LA LOCA SE HA QUEDADO SIN CASA
La isla de la maldición amanece con sus locos en la faena del rescate. Un trozo de madera carcomido será la ventana de un cuarto mancillado por la acumulación de trapos que sirven de colchón.
El ciclón Ike ha arrasado a Cuba. Ya no tengo que preguntar por mis cuadernos, o los tesoros que escondí bajo la cama rosada, la de Matanzas. Muebles, papeluchos de amigos, cajones, latas, diplomas- nada de copas, joyas, ni artículos civilizados- se han dispersado con la ventolera, engullidos junto a la mata de mango.
A todas estas constato que el señor de la barba rala, desarticulado y prepotente sigue escupiendo orgullos patrióticos inmateriales y pesados, y le ha dado, otra vez, por negar lo poco de suerte que puede venir de sacos de arroz, carnes enlatadas, medicinas o ropitas de ocasión para los sobrevivientes.
Las ayudas no pasarán la frontera de ese fantasma, fanfarrón capitán de un barco en nieblas que aún dicta sentencias cuando da de las tripas al amanecer.
El hermano de este Tótem averiado, tótemizado el mismo junto a ministros de eras monumentales y grandiosas catibias inhumanas, asiente. No aceptarán ayudas. El experimento no ha acabado y aún pueden explorar como los cubanos resisten, como “el hombre nuevo”- descabezado de idea revoltosa, poblado de desolación- aguanta penuria, escasez, desconcierto y no se subleva.
En la carencia olfativa de las naciones, en la solapada crueldad del mito, este ciclón se llevo a bolina las fotos de esos viejos delincuentes, lideres en el mancillar muros e imponer vallas publicitarias de ideológica fiebre.
La casa de mi madre se ha partido en pedazos, y a ella nada le importa. Ha envejecido en los fragmentos. Mi madre solo resguarda el puzzle de los que están lejos, de los que se han ido, de los que no volverán a verle. Vive en ojos de laguna ausente.
Mi padre teje su taraya en el ojo del ciclón, pero no llegan peces muertos, ni peces vivos, solo fango, goteras, comejen, lozas agrietadas, tejas desoladas de perder su vista al cielo. Ha transformado su oficio de constructor en ponedor de yaguas. Es el excelente zurcidor de grietas del vecindario. Hay que tener vocación para curar huecos.
Mi abuela se acurruca en aquella sábana que hemos heredado, de mujer a mujer en familia desde que existe el lino. Lastima, mi abuelo Gerardo se ha marchado, me hubiese narrado el huracán Ike con su dedo cortado en dos y su verbo de condena jovial. Ya no volverá.
Mis hermanos se han apuntado a la cola de los sin rostro, se han confundido en la marcha forzada y nada les queda, ni camisa blanca con gemelos de nácar, ni la esperanza de que en la primavera próxima tengan mamoncillos.
Sin motivo aparente quiero dar forma a las palabras, zumbarlas como un avioncito de papel a la cabeza de la humanidad. Como una vibración irracional repito oraciones oscuras y padezco de versos en los trasportes públicos que me adentran en el Paseo de la castellana, ahí donde ni el papel aguanta la multitud.
Y es la ilusión extrema tanta búsqueda. Me he afanado: he tocado en todas las malas puertas, en la puerta de las puertas, y en las puertas de los que hallaron una buena.
Pero los cerrojos están oxidados por el ego de los que tienen suerte, y nadie tira un cabo, ni pelotas, y menos un espacio de papel en blanco a una escribana en peor racha.
Nadie responderá, desde el hueco del andén, en cualquier esquina, desaparece el eco. Ni me ayudo, ni puedo ayudar en el desmadre a las hormigas.
Estoy a kilómetros por hora visionando el desastre, sin saber si debo regresar al norte de Francia o quedarme con el boli bip colgado, en la Plaza Dos de Mayo, en Madrid.
