Falleció hoy, en La Habana, el escritor Rafael Alcides

Falleció hoy en La Habana (a la edad de 85 años) el escritor Rafael Alcides, 


qué pena, pobre Alcides, pobre amigo, que le sorprendan los amaneceres en un lugar apacible, lejos de la ruidosa maquinaria del mundo. Abrazos a los amigos que le querían, a los poetas que quedamos huérfanos.


Canción para los dos

Eres tan frágil
que me gustaría
darte la comida
yo mismo,
lavarte la cabeza
yo mismo,
con una mano muy limpia
peinarte
yo mismo
y de ser posible
(si se pudiera),
morirme en tu lugar.

Oh extraña
flor desvalida,
criatura que hasta el viento
de una tarde azul
pudiera arrastrar,
y sin la cual
ya voy siendo
bastante menos
que
nada.



Los ministros

Cada vez que oigo hablar de un amigo
al que van a hacer ministro,
alguien borra una parte de mi vida.
Me quedo solo en el parque Aguirre
con aquella camisa Mc Gregor que jamás llegué a tener,
conversando en la noche con nadie.
El poder no siempre corrompe a los hombres,
pero los separa.
Entre un ministro y yo hay algo más que un escritorio
de por medio:
Los ministros sueñan.
Avanzan en su máquina cargados de sueños,
con sueño. Sin tiempo siquiera
para poseer a su mujer, acariciar a sus hijos.
Un ministro no es un tipo cualquiera del pasado,
es alguien que ya está en la Historia.
De él depende todo el día de mañana.
Y sueña.
Firma documentos.
Discute. Toma su corazón y lo pone de maquinaria
donde hacían falta piezas de repuesto.
no sale al teléfono.
No tienen derecho a estar tristes los ministros.
No beben cerveza
en público. No van al cine.
Jamás los encontramos en un ómnibus.
Un ministro es tal vez el ser más infeliz del mundo.
El más solo.
Sus amigos de antes, los más desgraciados.
La memoria no debiera alimentarse del recuerdo.
Los ministros debieran nacer ministros,
es mi última palabra. Entre las lágrimas.

AGRADECIDO COMO UNPERRO

                   A mi hijo Rubén

Dentro de tres horas voy a cumplir 44 años
y me recuerdo de mí mismo cuando pálido, en otro tiempo, cumplí los 30.
Con ese orgullo excesivo del que es todavía muy joven
lloré ese día de 1963, al llegar la noche, y cortando una flor
que introduje en un sobre y guardé con una foto,
silenciosamente dije adiós a la juventud. Fue como si al llegar
a una frontera remota me estuviera despidiendo de mí mismo.
Fue como dos soldados que habiendo hecho juntos una campaña muy larga tomaran de pronto por senderos diferentes
en la seguridad de no volverse ya nunca más a encontrar; y es de noche
y llueve todavía y el bosque está minado y a lo lejos
siguen tronando tos cañones del enemigo.
Fue como haber despertado de repente en medio de un planeta desconocido
y no saber aún cómo pudo suceder.
Fue como cumplir 30 anos
cuando nunca se habían cumplido 30 anos. Y adiós,
muchacho. Hasta siempre.

Hoy en cambio no le digo adiós a nada
ni a nadie digo adiós. Por el contrario:
hoy doy la bienvenida a todo lo que tengo
y a todo lo que soy.
No estoy alegre pero estoy contento.
He vivido. Me he quedado calvo
de vivir. Como las grandes cumbres que bate el huracán
en las alturas, me he quedado apenas con unas yerbitas calcinadas encima.

