Aquella fealdad omnipresente era la única igualdad que existía en el socialismo.

“Aquella fealdad omnipresente era la única igualdad que existía en el socialismo. Y era intencionada, formaba parte del programa de la dictadura. Los objetos que se producían en el socialismo te quitaban las ganas de vivir: aquellos edificios de hormigón, los muebles, las cortinas, las vajillas, los arriates de flores de los parques, los carteles, los monumentos, los escaparates… Era como si todos los materiales –cemento, madera, cristal, porcelana o hasta las ramas de las plantas– fueran tan toscos y brutales por naturaleza que resultaba imposible hacer nada más bonito con ellos. Como si, en aquel país, los materiales decidieran colaborar con el Estado por propia voluntad, se plegaran a la voluntad del régimen. La uniformidad de lo feo acaba deprimiéndote, hace que te vuelvas apático y que todo te dé igual, y eso era lo que quería el Estado. Para el socialismo, nuestro estado depresivo era ideal, la alegría de vivir hace que la gente sea espontánea, y eso es sinónimo de imprevisible. La miseria te vuelve feo."
Herta Müller,
Mi patria es una semilla de manzana.

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