Mis orejas tienen zumbidos, acumulan aires. Nada he hecho para merecer. Ni libro publicado, ni poema forjado, ni cuadro imperativo, ni amigos pertinentes con señales que encausan la ruta. Y todo está lejos, una lejanía monótona y carente de sentido.
Mi amante desespera, va ha perder el piso si no consigue trabajo, o papeles en Madrid, donde todo es marcha, suciedad, borrachera, indocumentados. Parece un fin de siglo, un descomienzo sin correos eléctricos, ni llamadas. Bebo ego con hielo.
Caos de Ike, de ¿Y qué? , de ¿Y qué nos pasa, Señor? Señor, la ilustración básica donde muestras el pelo largo y, sin vergüenza, el corazón irisado, se la llevó el huracán. También desaparecieron las espasmódicas fotos del cabrón de la barba y su dedo inquisidor. Tengo fe en que no las reimpriman e inunden las paredes cubanas.
La luna es llena, la noche blanca, ni aunando intuición, verso, ovarios , puedo constatar lo que sucede en mi isla, lo que me ha pasado, ni mi estrafalaria ubicación geográfica.
Entre mi madre que no contesta, y mi hijita con su tripita rota, yo lagaño, ya sin sueño, junto a las maletas de paso, esas que no me abandonan, ni en los instantes en que pierdo la ruta.
Me está quedando muy poquito sano. Mi ombligo se ha desplazado y hasta mis senos se sienten atraídos por la ingravidez. Mis piernas tiemblan. Tengo miedo, ya son casi cincuenta años sin ver.
Antes y durante décadas cuando algo o alguien me dolían, cerraba los ojos. Ahora están fijos en la nada, Tengo que ajustar mis tuercas y entre la maldita dictadura, los ciclones y la basura acumulada a mi paso, debo ubicar la Gran Vía, para deslizarme en la vorágine del universo. Le he enviado un correo urgente a Rosa Montero: la loca se ha quedado sin casa
Madrid, 14 de septiembre 2008
El ciclón Ike ha arrasado a Cuba. Ya no tengo que preguntar por mis cuadernos, o los tesoros que escondí bajo la cama rosada, la de Matanzas. Muebles, papeluchos de amigos, cajones, latas, diplomas- nada de copas, joyas, ni artículos civilizados- se han dispersado con la ventolera, engullidos junto a la mata de mango.
A todas estas constato que el señor de la barba rala, desarticulado y prepotente sigue escupiendo orgullos patrióticos inmateriales y pesados, y le ha dado, otra vez, por negar lo poco de suerte que puede venir de sacos de arroz, carnes enlatadas, medicinas o ropitas de ocasión para los sobrevivientes.
Las ayudas no pasarán la frontera de ese fantasma, fanfarrón capitán de un barco en nieblas que aún dicta sentencias cuando da de las tripas al amanecer.
El hermano de este Tótem averiado, tótemizado el mismo junto a ministros de eras monumentales y grandiosas catibias inhumanas, asiente. No aceptarán ayudas. El experimento no ha acabado y aún pueden explorar como los cubanos resisten, como “el hombre nuevo”- descabezado de idea revoltosa, poblado de desolación- aguanta penuria, escasez, desconcierto y no se subleva.
En la carencia olfativa de las naciones, en la solapada crueldad del mito, este ciclón se llevo a bolina las fotos de esos viejos delincuentes, lideres en el mancillar muros e imponer vallas publicitarias de ideológica fiebre.
La casa de mi madre se ha partido en pedazos, y a ella nada le importa. Ha envejecido en los fragmentos. Mi madre solo resguarda el puzzle de los que están lejos, de los que se han ido, de los que no volverán a verle. Vive en ojos de laguna ausente.
Mi padre teje su taraya en el ojo del ciclón, pero no llegan peces muertos, ni peces vivos, solo fango, goteras, comejen, lozas agrietadas, tejas desoladas de perder su vista al cielo. Ha transformado su oficio de constructor en ponedor de yaguas. Es el excelente zurcidor de grietas del vecindario. Hay que tener vocación para curar huecos.
