Centinelas de Madrid, poema de La costurera de Malasaña,Margarita García Alonso, 2012

J.B. #Lepage The Wood Gatherer

Centinelas de Madrid


Un hombre alado salió a dar una vuelta
y al aterrizar en el prado que habituaba
encontró que habían construido
una ciudad en su lugar.

En casa siempre oí cantar
a abuelo cuando hacía bocetos
de ángeles a la medida
de mi pie descalzo.

Ahora habita en las azoteas de Madrid
donde el tiempo no existe
y una ciudadela de ángeles vigila
a los fumadores de porros,
a las mujeres que duermen
a la sombra de Al Fénix
y parecen solas, pero casi siempre
cabalgan un adolescente.

Por más que busco no encuentro
a la Virgen de los Peligros,
con su nimbo de luz de la marca Moore,
haciendo milagros de bombillas.

Aurora desde la azotea apenas me ve
-cosas de perspectiva-
por muy diosa que sea se tira a fontaneros
que saben manejar el metal.

Cuando llueve se lava,
calada hasta la madera Minerva
en el Círculo de Bellas Artes,
a 58 metros sobre la calle de Alcalá,
a pesar de estar hueca murmura que
su miedo es el viento.
Pero en realidad es al Hombre a quien teme
el hombre que cuelga su traje ahumado,
sobre el filo de la ventana,
hacia el abismo la tendedera y sus ganchillos
que saltan pavorosos al vacío.

Cuando un trozo del ala de Pegaso
cayó sobre la calzada
la Real Academia de San Fernando dictaminó
que en evitación de alguna catástrofe
se bajase a los centinelas de mármol.

En aquel entonces los bloques se desmoronaban,
no hubo más remedio que cortarlos,
aunque entre tejados se escuchara
como ponían el grito en el cielo.

Bajar fue casi tan complicado
como había sido subir los vigilantes a las azoteas.
Durante horas abandonados
en la Gran Vía, semejaban
fantasmas de desterrados.

Entre la plaza de Legazpi y la glorieta de Cádiz
volvieron al suelo los originales
pues no tiene sentido adornar tejados
ni esconderse a la sombra de los ángeles
-de todas formas eran sustitutos, pura copia-

Cada marzo, un rayo de sol atraviesa
la cabeza del Ángel caído que añora el prado
y sobrevuela a quienes transitan sin dios ni rodillas,
fabricados de la misma manera que sus padres,
esculpidos en barro, quemados por la cera,
con un pequeño corazón donde se coló el bronce.

Yo sigo escuchando,
quizás sea  abuelo
quien reza

sin poder tocar tierra.

Margarita García Alonso, de
La costurera de Malasaña, 2012
He de tomar consejo de todos, la fibra rota, el paño ligero para confeccionar el lienzo que me arropará la eternidad.

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