Maldicionario, de Margarita García Alonso en los ojos del ensayista Javier Guzmán Simón
Maldicionario cumple cuatro años , el poemario se encuentra a la venta en BUBOK, LIBRERIAS DE ESPAña, y en AMAZON, fue presentado en Miami, dentro de la Primera Jornada de la literatura alternativa, organizada por Manny LOPEZ, en El Dorado.
PARA LOS QUE AUN NO LO POSEEN, AQUI TIENEN EL PDF
Lo celebro con la Apología de Margarita García Alonso, escrita por el ensayista Javier Guzmán Simón ( PDF) que puede adquirirse en forma de libro.
Ilustrísimo Presidente D. Miguel de Cervantes e ilustrísimas señorías,
próceres de esta República de las Letras: hablo en nombre de Margarita García
Alonso, para muchos de nosotros simplemente la Marga.
Ya han escuchado el alegato conjunto de los que demandan la expulsión de
Marga de esta única nación verdaderamente libre y verdaderamente justa. Y
puesto que confío en las conciencias y honestidad de sus señorías, me dirijo a
su absoluto sentido de la piedad, porque este alegato, esta envidia para con
Marga se debe a la iniquidad y a la impiedad. Sí señorías no se me
revolucionen, pues en silencio escuché su alegato. Como decía, la iniquidad y
la impiedad de los ‘pagados de sí mismos’, de ‘los constructores del verso
puro’, de ‘los mojigatos ganadores de rentas y premios de poesía’, de ‘puristas
y decentes poetas’.
Gracias Señor Presidente por poner orden a este guirigay. No voy a hablar
yo, no voy a defender a Marga, lo va a hacer ella a través de sus versos, sólo
pido que escuchen su voz y dictaminen en justicia y piedad lo que más oportuno crean,
puesto que los cargos del anterior alegato se hayan manipulados y no entienden
el corazón que palpita tras sus versos, yo sólo quiero que lo escuchen.
Lo primero de que acusan a Marga es
de no hacer poesía, ¡Maldita sea mi estampa! Que venga Eratw y nos diga qué es
poesía lírica, sino la expresión músico-poética de un corazón. ¿Acaso va la
musa midiendo versos para ver si encajan es sus estúpidos endecasílabos, si es
soneto o ‘sonite’?
No sean tan hipócritas: cuando
Boscán yGarcilaso introdujeron el soneto en España eran unos italianizantes;
cuando Lope de Vega rompió la comedia clásica, ¿no era un
iconoclasta de la perfección clásica?; cuando Leandro Fernández de Moratín la
volvió a instaurar ¿no era un afrancesado? No estoy diciendo que la poesía de
Marga vaya a quedar en nuestro Olimpo, pero que tiene todo el derecho a ser
conciudadana nuestra, no me cabe la menor duda. ¿Qué no se ajusta a sus
cánones? Claro que no, porque se hayan muertos y enterrados, y ya hieden. Pues
ninguna buena poesía ha tenido cánones, sino que los ha construido.
Lo segundo de que la acusan es de no escribir con una intención de arte
puro, el verso por el arte, hermanos de pluma, que levante la mano quien hace
eso, pues ese sí debería ser exiliado. Escribimos porque existimos, existimos
porque sufrimos, sufrimos porque vivimos y vivimos para escribir. Sí, Marga,
como todos, conjura fantasmas con sus versos cual hechizos contra los malos espíritus,
porque como a todos, nos duele existir.
También la acusan de romper el sujeto poético, ‘el vivir en los pronombres’
de Salinas, pero para qué queremos los pronombres si el amor y su poesía tienen
uno muy claro: ‘yo y Aans’.
La llaman impúdica porque a cada verso se desnuda y se humilla hasta el
pudor ajeno, ¿pero desde cuándo la vida o el amor ha sido algo limpio, que no
manchara?, la vida es impura, impúdica e indecorosa. Estoy seguro que odiará
que cite a uno de los próceres aquí presentes, pero la verdad es la verdad, la
diga Agamenón o su porquero; dice el prócer Silvio Rodríguez: en su canto
Tocando fondo ‘si uno no se desnuda se transfigura en reto todo lo desnudable’
Coloreen Usías la verdad con la acuarela que quieran, siempre habrá un gris
que les estropee el verso, pues la vida mancha, aunque mucho menos que su pureza putrefacta, blanqueada por fuera, con el sepulcro en forma
de cruz, pero corrompida por dentro.
