hasta entonces entrevisto en reproducciones de revistas. Uno de sus creadores, el hombre que ha tocado tantos muros, el desconocido que ha trasformado esquinas y edificios en obras de arte, preparaba un asado en la chimenea, como si estuviéramos en otra dimensión. En las paredes de blanco,  el vértigo ilumina, mi cabeza abierta al universo.

Atmósferas cromoplásticas- léase tarugitos más pequeños que mis dedos, posados sobre una superficie negra, gris, blanca,  proyectaban  naranja encendido,  amarillo vivo; todo en movimiento, ojo, cerebro, membrana, fibra poética al descubierto. En  el lado izquierdo de mi cerebro saltaba la emoción. Belleza y  misterio científico, alquimia de  luz.

Este hombre altísimo, como un niño modesto y tímido, abrió sus armarios de dónde sacó acuarelas, óleos académicos, quería que fuera despacio, pues la luz se gana.

Decidió por gracia de su voluntad ser mi maestro, y continuar educándome como no tuvo tiempo Fayad. La única razón que le inspiraba  era que todo me cautivaba, y  Paris tiene “el clima universal donde prosperan las buenas plantas”.

Pero yo debía saber que “no sería fácil”. Cuando Tomasello llegó a Francia, pintaba casas. “Era un poco duro –recuerda–un año y medio después, Denis René me incluyó en muestras, mi mujer enseñaba español y pude dejar la verdadera pintura: la de brocha gorda. Empecé a trabajar con la geometría que simula movimiento en un solo plano y enseguida pasé al relieve. Ahí redescubrí la luz. Miraba el reflejo de unas barritas de papel y pensaba: estoy buscando el color en lo transparente, ¿puede ser que acá haya algo?. Y había.”

Tomasello me alertó que todas las nuevas ideas tardan en instalarse. Me habló de su padre, un inmigrante siciliano que no sabí­a leer ni escribir, pero que le enseñó a trabajar, del esfuerzo, de la educación, de los valores del espí­ritu, y yo le hablé del mío, un rudo guajiro del Valle de Yurumí que se dedicaba a construir barcos y tejer tarrayas para pescar en la bahía de Matanzas.

Con mis cartulinas le acompañé a Montmartre, quería ver si por diez francos alguien se enamoraba de un trazo y lo logré. De todas formas, la visión que él me estaba presentando, germinaba y rechazaba cualquier intento anterior. Estaba por nacer.

Desde entonces no puedo ver una mancha, una línea sin detectar algo profundo. Como Tomasello, me sigo preguntando cómo pasa todo y al instante lo olvido, para solo crear en lo sensible. ¿Sera la inocencia un caudal infinito?

Nos fuimos hasta Arras, detrás de Verlaine. Visitamos Chartre , jugamos a los vitrales y sus transformaciones. Yo, con pies helados, dentro de botas cubanas que no convenían al duro invierno de enero de 1991, me apretaba bajo una estola color pelo de perro- fíjense la ignorancia mayor-  que fuera tejida por Carol.

« Descubrí­ que la luz, al atravesar esos vitrales medievales, formaba los colores y los hací­a visibles. Así­ me iluminó el concepto  color-luz« 

Llevaba el  poemario de Fayad para  Los puentes, visité el taller de Fayad en los años cincuenta, en solitario. Tomasello me dejaba en el barrio y me decía por ahí y desaparecía modesto, quería que Fayad fuera mío –un libro de fotos del itinerario quizás salga en la Habana con el nombre de otro- mis libros tienen esa suerte: mal amados, pero apropiados por cualquier necesitado.

El museo, la exposición, la inauguración, Madame Pompidu, el restaurante,  la tabla como  parcela estructurada, la cena de manjares desconocidos,  la geometría despierta apetito, corrió por su cuenta.

Cada amigo que me presentaba tenía una increíble página en la historia del arte. Lippa se movía entre su mansión y mis dibujillos, fascinado, y yo que no merecía me aplicaba a no manchar el taller de Tomasello, todo de blanco, jamás había imaginado un muro sin manchas, cuando me da el arrebato de olear un cuadro.

