en el aniversario 80




Homenaje de La Letra del Escriba a Fayad Jamís en el aniversario 80 de su natalicio.
Cualquier recuerdo que escribiera Luis Marré me lo bebería porque sé de la profunda amistad que unía a estos hombres, me ha dado la inmensa alegría de acompañar el artículo con la foto donde esta con Fayad Jamís y Nivaria Tejera, los tres delgadísimos como la juventud soporta. Por su gentileza legendaria, otra imagen del Moro en una guardarraya, junto a un cañaveral y en la que se ven sus zapatos inmensos y cuadrados, que siempre tuvo como símbolo de distinción.


Crónicas, recuerdos del Hombre, de Pablo Armando Fernández. “Tengo miedo. / Aquí en lo oscuro, en lo cerrado… No. Abriré, no, no abro; tengo miedo / de que algo imprevisto salte y se confunda entre las cosas que no amo”. (Los párpados y el polvo).

El magnifico racontar de “El Fayad que conocí”, de Sigfredo Ariel, la habíamos leído en Efory Atocha y revisitar esta crónica, rompe fronteras de tiempo y espacio. Una de las letras donde me acerco y puedo ver al Moro caminando La Habana, detenido en las esquinas,sonriendo.

El amigo Víctor Casaus, a quien no puedo separar del recuerdo de María, con su larga trenza en el balcón del apartamento de O y 27, una noche de luna llena, no entro mucho en las interioridades que conoce, intuyo que algún día sacará un libro porque era un habitual de la casa y cuando estaba lejos jamás faltó en la correspondencia.



Rigoberto Rodríguez Entenza • Comienza citando « Hay noches en que te quedas solo y fumas y recuerdas, y por tu mesa desfilan, deteniéndose, amargos fragmentos de tu propia vida, y, a veces, de alguna novela cuyo autor se esfumó en tu memoria. (FJ), aporta a la memoria de Guayos, una bella pagina.

Especial y emotiva mirada a la serie de tintas y oleos y el texto de José Lezama Lima,que reproduzco aquí…
Ver a Fayad Jamís


Fayad Jamís con José Lezama Lima y Pablo Armando Fernández

Parece en estos dibujos y aguadas de Fayad Jamís, como si se tratase a veces de interpretar un trabajo anterior, como si hubieran llegado a su lejanía familias secretas, flagelos amiboideos o simples crujimientos de la materia ansiosa de respirar. Un trabajo gobernado y dirigido sobre otro trabajo invisible que raspa, añora, rectifica. Máquinas irreales, diseñadas por la imagen, lúdicas, como dólmenes sin finalidad, en espera tal vez de que un cataclismo les dé su función propia o su costumbre adivinatoria. Máquinas con advertencias y números, indescifrables y conversadoras. Se trata de indicar un signo, de diseñar una letra, como un puente, un pozo de agua, los bueyes cerca de la casa, éxtasis de participación en el homogéneo desierto. Una señal que no quiere convertirse en símbolo y se impulsa en el costado lateral del pez. Una fulguración que entreabre las hilachas del subconsciente, pero sin redondear ni terminar en lo explícito inmóvil: una flecha de cuyo extremo pende una linterna atravesando un ramaje. Caminos y rutas de la imagen con advertencias de la realidad entrevista: modere velocidad. Se indica un peligro pero se declara innecesaria la escafandra. El ojo sigue dominando, trazando las secretas escalas de un imperio que se deshace y reconstruye por instantes, mientras cada color en su recuerdo de variante parece desplazarse movido por la brisa, pero no, un eje de cristalización extremadamente proliferante, establece una relación de energía entre los leves crujidos de la materia y su configuración abierta a una florescencia inexplicada.

Fragmentos de árboles posibles que buscan otra unidad, impulsados por otro mundo que los tienta, como si gozaran de una poderosa emigración de las formas que saltan de sus rúbricas habituales para sentirse extrañamente felices en regiones ignoradas. Lento ingurgite buscando una forma probable, un asidero, un ancla para otro desconocido. Sabemos ya que: cuanto más se agazapa la invernación, las metamorfosis se hacen infinitas, huracanadas, incesantemente rotatorias. Corpúsculos rotativos que van ascendiendo hasta contemplar un perro en acecho, y que no sabe morderse la cola escindida. Cristalizaciones y nacimientos. Esbozos de cuerpos que pueden surgir, como el recorrido del pez de las arenas que resisten al árbol que se entrega. Estiramientos y retiramientos, cuerpos que pueden surgir, apoyarse y desaparecer, dejando las sombras de su apoyatura. Acaso la peana barroca que se prolongó en un humo galopante. La forma jugando las dos esferas comunicantes: círculos sobre dólmenes, tortugas emigrando en un trozo de hielo, sosteniendo con sus cuatro patas, como en las fábulas chinas, lo estelar. De pronto, las embarcaciones se detienen en el ojo de la imagen, entonces podemos entrever la nueva ciudad. Y van desembarcando la linterna de las profundidades y las flechas que nos marcan las huellas anteriores, la posibilidad de nuevas formas de reconocimiento.