Estos son los cargos que refutaré si escuchan conmigo su Maldicionario,
y dejan que les enseñe lo que yo veo, y cómo lo veo. Es muy posible que a
los mojigatos ya les enfade su título, no les falta razón, pero se equivocan si
creen que se trata de un eterno glosario para la maldición de Dios, se trata
más bien del diario de aquella que se siente maldita, condenada a su sufrimiento,
una mujer que ‘Nunca había gustado la frutilla que crece en los barrancos,
antes de ver sus ojos’, está diciendo que hasta ahora no había sentido toda la
desesperación que podía llevarla al suicidio, pero Usías, célebres próceres, no
ven más allá de sus anteojos, ni entrelíneas podrían leer.
Cuando me violó el hombre sin
rostro,
en horizontal posición cerraba
mis ojos, tapaba mi boca
acompañaba la tarde con el
chirrido de la sabana.
Yo menstruaba por el ojo de la
desolación.
Mi padre tendido en la tarraya
alcanzaba incomprensibles mulatas
y mi madre
había desaparecido al amanecer
tras la puerta.
No necesito decir que me ha
dolido y toqué madera. [...]
¿Imaginas como era de niña? [...]
Tú no tenías apuros en nacer, yo
emborrachaba las neuronas,
te engendraba en l’eau froide, el
agua fría.
Tenía que encontrarte, yo que no
amé al santo,
al poeta, ni al peldaño
sufría la decadencia frente a un
espejo,
que me mataras sustituía el
suicidio de verme. [...]
había sexo, y silencios. [...]
Aclaraba “es un invento”,
lo creía preferible a no haberte
encontrado. [...]
La sensualidad francesa me ha
servido de estorbo,
cierta frustración hambrienta de
embestidas
en la isla sudorosa que grita
endecasílabos
en asimétricas camas
destartaladas, sabanas rotas,
esquinas oscuras, en caderas y
falos
predestinados al paraíso. [...]
ofuscaba la cercanía. [...]
Observen, en Schiller soy cada
vez más objeto,
cada vez más indigna. [...]
Quién no va a fumarse un
cigarrillo con tanta pena.
Por virtud y gracia del
hundimiento
alcanzo el extremo deterioro.
Extenuada defino que entré al
mundo
para matarme en tránsito
de brazos que no cierran, de
amantes que no tocan,
de labios contraídos, de bocas
que combinan
frases purgatorias.
Tú no estás en la ausencia, en el
pasado punteaba el lecho
de tupidos brebajes, soy la
sobreviviente de químicas oscuras,
el estorbo, el aire de montaña
que ahoga la ciudad
levemente drogada de fétidos
paseantes.
Este es uno de los poemas que ofrecen los acusadores apoyando su
argumentación. Dicen que su verso es lánguido y lacio, excesivamente intenso.
Permítanme una pregunta ¿Desechan Usías la palabra de Dios porque es
intensa y complicada? Su verbo no es fácil, nunca lo será, porque nunca es
fácil hablar de un dolor tan íntimo... ¡Señorías! ... y sí afirmo que sus
versos tienen la
profundidad de la palabra de Dios... que quieren quemarme por hereje,
háganlo, así confirmarán mis más terribles sospechas: que la república de las
letras está
muerta.
Sus Señorías conocen perfectamente el sentido hebreo del concepto de
palabra. La palabra es la esencia, es la promesa, es el conjuro; es el Golem,
la historia de un cabalista loco que consiguió dar vida introduciendo un
papel con las palabras de la vida en la boca de un ser de arcilla. La
palabra obra como el rocío, cala aunque sea desdeñable, y si es de Dios se
cumple, puesto que la palabra de Dios da la existencia y la quita. Esta es la
razón de la profundidad de sus palabras, puesto que no parlotea como un loro,
sino que habla de esencias metafísicas.
