LLueve en Normandie


Herbal, Lombardy ca. 1440
British Library, Sloane 4016, fol. 6r

poemas de Konstantinos Kavafis


 I. La ciudad:
 
Dices: “Iré a otra tierra, hacia otro mar
y una ciudad mejor con certeza hallaré.
Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,
Y muere mi corazón
lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez.
Donde vuelvo los ojos sólo veo
las oscuras ruinas de mi vida
y los muchos años que aquí pasé o destruí”.
 No hallarás otra tierra ni otro mar.
La ciudad irá en ti siempre. Volverás
a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;
en la misma casa encanecerás.
Pues la ciudad es siempre la misma. Otra no busques -no la hay-
ni caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.
 
II. Monotonía:
 
Sigue un día monótono a otro día igualmente
monótono, idéntico. Las mismas
cosas sucederán de nuevo, una y otra vez—
las mismas circunstancias nos toman y nos dejan.


A un mes sigue otro mes igual.
Lo que vendrá fácilmente se adivina;
serán las mismas cosas de ayer.
Y el mañana nunca parece ese mañana.
 
III. Fin:
 
En medio del terror y de la sospecha,
con la mente agitada y los ojos asustados,
buscamos soluciones y planeamos qué hacer
para escapar de la segura
amenaza que tan espantosamente nos acecha.
Y sin embargo nos equivocamos, ése no es nuestro camino;
las noticias eran falsas
(o no escuchamos, no comprendimos bien).
Otro desastre, otro que nunca habíamos pensado,
súbita, tempestuosamente cae sobre nosotros,
y sin darnos tiempo —sin prepararnos— nos arrebata.

 
IV. Troyanos:
 
Desventurados son nuestros esfuerzos;
inútiles como aquellos de los troyanos.
Conseguimos un pequeño éxito; ganamos
un poco de confianza; y la esperanza
y el valor renacen.
Mas siempre algo sucede que nos frustra.
Aquiles surge de la tumba ante nosotros
y acobardan sus gritos nuestros ánimos.
 
Nuestros esfuerzos son como los de los troyanos.
Pensamos que con decisión y con audacia
podríamos cambiar el curso del destino,
y miramos fuera al campo de batalla.
Mas cuando el momento supremo llega,
audacia y decisión se desvanecen;
se turba y paraliza nuestra alma;
y alrededor corremos de los muros
buscando salvación en la huida.
Sin embargo qué cierta es la derrota. Arriba,
en las murallas, ha empezado ya la elegía.
Llora la memoria y la pasión de nuestros días.
Amargamente Príamo y Écuba lloran por nosotros.

V. Desde las nueve:
 
Doce y media. Rápidamente el tiempo ha pasado
desde las nueve cuando encendí mi lámpara y
me senté aquí. Estoy sentado sin leer
ni hablar. A quién podría hablar
en la casa vacía.


La imagen de mi cuerpo joven,
cuando encendí mi lámpara a las nueve,
vino a mi encuentro despertando un perfume
de cámaras cerradas
y pasado placer —¡qué audaz placer!
También trajo a mis ojos
calles ahora no reconocibles,
lugares de otro tiempo donde la vida ardió,
teatros y cafés que una vez fueron.


La imagen de mi cuerpo joven
volvió y me trajo también memorias tristes:
las penas familiares, los adioses,
los sentimientos de los míos, los sentimientos
apenas atendidos de los muertos.


Doce y media. Cómo pasan las horas.
Doce y media. Cómo pasan los años.

VI. Velas:
Los días del futuro se alzan ante nosotros
como una hilera de velas encendidas —
doradas, vivaces, cálidas velas.
 
Los días del pasado quedaron tan atrás,
fúnebre hilera consumida
donde las más cercanas aún humean,
velas frías, torcidas y deshechas.
No quiero verlas; su aspecto me aflige,
me aflige recordar su luz primera.
Miro ante mí las velas encendidas.
No quiero volverme, y estremecerme al contemplar
qué rápidamente se alarga la hilera sombría,
qué rápidamente crece con sus velas ya consumidas.
 
VII. Ventanas:
 
En esas habitaciones oscuras donde vivo
pesados días, con qué anhelo contemplo a veces
las ventanas. —Cuándo se abrirá
una de ellas y qué ha de traerme—.
Pero esa ventana no se encuentra, o yo no sé
hallarla. Y quizás mejor sea así.
Quizá esa luz fuese para mí otra tortura.
Quién sabe cuántas cosas nuevas mostraría.
 
VIII. Cuanto puedas:

Si imposible es hacer tu vida como quieres,
por lo menos esfuérzate
cuanto puedas en esto: no la envilezcas nunca
en contacto excesivo con el mundo,
con una excesiva frivolidad.
 
No la envilezcas
en el tráfago inútil
o en el necio vacío
de la estupidez cotidiana,
y al cabo te resulte un huésped inoportuno.

Commentaires

Articles les plus consultés