En París o en La Habana, Fayad Jamís sigue caminando, como en uno de sus poemas, bajo la lluvia y logra llegar a la aldea donde confluyen los siete ríos. Allí percibe esas tierras ablandadas por la lluvia, presionadas por las uñas, que bastan para levantar el árbol dentro de la ciudad o el templo en el bosque como los druidas. La lluvia sigue creando, la tierra presionada sigue en sus inaudibles crujidos, cuando podemos captar el tirabuzón del pez. La energía del devenir que penetra en la materia como una exhalación, ha logrado configurar esas mutaciones que exigen una lentitud secular en la espera que proclama y decide.

En esos toneles que estallan en el sueño, Fayad ha extraído sus rojos entrelazados con sus negros, sus sienas quemados, sus azules alusivos a lo inmediato, sus amarillos que interrogan o enfurecen en la luz. Y todos los colores que maneja con mágica alternancia, removidos, avanzando, penetrando vorazmente en la nueva ciudad. Sueño de las hecatombes y ciudades nocturnas en lo alto de rocas. Estampas chinas donde la naturaleza se descubre en los colores que penetran. Rotación vital. La mano rotando en la materia para provocar desprendimientos, zumbidos de insectos, flores que desaparecen. En el goce voluptuoso de la energía que se anticipa a toda configuración, ha sabido apretar una pulpa con los ojos. Una voluptuosidad paciente ha marchado en él acompañada de una lentitud milenaria. Su materia acariciada y recorrida sin cansancio, es ya la espera que proclama y decide con las comprobaciones del minero y el despertar del niño con su esfera de incesante rotación.

La Habana, 1967




Mercedes Santos Moray , escogió de La Pedrada el poema,

“Con tantos palos que te dio la vida

y aún sigues dándole a la vida sueños.

Eres un loco que jamás se cansa

de abrir ventanas y sembrar luceros.

Con tantos palos que te dio la noche,

tanta crueldad, frío y tanto miedo.

Eres un loco de mirada triste

que sólo sabe amar con todo el pecho,

fabricar papalotes y poemas

y otras patrañas que se lleva el viento.

Eres un simple hombre alucinado,

entre calles, talleres y recuerdos.

Eres un pobre loco de esperanzas

que siente como nace un mundo nuevo.

Con tantos palos que te dio la vida

y no te cansas de decir: ‘te quiero’.”
En una carta abierta, muy emotiva:… “Ese Fayad que no ha sido laureado ni con el Premio Nacional de Literatura ni con el Premio Nacional de Artes Plásticas… el poeta inmenso de la generación de los 50, el que sabía escuchar el silencio y disfrutar de las pausas, para aprehender la sustancia mítica del verbo… el artista que recibió tantos golpes, como ese cáncer que fue minándole y que dolía, dolía mucho ver ya marcándole el rostro aceitunado… Fayad Jamís… “un loco de mirada triste que solo sabe amar con todo el pecho,/ fabricar papalotes y poemas/ y otras patrañas que se lleva el viento”.



Agradables y humanos textos de Jorge Alfonso Sierra Quintero, Andrés Castillo Bernal,- quien estremece con fotos de la familia, de la casa donde vivió el Moro en México. Pedro de Oraá; o Jaime Sarusky , quien hace viaje Con Fayad, París-La Habana y finalmente Alfredo Zaldívar, en El cartucho de Fayad, sobre las constantes visitas del poeta a Matanzas, al que desde aquí abrazo y aclaro:

*Vivo en Le Havre, al norte de Francia, no en Paris.

**Fayad admiraba mucho a Digdora Alonso, pero a no ser que la visitara en oculto, pasábamos las madrugadas y era visita primera la casona de Carilda Olivier Labra, en la Calzada de Tirry. Me quedo con la duda, por qué no concuerdan las crónicas y la banda de olivares parece borrada de escritos?

Gracias por lo de “noviecita”, me encantan esas lindas expresiones orientales, matancherito de adopción.

***No soy muy provocadora, pero me encanta dar donde duele la oscuridad, amigo, y fue una sorpresa enorme descubrir, al cierre de madrugada avanzada, en La Negra Tomasa, que tenías mujecita rubia viviendo por los madriles, y, otra vez, constatar

****como tratan de decirme "que abriste la literatura en Matanzas",- y esto sin rebajar, ni ultrajar ningún merito, lejos de eso, por intención histórica, debo aclararlo- pero como escapa al magnifico homenaje, lo comentaré con detalles , sin polémica en otro artículo que sacaré por Di marga en breve.

Abrazos a la ciudad y sus poetas cercanos, y a Milanés.

Gracias por recordarme, en este veto que tenían por la isla, cuando mencionaban a Fayad.



El cartucho de Fayad, por Alfredo Zaldívar • Matanzas
Fayad y Matanzas

Las fotos y textos citados pertenecen a la fuente mencionada. Ruego sean citados si reproducción, agradecida.

Commentaires

Excelente este homenaje, lo he disfrutado, que bueno Marga

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