Ella le hace una pregunta a Aans: ‘¿Imaginas
cómo era de niña?’. Y yo le puedo responder, que no hace falta que lo
imagine, que la veo acurrucada y apocada tras sus versos, buscando unos brazos
que cual Deus ex machina la
saquen del asustado escondrijo que tiene debajo de la cama. Como niña
siempre anhela una realidad que nunca llega, la que hay se le queda pequeña,
sabe a las colillas de un cenicero, es rancia y mohosa; y siempre espera un mañana
soleado que nunca llega.
Dicen también que sus versos no son teatrales, en concreto un bufón ha
dicho que tienen la teatralidad de una berenjena bailando guaguancó; señorías,
no le pidan a Dios que baile el vals de
las esferas. Y por fin ‘los sonetistas de la cerrazón perfecta del poema’ la
acusan de no acabar sus poemas. Señores, la poesía no está hecha para abundar
en los mitos, sino para ahondar y hacer
sentir la interioridad que cada uno llevamos acuestas.
Escuchen a la maldita:
¿Hubo esterilidad, suicidios,
hundimientos?
Alguien debe ser la causa de mis
genes mal puestos.
El himen de mi madre fue arrasado
¿Es qué sangró por todas? [...]
¿Por qué sólo fueron setenta años
de encuentro?
¿Qué leyó en la Torá el día de mi
nacimiento?
Mi hija delicia con la uña, hinca
mi ignorancia,
de sucesivas sé que es grave la
tripa,
¿quién nos dejó escondites en las
entrañas?
¿Quién me ha marcado este amor
complejo,
estos desalientos?
Me encuentro impaciente de
nominar culpables.
He sido penetrada por sucesivas
enredaderas,
anduve sola traduciéndolas,
traduciéndome
a una lengua extraña,
incesantemente en dudas,
vaciando palabras, contando
letras.
¿Acaso no lo ven? Al igual que el antiguo judaísmo entendía el mal físico,
como una respuesta al pecado del impío; Marga les pregunta a sus ancestros qué
atroz pecado cometieron para que se cebara en ella generación tras generación,
hasta los hijos de los hijos de los hijos y sus tataranietos. Se siente
inocente de pecado, y como aquel ciego que ante Cristo llevaran, pregunta:
‘tengo el alma deforme de nacimiento, ¿quién cometió el mal, yo o mis padres?’
Pero su mal no es físico, sino moral, si fuera impía aceptaría su castigo; mas
su pecado es sólo haber nacido.
Huidas
“No me he hecho, me han hecho”.
Goethe
Huí de la palabra que doma,
del frasco en que piensa la
gente,
del murmullo que desmiembra
si mi nombre no parece
autorizados o negados poetas que
chocan dientes
en el interior de pequeños
envases
donde depositan la herencia.
Huí del campo donde jamás asenté
cabeza
en noche silenciosa, sin grillo,
luna,
huí de donde perdí el gusto por
la charla,
enfundada en botas de cuero
rústico, enlodadas
por la marcha en el bosque, vi el
reflejo
de todo lo que vendrá al humano.
Huí de mi
apego a rumiar pasiones
despiadadas,
huí de mi madre que cuenta el
pulso,
desde la sombra me retiene en
muchacha.
Huí de mi hija, huí pavorosa
arrastrando el mantel,
la alivié de mi inútil presencia
con mi
carreta desvencijada por los
viajes que no puedo hacer
a cierta isla, y los largos
inviernos.
Huí de las cajas repletas de
cartas,
veinte años de exilio en sobres
amarillos,
sellos de mariposas de un país
que encierra
al Hombre en un friso que nunca
acaba.
Huí del indolente, del
acuchillador
con la herida redonda del ombligo
la tripa colgando, enredándose en
los caminos.
Huí del pasajero incierto que
toma vino
en la despedida aclaré que no
hago promesas.
Huí de mí que era la muerte y la
escasez
de recursos.
No existe aún una sola razón para
quedarme.
Y su huida es como la historia del hombre, como la historia de la
metafísica, ir hollando caminos que violentan el cosmos, para huir de nosotros
mismos.