Orden, disciplina, trasmisión. Ya nunca fui la misma.

« De Mondrian no sólo aprendí­ la vertical y la horizontal sino los conceptos de lo mí­nimo y lo máximo« .

Me sobraban hierbas- malas- en la finca donde  debatía conceptos, visiones, delante de un hombre que me ensenaba a leer en el reflejo de cráteres. « La luna es más poética que el sol, porque su luz es una luz reflejada ».




Fueron tantos los descubrimientos que narraba en cartas a mi hija en la isla lejana. Los escribía  en una máquina verde, de las ancianas, la misma en que Julio Cortázar tecleó Rayuela, la que C marca cronopios y F, famas. Si a usted, después de trastear durante más de un mes en un teclado, le cuentan que su propietario es Cortázar, se sentirá, sin dudas, como yo, víctima de una adrenalina destupidora de recovecos mentales y válvulas cardíacas.
























El viaje a Cortázar fue más lejos, tuve en mano los originales de “Un elogio de tres”(1980) y de “Negro el diez” (1984), entre otros manuscritos. Luis conoció a Cortázar en París. Él sabía quién era por su nombre, fue la época en que pintaba casas.

“…Fuimos amigos hasta el último momento. Hablábamos de todo, de lo que estábamos haciendo y no sé de qué… Yo no soy un intelectual pero pasábamos horas conversando. Era por él, que se adaptaba tan bien a las personas. Anécdotas hay muchas. ¿La primera que me viene a la cabeza? Tenía una biblioteca repleta de libros y discos. Le propuse armar otra. Preparé la madera y la hicimos juntos. No era hábil, pero le interesaba el mundo de las ferreterías, pienso que era para ir un poco contra eso que no le salía. Tenía un armario lleno de herramientas. Cuando murió, encontramos 42 destornilladores. Yo, que los uso, tengo diez como mucho… “

Todas las tardes, nos sentábamos a la mesa, delante de una exquisita sopa de vegetales, que Tomasello preparaba en cantidades de bodega española y me evaluaba, recapitulaba  lo que había aprendido.

¿Estuviste con la Maga en el Ponts des Arts? ¿Conociste la Quai de la Mégisserie , la del capítulo 8 de Rayuela? Y me aconsejaba rutas: “Pásate por el café Old Navy del Boulevard Saint Germain , ahí se sentaba en las tardes…”

¿Supiste de tu nena?- por ahí comenzó la conversación. ¿En qué año nació la Laura? Le respondí en el 82 y cambié de tema, la nostalgia me va muy mal. “Este es un viaje surrealista, Fayad Jamis no se imaginó que yo pudiera un día estar en Paris…”
















Tomasello captó el menaje y desembocó en otro 1982, en aquel mes de mayo donde Julio Cortázar y Carol Dunlop, ambos muy cerca de sus muertes, emprendieron un viaje, con reglas estrictas, hacia la irrestricta libertad del no lugar,  el no tiempo. Se trataba de cubrir el trayecto París-Marsella, nueve horas en auto, en 33 días; sin salir de la autopista, deteniéndose a « hacer noche » cada dos paradores, escribiendo un cuaderno de bitácora que sería la novela Los autonautas de la cosmopista…

Yo debía apropiarme de Paris, y todos los que por la ciudad habían pasado y dejado testimonio, en igual tiempo. El pánico me infligía una prisa desconocida, y fue entonces que Tomasello, hombre práctico y de gran carácter, organizador de un programa estricto para guajiritas pies descalzos me indicó, con ese tono de orden con que siempre me ha tratado su ternura educativa: “mañana vamos al cementerio de Montparnasse”.





















Entramos al cementerio a la hora de apertura, recuerdo que escuchaba nombres, Baudelaire, Sartre, Simone de Beauvoir, Samuel Beckett, Emil Cioran, Porfirio Díaz, Marguerite Duras, Emile Durkheim, Guy de Maupassan …Tenía un plano, pero en aquel entonces me era ajeno orientarme en callejuelas rodeadas de muertos.

