enigmas normandos




Ayer fue feriado; hubo trastada y premeditación del sol en Normandía, una, quizás dos horas, para que salieran a reunirse los buscadores de retoños de la Forêt de Montgeon, y sorprendernos con el frío. Terminamos en un restaurante de campo, tablas rusticas, manteles de cuadritos rojos, y el viejo de Maupassant, apoyado en su cana, observándonos desde el fondo del salón.

Té, café con leche, chocolate, vino caliente, rosquillas de manzana azucarada y conversación de perdidos.

El señor se sumó al grupo y nos pidió tabaco para rellenar la pipa. En lunes como este cierran los estanquillos y no hay vergüenza de pasarse el alivio. Una vez que tiró los primeros humos, se escurrió por una puerta disfrazada en el amarilloso papel de muro, imperceptible al entraño, y regresó con un libro roído, de citas.

Fuimos abriendo la tertulia, al azar, cada uno leía una página. El hombre, todo de negro, se lavó las manos y nos pidió calma, “soy magnetizador, voy a desatarles los chacras, atraer respuestas de los tiempos»-así dijo, en plural-; luego comenzó el ritual, nos soplaba en la nuca y preguntaba si sentíamos el aire frío o caliente, y lo mismo hacía con pases de mano. Sin rozarnos. Estábamos erizados porque desplazaba o surgían sensaciones en los dedos, por todo el cuerpo.

Nadie dejo de leer, yo caí sobre una página de Tennessee Williams:

“Toda la gente cruel se describe a sí misma como el parangón de la franqueza”
“La única cosa peor que un mentiroso es un mentiroso hipócrita”.-
pensé en los cacareos y “autoelogios” de esta era contemporánea…
La vida es en parte lo que nosotros hacemos y en parte lo que hacen los amigos que elegimos”.
“Si la escritura es honesta no puede ir separada del hombre que la ha escrito”.
“El éxito y el fracaso son igualmente desastrosos”
.- pensé en la suerte de tener esta y no otra vida que pudo ser…
El tiempo es la distancia más larga entre dos lugares”.-aquí me montó la emoción, pensé en los kilómetros que me separan de Chamartin en Madrid, en los rieles imaginarios que atraviesan el océano hasta la colina de Matanzas…
Todos nosotros somos cobayas en el laboratorio de dios. La humanidad es simplemente un trabajo en progreso”…-pensé, yo que ya sé quién soy, cómo debo aun trabajar para defenderlo…

Cuando la ronda final se acercaba, el hombre, propietario de la taberna, nos invito a la trastienda, que daba a un enorme jardín, a lo Lewis Carroll; entramos por la despensa de una anciana casa Normanda, y en su interior el lustre de una biblioteca inmensa, cedros, esculturas, cuadros de Monet, Manet, redondos como sus firmas, como el misterio que desea mantener Monsieur M., pidiéndome que cuando escriba no cite el lugar preciso, ni su nombre, lo cual pacté con una copita de Calvados.

En cada uno de nosotros dejó una clave. Desde entonces pienso en la serie de instalaciones que hice en el 2006 tituladas El taller de dios, y he retomado el tema, creo que me ocupará buena parte del 2010, una vida no basta para estudiar la condición humana.

Me acaban de llamar mis compañeros de viaje, el enigma está en que no sabemos… cuando regresemos, ¿le volveremos a ver?

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