Permítanme recordarles unas citas de Heidegger, que en Einführung
in die Metaphysik 6 comenta el primer canto del coro de la Antígona de Sófocles7
como auxilio para comprender el fragmento de Parménides Nº 5: 'la
percepción y el ser son recíprocamente correspondientes' i en el que de
alguna manera se halla implícito el Hombre y donde más explícitamente se
entiende cómo es éste de quien se habla:
Muchas cosas son pavorosas; nada, sin embargo,
sobrepasa al hombre en pavor.
Él que se pone en camino navegando
por encima de la espuma, de la marea,
en medio de la invernal tempestad del sur,
y cruza las montañas de las
abismales y enfurecidas olas,
él que fatiga el inalterable sosiego
de la más sublime de las diosas, la Tierra,
pues año tras año,
ayudado por el arado y sus caballos,
la rotura en una y otra dirección.
El hombre, caviloso, enreda la volátil bandada de pájaros
y caza los animales de la selva
y los que viven en el mar.
Con sus astucias doma al animal
que pernocta y anda por los montes.
Salta a la cerviz de las ásperas crines del corcel
y con el madero somete al yugo al toro jamás dominado.
El hombre también se acostumbró al son de la palabra
y a la omnicomprensión, rápida como el viento,
y también a la valentía
de reinar sobre las ciudades.
6 Heidegger, Einführung in die Metaphysik, Max Niemeyer, Tübingen, 1998.
7 EM p. 135.
Asimismo ha pensado cómo huir
y no exponerse a las flechas
del clima y a las inhóspitas heladas.
Por todas partes viaja sin cesar;
desprovisto de experiencia
y sin salidas, llegó a la nada.
Un único embate: el de la muerte,
no lo puede impedir jamás por fuga alguna
aunque haya logrado esquivar con habilidad
la enfermedad cargada de miserias.
Ingenioso, por dominar la habilidad
en las técnicas más allá de lo esperado,
un día se deja llevar por el Mal,
otro día logra también empresas nobles.
Entre las normas terrenas y el
orden jurado por los dioses toma su camino.
Sobresale en su lugar y lo pierde
aquel que siempre considera el no-ser como ser
a favor de la audaz acción.
No se acerque a mi hogar en confianza
ni confunda su divagar con mi saber
quien cometa tales acciones.
El hombre es lo más pavoroso, es lo más terrible en el sentido de un
imperar que somete, que produce pánico, angustia e intimida. En un segundo
sentido es la violencia (Gewalt): El empleo de la violencia es un rasgo fundamental
de su existencia. En el primer sentido antedicho, es el ente en su totalidad lo
que impera causando pavor. En el segundo
sentido es la violencia delhombre la que causa pavor cuando permanece esencialmente
en el ser. A causa de su quehacer, usa (y abusa) de su violencia contra lo que lo
somete. Lo Umheimlich
es lo que nos arranca de lo heimlich
, de lo habitual e inofensivo, esto es, de nuestra propia
tierra. Aquí es donde reside el carácter de sometedor. Mas el hombre se pone en
camino y transciende los límites en su vivir esencial en lo pavoroso. Por todas
partes viaja sin cesar; desprovisto de experiencia y sin salidas. Aquí es donde
se desenvuelve realmente su esencia, en que se abre camino siempre, en todos
los dominios del ente, y por ello, por enfrentarse al imperar que somete, es arrojado
de todos los caminos, llegando a su único puerto: la nada.
Upsipolis ápolis. La Polis es el lugar de lo político, de la historia, el
lugar de la creación y la técnica; por ejercer esta violencia deviene en 'sin
ciudad' ni lugar, sin salida, sin norma ni límite, sin construcción ni orden,
porque en cuanto creadores han de fundar ellos en toda ocasión el lugar para su
historia.