Fue la erosión de vivir.
No me quejo. Mías han sido el hambre
y la gloria de ya no pasar hambre.
En esa colosal superproducción de guerra con un final feliz
que ha sido la historia de mi vida,
he sacado mi papel
por lo menos lo mejor que pude.
No fue fácil. Además del papel de hijo de la cocinera
me dieron un corazón que hoy juzgo demasiado blando
pero un corazón con el que he llegado a encariñarme,
por lo que agradecido lo conservaré hasta que me muera.
Lo demás lo puso la Revolución,
lo demás lo puso la fortuna
y entre los dones de la fortuna
(sin olvidar aquel corazón), los amigos.
Porque a pesar de mi origen humilde,
algunos de los mejores amigos de la tierra
los he tenido yo; algunos (lo he dicho en otra parte)
casi tan buenos que se podrían comer.
Ellos fueron el hallazgo sorprendente de la noche
y las conversaciones en el camino. Después,
por último,
cuando ya cansado de escribir poemas por amores que pasaban
                            sin calmar mi eterna sed de eternidad
me habla entregado con dedicación sincera a mirar fijamente los astros,
apareció una tarde fisicamente en la tierra
Teresa.
No sé si la inventé o bajó Teresa
porque quiso
desde su constelación lejana.
Esta historia en todo caso me confirma
lo que ya habla sabido por mi abuela desde los anos de Barrancas:
“El secreto — decía mi abuela — consiste en desear,
desear profundamente hasta que la cosa suceda.”
Mucho he deseado yo en mi vida
y todo ello, poco a poco, a su debido tiempo
se ha ido cumpliendo.
Hasta el sueño de Teresa.

Y entonces
¿Para qué volver a escribir poemas de amor
si ha sido el poema en lo adelante
un acto material y cotidiano? Sin soledad que engañar,
hoy Teresa y yo nos comemos y nos bebemos el poema
hecho potaje y hecho café que es como alimenta,
y nos reímos de ver cómo se calientan en un jarro
o se fríen en una sartén con manteca
nuestras próximas Obras Completas.
Y de esta manera
cuando Teresa por la mañana barre
o se dispone a lavar las sábanas
o va con su plumero de jarcia sacudiendo los muebles,
no es el suyo entonces un trabajo
sino que es, para ambos, una lectura apasionada.
Por el solo hecho de haber participado de nuestra dicha del día anterior,
hasta las cucarachas muertas de cada mañana
son hoy partes del poema
que en casa vive, y versos invisibles
y por eso mismo más creíbles
el polvo cuando se acumula en las repisas
 y el tizne de las cazuelas.
Fue lo que vi en la casa sonada de mi infancia,
lo que después he visto en los hogares maduros
donde el acto no se deja sustituir por la palabra.
En Barrancas vivieron un hombre y una mujer que se amaron
                                                        hasta morir de viejos,
sin saber uno de los dos leer ni escribir.
Y no tenían aire acondicionado. Ni conocieron la televisión.
Para que nada falte en ese poema no contaminado de papel
ni estorbado por utensilios inútiles
donde azules y lilas hemos decidido envejecer Teresa y yo,
esperando estamos ahora un hijo cuya primera lección
será aprender él también a no convertir la dicha en literatura,
aunque sobre la dicha escriba; y la segunda,
aprender desde temprano a desear,
a desear con todo el corazón,
como sólo quien ha de morir alguna vez pudiera desear.

Y así,
ante la inminencia de la fecha
que en otro tiempo hubiera creído espantosa,
veo que mi suerte ha sido grande,
acaso demasiado grande para quien como yo nació en Barrancas
y le dieron en aquel film
al parecer el último de los papeles.
Como dijo Darío con tristeza: “¿Fue juventud la mía?”
Si por jóvenes entendemos ser o haber sido felices,
yo entonces he sido joven ahora por primera vez.
Y de esta manera
yo el extraviado de otro tiempo,
me siento como quien regresa adonde nunca había estado
pero donde sin duda faltaba, habiendo sido por ello mi aventura
mucho más maravillosa que la de Ulises.
Y ya se escuchan las campanas.
Es Ia dicha anunciando que todo un viaje de calamidades
fue para llegar a este día azul,
a esta edad magnífica,
a esta madurez del corazón,
a este país invisible pero blindado
donde, al fin, el azaroso viaje ha adquirido explicación.
EI pasado ya es cine, y por ello, sin rencores,
y si dejar con Teresa de seguir alimentando la candela
con versos que jamás se escribirán,
puedo decirme a mí mismo desde aquí,
con el juicioso entusiasmo de un joven con hijas ya mujeres:
                                                                           gracias,
gracias. Gracias a todos
por el bien y por el mal que me hicieron dar conmigo mismo.
Gracias. Feliz aniversario, padre, hijo, Alcides, criatura mía.
Nada turbe tu sueño. Con la Revolución, tus hijos, el mundo y
                                                                  tus amigos,
tuyos sean perpetuamente Teresa y la paz.


                            1977-1980
                            (De: Agradecido como un perro, 1983)


el poeta cubano Rafael Alcides

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