Tomasello conocía la callecita, y me enroscó en una especie de laberinto hasta las tumbas de Julio Cortázar (1914-1984) y de quien fuera su última mujer, la escritora canadiense Carol Dunlop (1946-1982).

Estaba frente a dos lápidas, y eran solo una- diseñadas por los argentinos Julio Silva y Luis Tomasello. Este hombre a mi lado había creado la tumba de su amigo muerto. Una especie de libro en mármol. Con su enorme mano  sacudía rastrojos que, por  extraña vocación de admirar, depositan los visitantes.

Frente a esas páginas en piedra, parecíamos cronopios desesperados.



 













Julio no quiso que pusieran a Carol como su esposa, como es habitual en estos casos de matrimonio con notable, “porque ella valía por sí misma”- me dijo Tomasello. Yo anoté la lección.

Desde entonces dejé de estar hipnotizada y abrí los ojos, cada vez que veo una sombra sé que se refleja otro espacio espiritual y tengo a Tomasello en la órbita, dando látigo al color, para que el enigma sea.

Unas semanas después, regresé con mi hija. En la Habana me esperaban procesos, herencias, y jaleos ajenos a los cronopios.























“Empecé por romper los espejos de casa, deje caer los brazos, miré vagamente la pared, y me olvidé. Canté una sola nota, escuché por dentro. Y oí (mucho después) algo como un paisaje sumido en el miedo con hogueras entre las piedras, con siluetas semidesnudas en cuclillas, estaba bien encaminada, pues también oí un río por donde bajan barcas pintadas de amarillo y negro, oí un sabor de pan, un tacto de dedos, una sombra de caballo…” pero  las “famas” me hicieron perder razón y renuncié a acompañar a Tomasello a New York, y a abrocharme a quien podía sacarme a la luz bastante rápido.

Los alumnos deben abandonar a los maestros, aunque se entristezcan, y buscar un camino propio, es la única forma de agradecer y de saber si se vale o no.

Una extraña dama azul de aquella época que me apuré n enviar a un concurso, antes del regreso a la isla,  había ganado premio de pintura en el país de Caux, y me invitaban a exponer en el Musée de la Prieuré, en Harfleur. Desconocía que en este viaje me dejarían fuera de la isla, por suerte junto a mi hija, ahora voy para los veinte años de exilio.

Vendría la época de no nombrar nada conocido, ni siquiera nombrarme y exponer y exponer entre extraños que jamás habían escuchado el nombre de Luis, Fayad o Tomasello, de quienes evité cualquier referencia.

Empecé, desde el otro lado del tarugo, desde la parte oscura, la que no se ve, a pintar, a escribir y a escribir, apartada de todos, en un pueblucho de la Normandía brumosa, hasta que decidí reaparecer ahora, cuando el reflejo me ampara y puedo asumir la palabra, el color, el que aprendí con estos maestros.

Hoy, me estoy curando con la escritura de lo que será mi único libro “ Maldicionario” y reparo erratas. Bendigo a Luis Marimón, quien me enseñó a vivir en la embriaguez de un mundo paralelo; bendigo a Fayad Jamis quien apostó por la poetisa de provincia y me presentó en la Habana; bendigo a Luis Tomasello, quien me regaló Paris, me reconoció en cronopio y me mostró el secreto:  hacer obra sin esperar elogio ni campanas.















“… y cuando usted lea estas páginas, paciente lector, no serán más que una hoja de alcaucil del tiempo. Cosas y cosas habrán sucedido. Y, como cantaba Jean Sablon: Todo pasa, todo se quiebra, todo se desgasta. Ya habrá otro en mi lugar. Otra guerra arderá en otros horizontes ». -Cortázar.