La transgresión y la rotura: el mar y la tierra, se atreve contra la furia
de la tempestad e irrumpe violento con su azada en el indestructible imperar de
la tierra. El lenguaje y las pasiones: sólo se someten al hombre en lo ajeno a
su
esencia, haciéndole permanecer fuera de sí. Éste aceptó la fuerza
sometedora, y mediante ella se encontró así mismo como transgresor. La
violencia abre caminos, pero le porta a la in-esencia, que carece de salidas;
sólo fracasa
ante la muerte. Todo esto no es más que la Techné (Técnica) en el particular sentido que
se le da como saber: esta actitud violenta, la fuerza sometedora por la
sapiente conquista del ser. Diké (justicia):
entendido como ensamblaje y como disposición, esto es, lo que impone adaptarse
y ajustarse, lo justo que ajusta, se adapta el imperar:
El que actúa con violencia, el creador, el que avanza hacia lo no-dicho,
irrumpe en lo no-pensado; el que fuerza el acontecer de lo no sucedido, y hace
aparecer lo no-visto, este autor de la acción violenta, siempre está expuesto
al peligro. Al atreverse a sujetar el ser, tiene que correr el riesgo de los
embates del no-ente, de las rupturas, de lo inconstante, de lo desajustado y de
los desajustes.
Sé que odian profundamente la filosofía desde que un tal Platón nos borró
de su censo, pero olvidan que los poetas éramos también para él seres divinos,
y nuestras palabras, las palabras de Zeus. De vez en cuando no les vendría mal
revisitar viejos pensadores para que su verso no quede yerto y aburra. Volvamos
a esta maldita que sí los visita con frecuencia:
Katadesmoi (ataduras en griego)
No oigo la voz de Yahveh
a menos que se asemeje
al pecado de sus ojos
El cuchillo de Nikos Kawadies
oculto,
si digo una sola palabra sensata
o aceptada por el verso
remodelo mi seno.
Sedición e indisciplina Aans.
En Grecia y Roma al cruzar las
aceras
me ataban tablillas de plomo
estaba marcada al rojo ceniza de
la tarde.
Frente al mar Egeo, me convertía
en Areteo,
maldiciendo cualquier ruina.
Tú lo recuerdas, lo dije bajito
cuando te asesiné.
¿No oyen en estos versos la universalidad de lo humano? Para los de cultura ignota avisaré
que las tablillas de plomo se usaban en Roma para los conjuros y
las maldiciones. Es la maldición de la fragilidad humana, la que sucumbe a
cualquier mal, pues no tiene un lugar propio en el universo, ha de hacérselo; y
Marga, como tantos otros, lo creó en torno a otras fragilidades como es amar al
que del mismo barro ha sido hecho. Sometidos a toda minusvalía física, a todo
mal moral, y al mal más radical: la muerte. Escuchen uno de sus mejores textos,
que dicho sea de paso no es poesía, sino prosa simbólica y poetizada:
El síndrome de Groenlandia
[...]
Miedo a escuchar, ahí va la loca. Miedo a los harapos, miedo a su miedo, a
las miradas, a las palabras. Miedo a un poeta que le regaló su muerte.
Miedo al temblor anunciador del vértigo. A la ventana entreabierta y al sol
desvergonzado acariciando sus hombros. A las aceras en sombra; a los pasantes
que ríen despreocupados, cuando algo puede acecharles... a los relojes suizos;
a los relojes eléctricos que parpadean cuando se va el flujo; a la televisión que
adormece el tiempo, al canapé confortable con su lienzo mal acodado y sus
tripas afuera, sangrando por las pezuñas de los gatos... a la frase común
deshabitada; a la insinuación, al desvarío. Miedo de escuchar, escuchándose.
Al monólogo ignorante del susto. Al suicida que aplaza el día hasta que
perfeccione al extremo el cierre de la cuerda. Miedo a la cuerda que amarra, a
la metáfora de los lazos del zapato que le recuerdan las cárceles donde no son
permitidos.
Miedo a las escupías que dan sed y deshidratan. Miedo al vómito, a la sangre, al esperma, a la orina,
a la mierda que conoce mejor que ella los conductos, recovecos, interacciones entre
el exterior y ese interior decorticado por los médicos, y los aparatos de
resonancia magnética. Esa inmensa mierda en forma de nostalgia y ausencia de
los exiliados.
Miedo al ciclón, no por el destrozo, miedo a su ojo calmado que cubre como
un techo la cabeza asustada. Miedo al después cuando se aglomera, se acelera el
movimiento, a la reconstrucción.
Miedo a pasar por las aduanas donde extraños, desde peceras, visualizan documentos de poca
estima, de poca narración de causas. Miedo a esas puertas de aduana donde chillan
las llaves de la casa que ha dejado atrás, a la que nunca
regresará; a los que dan la bienvenida al nuevo infierno.
