Nuestro terror cotidiano, por Jacobo Manchover.





Nuestro terror cotidiano
Hoy ha vuelto a ocurrir un ataque contra militares encargados de proteger a la población desde el 7 de enero de 2015, día en que ocurrieron los atentados contra los caricaturistas de “Charlie Hebdo” y los clientes del hipermercado judío “Hypercacher”, cerquita de donde vivo.

 Luego se produjeron las matanzas en la noche del viernes 13 de noviembre de 2015 contra el Stade de France, el Bataclan y las terrazas de café, estas últimas al lado de mi casa en su mayoría, que hemos vivido como si estuviéramos en zona de guerra, con el miedo visible en los rostros de la gente, incluso en los de los policías y militares presentes alrededor. Y luego la letanía de los nombres de los muertos, alguno de ellos cercano. Y más tarde los olvidados: cada vez que veo a alguien con muletas o en silla de ruedas por mi barrio, no puedo dejar de imaginar que se trata de uno de los heridos de esa maldita noche. Y todos, o casi todos (los hay que prefieren olvidar), seguimos hablando del ruido de los tiroteos y de la explosión de uno de los kamikazes que se voló en una terraza, que todos oímos sin darnos cuenta enseguida de qué cosa era. Son los que no llevan heridas visibles pero que, por dentro, ya no son los mismos. Recuerdo las llamadas angustiadas, provenientes del mundo entero. Y cada uno de los gestos y las palabras de los que estaban al lado mío. Siempre que hay un nuevo ataque, la carnicería de Niza, por ejemplo, el 14 de julio de 2016, noche de fiesta nacional, u otros muertos, a tiros o degollados, ya innumerables, unos en circunstancias más inaguantables que otras, vuelven esas imágenes aciagas. Así es París hoy día: ya no es la ciudad de mi adolescencia, el paraíso de mi exilio. 

Al terrorista de hoy, probablemente islamista (aunque sea declarado “loco”, como unos cuantos antes: una cosa no impide la otra), lo acaban de “neutralizar”. Pienso en los que creen que puede ser su condición social la que lo ha llevado a actuar y a intentar asesinar a esos militares (por suerte, están a salvo, con heridas ligeras) o a cualquier civil. ¡Pobrecito! Seguro que su acto ha sido determinado porque no se podía ir de vacaciones, como tantos parisinos, que abandonan la ciudad para ir a la playa… 

Ahora esperamos el próximo atentado criminal, no sólo aquí, también en Manchester, en Londres, en Berlín, como otrora en Nueva York, en Bali, en Madrid, en Bombay, en Toulouse, en Nairobi, en Túnez, en Bruselas, en San Bernardino, en Orlando, en Istanbul o quién sabe dónde. Con una angustia indescriptible pero también con unas tremendas ganas de vivir en libertad, política y amorosa, con o sin religión, en todo caso sin esa fascinación por la muerte que todos ellos, con su mente enferma, devorada por el fanatismo religioso y por la frustración sexual, llevan dentro.

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