Margarita García Alonso

Le Havre, 11 de abril del 2009






























Obras mencionadas. Luis Marimon, Herencia de la soledad, ediciones Matanzas, 2005 Fayad Jamis, Los puentes. Negro el diez. Sobre serigrafías de Luis Tomasello (1983). Traducción al francés de Françoise Campo París, Galerie Maximilien Goiol, 1983 Un elogio del tres (sobre las pinturas de Luis Tomasello) (1980). Zurich: Dolf Hürliman, 1980. Traducción alemana de Úrsula Burghardt. Traducción francesa de Jacques Lassaigne. Luis Tomasello,uno de los creadores del Arte cinético. Una mano enamorada, Grafo edizioni, 1997. biografía de Luis Tomasello en el titulo de este post, o en http://www.macla.laplata.gov.ar/exposiciones/anteriores/2004/LuisTomasello.htm

Commentaires

Kerala a dit…
Dios mío, magistral. He disfrutado esta lectura, ensimismada
Agotador, en el mejor sentido. Es vida, independientemente de que se narre bien. Dista mucho de mis experiencias pero puedo entender tus sentimientos.
Gracias por haber pasado por casa.
Besos.
David
Anonyme a dit…
Me he quedado muy impresionada, no asociaba nade de lo que cuentas con tu vida, chiquita mala...oh!
Aguaya a dit…
Yo igual... sin saber qué escribir...
Un abrazo!!!
chiquita, tremendo este homenaje que me encuentro aquí. cuántas anécdota, cuánta vida! bravo por ti, por dedicar lo mejor de tus memorias a estos grandes amores que construyen tantos capítulos de tu vida.
muy interesante.
muchos besos
Que bonito escribes Magda!

Tienes un premio en mi blog, Art De Zurama, http://artdezurama.blogspot.com

Enhorabuena!! :)
Anonyme a dit…
está soberbio y siento que una vez que se comienza a hacer limpieza en el closet del alma no es posible parar...suerte Marga
Al Godar a dit…
Uno presiente a la primera lectura donde ha ido a parar. Es como un brillo que delata la gran obra y que se sale por encima de las anecdotas. Aún sin saber de donde venías.

Saludos,
Al Godar
Anonyme a dit…
¡Por Dios! ¡Qué oculto lo llevabas!

Un besazo
Chantal Plata a dit…
No pudiera leerlo de una... así de intenso es...
Intenso, muy intenso. Buenísimo. Te sigo.
Puchungurria a dit…
Muy bueno Chiquita!! se que eres muy intensa, y tienes mucho que decir, gracias por compartir, me he quedado muy emocionada con esta lectura.
oye, dejame saber como te encuentro en facebook para que veas fotos del delfin, jajaj lo intente y no te pude encontrar, vi tu blog pero no te encontre.
cariños
Carlos Augusto Alfonso a dit…
muy bueno felicidades
Anonyme a dit…
De nuevo...Margarita escribio el domingo ultimo este articulo muy fuerte y bueno sobre los angeles que le han acompañado en su formacion artistica y la Zoe saca uno hoy , tomando literalmente, frases completas , sobre su angel azul. SE pasarara la vida leyendo lo que pone Chiquita para hacer su blog.
PLAGIO DE IDEAS, DE TEMAS, DE FRASES
ESTA DE ATAR!!!!!!
Anonyme a dit…
que hija de pute, no tiene nada en la cabeza. Ponle esto en su blog, dile : ya que me copias te doy algunas ideas de las que pensaba hablar, a ver si puedes pasarte de copiar.
720810693883 a dit…
Marimón desordenó mi vida por completo. Me tomó años volver a escribir después de conocerlo. Es que estuvimos en su casa un fin de semana, mi mejor amiga por ese tiempo, que también era poeta, su novio, que también era mi amigo (y trovador) y yo. Nos había mandado Raúlito Torres, que rea amigo personal de él.
Bueno, para hacerte la historia corta, la poesía de mi amiga me traía ya a rastras porque era super pasional (como la tuya) y encima dramática (escribía teatro en verso!: "No me abandones! Soy un bichito tierno en tu camisa/ y tú una gran semilla en mi memoria/ Soy el suspiro milenario de todas tus mujeres/ y tú el abrazo único que tuve!/ No me abandones... No quiero hacerme vieja sola...")
En resumen, que entre la certera pasión de ella y el desasosegado nihilismo de Marimón, me quedé seca. 5 años sin escribir ni una letra. Pero lo de Fayad fue mucho más natural, fue una quieta sorpresa, como Silvio cuando tenía 14. Sus poemas se han quedado en mí como argumentos, como convicciones... A veces digo frases -en los poemas y fuera de ellos- cuya idea esencial es claramente original de Fayad Jamis. Por ejemplo, el otro día, cuando escribí que necesitaba "un regazo, una bahía, un nido", proviene claramente del poema de Fayad que dice "Mi alma es una gran bahía donde siempre hay un barco que se va". "Los puentes" fue mi libro de cabecera durante años.
Mi idea de París está claramente modelada por: Cortázar, Fayad, Anaïs Nin y el resto (desde Balzac hasta Martínez Villena) en ese orden estricto.
Jorge Luis Rodriguez