Miedo al mediodía que se va rápido, al atraso, a preparar la cena para
cuando lleguen los que incursionan entre inútiles recetas de dantescas
oficinas.
Miedo al ruido de una palabra que condene, juzgue, que marca.
Miedo al dentista disfrazado de mudo, espejo en mano, atareado en desenmarañar
de la úvula las palabras, la lengua ensalivada. Miedo al líquido mentolado que
transforma el aliento en cachorrillo domesticado, mientras el médico exige cheque.
Miedo al beso que entrechoca los dientes, miedo a la mordida
que no sangra y envenena los labios. Miedo al tren expreso que
enfila por la mente y todo sea olvido, polvo de olvido, olvido de
muerte.
Miedo a la muerte por sorpresa, a que no sea atroz ni enigmática. Solo un
sueño y desilusiones permanentes. Enorme miedo a padecer miedo, tanto agobio,
incertidumbre vana. Tanto cuento, como si no supiéramos que basta dejarse ir,
dormir en el vientre de la madre, abandonarse al ruidoso, ambicioso,
estremecido corazón que se va apagando hacia una noche silenciosa, infinita.
Miedo al día, nunca a la noche. Miedo al reflejo, nunca al puñal. Miedo de
necesitar al otro. Miedo a ser otro y serlo e ir padeciendo la mediocridad como
si fuese una fina espuela en la lucidez.
Miedo al comentario sobre el cáncer y no al humo que asciende, a la
nicotina que amarillea el índice. Miedo a la escasez de tabaco en un día
feriado, los estanquillos cerrados, el bolsillo vacío.
Miedo a la tinta que gotea de la pluma y traza dibujos y presagios en la
carta temblorosa de las verdades. Miedo a borrar el olor del amante, de cada
bandido que arrebata. Miedo a confesar públicamente la penetración osada de un
dedo en cierta vagina hambrienta de golpes secos. Miedo al falo, casi temor a
su ausencia y denunciar que es ignorante de las letras que acompañan los
ovarios.
Miedo al café del alba, a las llamadas telefónicas, al conocido que
pregunta ¿qué haces el sábado? para empantanarte durante horas con un sinnúmero
de conflictos tribales de los que huyes a diario con una soledad importante.
Miedo a que se vea que tienes miedo o que tendrás en el minuto siguiente.
Miedo al desespero, a la espera, a las filas de espera, a los grandes
comercios. Miedo al fuego, al frío, a que se asemejen los sentidos y no sepas
cuando duela.
Miedo a las luces blancas de los hospitales, sobre mercancía humana, bien
empaquetada para los trepanadores de cráneo de todas las ideologías. Miedo a
los aparcamientos subterráneos, al metro, a la caída en los rieles, al túnel
que traga. Miedo a la cabeza que da vueltas. A las piernas que flaquean, a la
flojera de la angustia, al mal de cabeza, a la orden, el autoritarismo, a la sed
que se extiende en la garganta.
Miedo al oculista, al tocólogo y su dedo, a mojarse en la consulta del
ginecólogo, a que se vea que vas a desmayar.
Miedo a las corridas de toro, a las cacerías donde corre la sangre.
Miedo a los viajes, nunca ir, más bien a no querer regresar. Miedo a la emoción
que mueve arrítmicamente el corazón y palidece, sin saber, si compartes cabina
con un terrorista que saltará junto a la carga mortal.
Miedo a la vejez, a los pesados, a la carencia, a la letra recomendada, a
la falta de papel, tabaco, filtro para hacer un cigarrillo donde chupar
recuerdos.
Miedo a llamar a la madre y saber que ha muerto otro en la isla. Miedo a
los mendigos que juzgan, a sus respiros que matan. Miedo a decir, a callar. A
las buenas personas, a ser, no ser, a ganar, a perder. Un miedo totalizador que
invalida.
Miedo a los amigos que se acercan y se pierden de forma violenta. Miedo al
vientre que se infla de aire, de agua, de excesos, de grasa, de semen, de
embarazos vitales.
