ARCO, LA mierda de Jaime Pitarch, y la MIERDA de SIERRA

No, no se trata del carrito de la limpieza. Es una obra presentada en ARCO y valorada en 14.000€



La obra de Santiago Sierra que tanto ruido ha merecido después de que su galerista la quitara de una pared de ARCO ante una sugerencia de la dirección de Ifema, no consiste, como se cree, en una serie de retratos pixelados de supuestos presos políticos: la obra completa consiste en la sugerencia de Ifema, la decisión de la galerista, la pared en blanco, el empresario que la compra, las miles de palabras que se han escrito. Voy a colaborar, pues, con esa obra de Sierra, que lo único que pretende es conquistar el estatuto de víctima de una censura inexistente, sin la cual la obra hubiera pasado desapercibida, pues no tenía nada que decir y no estaba cargada de otra esencia que su propia capacidad virtual de generar espectáculo.
Una buena prueba de que todo había sido escrupulosamente guionizado es la cantidad imponente de cuadernillos de cara impresión y formato grande que se había preparado para satisfacer la elocuente demanda del público en cuanto la obra fuera descolgada: se agotaron, naturalmente, al precio de 10 euros. Otra prueba es que los 96.000 euros que cuesta la obra, los pagó un empresario audiovisual que se propone exhibirla para colgarse la medalla de desafiar a unas autoridades que en ningún momento prohibieron nada.
Así pues, hay que quitarse el sombrero ante el ingenio del artista y la galerista: utilizaron el concepto correcto -Censura- y a pesar de que nadie se la aplicó al uno ni forzó a que retirara la obra la otra, consiguieron que se le prestase atención y se destacase en la marabunta de obras de ARCO.
Conociendo exquisitamente los mecanismos que consiguen que algo se suba a la cresta de la ola y dé que hablar -sin la más mínima complejidad ni necesidad de argumentos ni siquiera valoraciones estéticas, sólo a través del escándalo-, logró salirse con la suya, hacer que una corriente eléctrica recorriera el país ante una supuesta imposición del poder para taponar un mensaje que, paradójicamente, ha multiplicado por mucho su capacidad de alcance. Esa era realmente su obra: la serie de retratos de supuestos presos políticos no pasa de ser el pedestal sobre el que colgarla.
Evidentemente Santiago Sierra, que ha hecho cosas como meter una cámara de gas dentro de una sinagoga, prohibir la entrada a un pabellón de la Bienal de Venecia a todo aquel que no llevase pasaporte español (dentro del pabellón no había sino escombros) o pagar a gente por las cosas más variadas, desde escribir durante horas «El trabajo es la dictadura» a masturbarse ante la cámara, sabe muy bien que su blanda denuncia de que tenemos presos políticos en la España contemporánea es, cuanto menos, muy pánfila: en tertulias de prime time, en miles de artículos y millones de tuits, en el estadio del Barça, ya se ha denunciado que España tiene presos políticos sin que nadie ejerciera ninguna censura ante tales declaraciones.
Pero la representación de esa declaración, a través de una obra sin duda muy pobre, cuya única fortaleza es el victimismo, debía magnificarse con algo que la elevase por encima del horizonte de la obviedad. Y no cabe sino reconocer que galerista y artista lo han conseguido.
Lo que me recuerda la fábula infantil de Pedro y el lobo. Ante cualquier situación como la protagonizada por la obra de Sierra, lo primero que ha de preguntarse uno es quién sale ganando. Como en la fábula. Parece evidente que quien sale ganando es el lobo, y de ahí, cabe preguntarse si no fue el lobo el que lo organizó minuciosamente todo para poder comerse las gallinas. Pedro no era más que un empleado del lobo: obedecía precisas instrucciones para un fin previsto que sólo revelaría su naturaleza cuando ya no hubiera arreglo. Nabokov decía que en esa fábula estaban los orígenes de la ficción: se equivocaba, en esa fábula lo que está es el origen de la propaganda. Primero Pedro baja la ladera gritando «el lobo, que viene el lobo» y la gente aterrorizada de la aldea guarda las gallinas y luego ve cómo Pedro se parte de risa porque ha logrado engañarlos. Un bromista encantado de su maestría.
Así que cuando por segunda vez baja la ladera gritando, sabe que ha conseguido lo que se proponía su amo cuando nadie le hace el más mínimo caso y todos dejan a las gallinas a la intemperie seguros de que no viene ningún lobo. Entonces puede bajar a gusto el lobo, o Santiago Sierra, y ante la mirada atónita de todos llevarse todas las gallinas que quiera: el negocio está hecho, ha utilizado correctamente las herramientas a su alcance para desactivar los mecanismos de defensa de la comunidad y volverlos de su parte para seguir agigantando su fama, sin correr el más mínimo riesgo. Sin duda, es otra obra maestra de la autopromoción, rama del arte en la que Santiago Sierra es nuestro más destacado representante.

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