...entreleyendo Di Marga Code descubro la referencia a la muerte del poeta, y las memorias de Alejandría resuenan otra vez en mis tercos oidos: "qué manera tan extraña de no ser Luis tiene la gente ".
Ahora que ya entramos en la Era de Acuario, bajo el Sexto Sol, comprendo que es hora de revisar los códices, las sombras y las leyendas.

Yo andaba por Yellowstone en un jeep con mi hija Beatriz y mi esposa Beatrice, navegando entre aguas termales, geisers, y osos que cruzaban el río frente a nuestra tienda, cuando me llamó Haydee Gómez desde Miami para decirme que Luis Marimón andaba por Las Vegas. Debía preguntar por él en un mercado cubano donde lo reconocían.

Pasamos los cuatro un par de días alucinantes en la ciudad de las luces, el juego y el alcohol con música... Luis en Las Vegas era como un pinguino anacrónico en la Ciudad de Arena. El pingüino es un pájaro que no vuela, es como un pez que quiere volar pero no nada.

De esos días quedaron un puñado de poemas que no sé si encontraré alguna vez porque después de aquella última ronda me quedé sentado para siempre en el Parque de la Libertad, como cuando Luis se sentaba allí a escribir y regalaba los originales de sus poemas de amor a las muchachas que pasaban.

Al despedirnos me entregó la última copia de Las Siete Muertes de la Niña Cecilia y me dijo "Un beso en tu Corazón".

Seguimos nuestra ruta de regreso a California y al llegar a Los Angeles conseguí para Luis unas habitaciones con balcón sobre el Boulevar Sunset, enfrente a donde teníamos la Galería Batá, y lo preparamos todo.
Todo, menos esas palabras del cuervo que ya estaban dichas.

Cuando logré hablar con el bodeguero de Las Vegas y le dije que Luis estaba perdido, no lo podïa encontrar. El bodeguero me dijo que más perdido iba a estar cuando me contara la historia:

Una de esas redadas (que sólo conocía por las películas de Hollywood), había caído sobre el hotel donde se quedaba Luis, con policías y metralletas descolgándose desde los helicópteros en medio de la noche.

Después de cruzar el Estrecho de la Muerte y ser deportado a la Base Naval de Guantánamo antes de poder finalmente entrar en Norteamérica, aquella fué la última gota que le faltaba al vaso de Luis para derramarse.

Al salir libre entre los que estaban " ïn the wrong place at the wrong time", Luis fue directo a una barra, y con el impulso del primer tragó cayó hacia atrás sobre el suelo. Ya no se levantó más.

Cuando supe esta historia ya era demasiado tarde para reclamar su cuerpo, que habrá ido a perderse entre los desaparecidos en la fosa común. Escribí un par de poemas que, como Luis, no sé adonde habrán ido a parar.
perdonen los acentos que faltan, los errores gramaticales, no tengo corrector y este pc esta en agonia,
gracias a todos.

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