Mi abuela se acurruca en aquella sábana que hemos heredado, de mujer a mujer en familia desde que existe el lino. Lastima, mi abuelo Gerardo se ha marchado, me hubiese narrado el huracán Ike con su dedo cortado en dos y su verbo de condena jovial. Ya no volverá.
Mis hermanos se han apuntado a la cola de los sin rostro, se han confundido en la marcha forzada y nada les queda, ni camisa blanca con gemelos de nácar, ni la esperanza de que en la primavera próxima tengan mamoncillos.
Sin motivo aparente quiero dar forma a las palabras, zumbarlas como un avioncito de papel a la cabeza de la humanidad. Como una vibración irracional repito oraciones oscuras y padezco de versos en los trasportes públicos que me adentran en el Paseo de la castellana, ahí donde ni el papel aguanta la multitud.
Y es la ilusión extrema tanta búsqueda. Me he afanado: he tocado en todas las malas puertas, en la puerta de las puertas, y en las puertas de los que hallaron una buena.
Pero los cerrojos están oxidados por el ego de los que tienen suerte, y nadie tira un cabo, ni pelotas, y menos un espacio de papel en blanco a una escribana en peor racha.
Nadie responderá, desde el hueco del andén, en cualquier esquina, desaparece el eco. Ni me ayudo, ni puedo ayudar en el desmadre a las hormigas.
Estoy a kilómetros por hora visionando el desastre, sin saber si debo regresar al norte de Francia o quedarme con el boli bip colgado, en la Plaza Dos de Mayo, en Madrid.
Mis orejas tienen zumbidos, acumulan aires. Nada he hecho para merecer. Ni libro publicado, ni poema forjado, ni cuadro imperativo, ni amigos pertinentes con señales que encausan la ruta. Y todo está lejos, una lejanía monótona y carente de sentido.
Mi amante desespera, va ha perder el piso si no consigue trabajo, o papeles en Madrid, donde todo es marcha, suciedad, borrachera, indocumentados. Parece un fin de siglo, un descomienzo sin correos eléctricos, ni llamadas. Bebo ego con hielo.
Caos de Ike, de ¿Y qué? , de ¿Y qué nos pasa, Señor? Señor, la ilustración básica donde muestras el pelo largo y, sin vergüenza, el corazón irisado, se la llevó el huracán. También desaparecieron las espasmódicas fotos del cabrón de la barba y su dedo inquisidor. Tengo fe en que no las reimpriman e inunden las paredes cubanas.
La luna es llena, la noche blanca, ni aunando intuición, verso, ovarios , puedo constatar lo que sucede en mi isla, lo que me ha pasado, ni mi estrafalaria ubicación geográfica.
Entre mi madre que no contesta, y mi hijita con su tripita rota, yo lagaño, ya sin sueño, junto a las maletas de paso, esas que no me abandonan, ni en los instantes en que pierdo la ruta.
Me está quedando muy poquito sano. Mi ombligo se ha desplazado y hasta mis senos se sienten atraídos por la ingravidez. Mis piernas tiemblan. Tengo miedo, ya son casi cincuenta años sin ver.
Antes y durante décadas cuando algo o alguien me dolían, cerraba los ojos. Ahora están fijos en la nada, Tengo que ajustar mis tuercas y entre la maldita dictadura, los ciclones y la basura acumulada a mi paso, debo ubicar la Gran Vía, para deslizarme en la vorágine del universo. Le he enviado un correo urgente a Rosa Montero: la loca se ha quedado sin casa
Madrid, 14 de septiembre 2008
Commentaires
Iba al bar de la esquina, El 2D.
¿Nos conocemos?
Saludos.
Si quieres puedes escribirme a este correo: eforyatocha@gmail.com