Miedo a la pulsión de muerte en cada balcón de un cuarto piso, en cada
andén...y caer en la vida. [...]
Más de alguno de ustedes recordará ese tono que hace alrededor de noventa
años llenó la literatura y la cultura de locas quimeras, de miles de
‘manifiestos’ dadá y surrealistas. Este es el manifiesto que inaugura un milenio,
el nuestro, el XXI. Al igual que los anteriores casi centenarios una palabra se
repite incesante, antes era ‘aullido’ de libertad, de masacre, de sangre, de
razón; el de nuestros tiempos tras el 11 de Septiembre y 11 de Marzo en Nueva
York y Madrid, la palabra que se repite es ‘miedo’, al miedo, a la vida, a la
posibilidad de la muerte. Una existencia que se puede resumir en ‘ temo,ergo
sum’.
Lamismaletania
quéfuerzahayquetenertodoslosdíasparanotomarelatajo,yseguir
enestecaminodondeherotocadapiedrayunlechodearenamehund
e,peroesellechomio,desdedondeelenormecaballodemiinteriormi
raalnohorizonte,conlasecretapacienciadequeencontraralaspalab
rasadecirantesdeeliminareldestrozo,delimpiartodoloqueda,tanp
ocoes,yquedar,sinremedio,quedarsinelquesehaido,quedarenotr
apielvacia,secaporelamorquefuementira.lamismaletania.
Un miedo que ha paralizado las manos y farfulla de continuo, por si al
callar dejara de ser el mundo. Es uno de esos que nos persigue como nos busca
lo Santo, lo absolutamente otro, lo absolutamente desconocido.
Sólo como Dios es capaz de acosarnos.
Acoso
Me han acosado mis padres, nunca conocieron mi pobreza,
me soñaron otro destino.
Me han acosado los amigos, juraban por la piedra
que iba arruinando con absoluta franqueza.
Me ha mal entendido mi hija que esperaba
verme en el palco aplaudiendo a quienes aplaudían.
Me ha soportado Aans, bautizando con quejas horas infinitas,
por mucho que él me amara yo envejecía.
Me he mal amado dando, dando consuelo,
desaparecería donde no pudiera hacerme caso.
Por desgracia sólo conozco a Marga por su verbo, ojalá algún día quiera
Dios o la casualidad que nos crucemos y pueda abofetearme, cual Gilda indignada
y satisfecha, por desnudarla un poco más de lo que ella ya lo hace en estos
versos.
(Versión sin correcciones tipográficas, la web no las tiene en cuenta. Consultar
el pdf original)
Semblanza de Javier Guzmán Simón
Nací en 1980, con la recién estrenada constitución española, de mi padre y
de mi madre (o se creían que era extraterrestre, aunque algo de divino
tengo...). Mi padre D. Antonio Guzmán Piñero, cirujano de profesión, procedente
de Carmona. Mi madre Cristina Simón Moreno de Vega, enfermera, nacida en La
Habana, de quien me viene la a-ficción y la sangre de Cuba, esa que se turba y
se revoluciona con cada noticia de la isla, o la que pánfila descansa de tanto
descanso.
Mi infancia son recuerdos de una calle sucia de Sevilla y un cielo lluvioso
y torrencial. El 16 de Octubre de cada año muero un poco más además de hacerlo
cada día. Mi infancia es algo que no quiero o no puedo recordar, sólo sé que de
ella nació el ser mediocre que ahora escribe esto.
Estudié la primaria en el colegio San Antonio Mª Claret, del que salí más
comunista que Stalin. Realicé el bachillerato en el instituto Fernando de
Herrera, notas bajas para la rama de letras puras: Francés (que odio profundamente,
aunque no menos que el inglés), latín,
griego, filosofía... Con 18 años me echaron al mundo, y no estaba preparado,
así que ingresé en la facultad de Filosofía de la Universidad de Sevilla. En
2006 me fue concedida una beca Erasmus (u orgasmus como algunos la llaman) en Mainz,
a 50 km de Frankfurt, en el land de
Rheinland Pfalz. Allí realicé estudios de alemán, Heidegger, Hume, Husserl
y tutti cuanti.
Commentaires
Un abrazo
Maffi