y también tendrás la guerra

Skogstroll by Theodor Kittelsen, 1890




La traición del alcalde de Londres



Hace unos meses me felicitaba en estas misma páginas por la elección de Sadiq Khan como alcalde de Londres. Me parecía una buena noticia que un musulmán llegase a tal cota de poder, tan real como simbólico. Me equivoqué. Khan ha demostrado participar de la doctrinaapaciguadora del partido laborista que llevó a Chamberlain a pactar con Hitler, poniendo el valor de la (supuesta) paz por delante de la (real) libertad.
En su caso, el apaciguamiento se lleva a cabo respecto de los musulmanes fanáticos que perpetran ataques terroristas. De las declaraciones de Khan sobre los últimos asesinatos islamistas en Londres sería imposible saber si tras el terrorismo que está arrasando la capital británica, el resto de Europa y el mundo entero se encuentran grupos marxistas-leninistas, anarquistas nihilistas o herederos de los nazis que llevaron a Churchill a espetar a Chamberlain:
Se te ofreció poder elegir entre la deshonra y la guerra y elegiste la deshonra, y también tendrás la guerra.
Ahora al apaciguamiento se le denomina inclusividad, dentro del paradigma multiculturalista que lleva a esconder la cabeza bajo tierra y comerse la lengua para, como el alcalde de Londres y los medios progresistas, jamás relacionar los atentados terroristas con el islam. De manera parecida a cómo Gemma Nierga llamó a dialogar con los etarras que acababan asesinar a Ernest Lluch, bajo el síndrome político de que el grupo de extrema izquierda era de los suyos(descarriados pero de la misma familia socialista). Con la excusa de no propagar la islamofobia, están socavando los principios liberales de las sociedades abiertas occidentales. Kahn, que en una ocasión despreció a los musulmanes moderados tachándolos de ser como el "tío Tom" (es decir, musulmanes que estarían sometidos a los occidentales), debería haber encabezado desde su cargo político la reforma del islam que propone Hirsi Ali para que triunfase la versión más acorde con los valores de la civilización. Al mismo tiempo, debería haber aplicado unatolerancia cero contra las raíces religiosas del terrorismo, que no están en el Vaticano o en el palacio del Dalai Lama sino en las mezquitas, madrazas y demás centros vinculados con la versión más ortodoxa del islam, que es la dominante en el mundo.
Por ejemplo, en Indonesia, el país con más musulmanes y que tiene fama, aunque más bien es una leyenda buenista, de ser cuna de un islam moderado y compatible con la democracia, se han introducido leyes de acuerdo con la sharia que han permitido que se azote a los gais mientras un público entusiasmado aplaude y pide que les golpeen más fuerte. Además, a un candidato cristiano que tenía posibilidades de llegar a ser presidente del país, el gobernador de origen chino de Yakarta, lo han condenado a dos años de cárcel por haber supuestamente blasfemado contra el islam, algo que solo sucedió en la cabeza dictatorial de sus enemigos políticos y en la mente esquizofrénica de los fanáticos islámicos.
La traición de Kahn se explica en esta advertencia de Karl Popper, que había visto cómo las repúblicas de Austria y Alemania eran destruidas desde dentro por no haber querido combatir a los nazis y a los comunistas que pretendían destruirlas:
Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto como ellos, de la tolerancia (...) Debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si es necesario por la fuerza (...) Deberemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución.
El triunfo de Trump es el nefasto y lamentable movimiento pendular que respondió a la incapacidad e incompetencia de Barack Obama, apoyado por unos medios que jaleaban su rendición conceptual ante el avance de los intolerantes de extrema izquierda y el fundamentalismo islámico. No necesitamos ni el simplismo xenófobo de Trump, que identifica a los islamistas con los inmigrantes, ni la banalidad multiculturalista de Obama y sus intelectuales, que defienden, como Olivier Roy en Francia, que el islam no tiene nada que ver con los yihadistas occidentales sino con el proceso de deculturación que sufren los pobres chavales cuando pierden la conexión con sus raíces y no se integran en nuestras sociedades. La culpa de que nos maten, según esta perversa lógica progresista, es… ¡nuestra! Porque no hemos puesto suficientes medios (más allá de una educación pública gratuita, una sanidad gratuita y unas subvenciones sociales casi infinitas…) para que estos rebeldes sin identidad se encuentren como en casa.
Sería una farsa si no fuese una tragedia. Por supuesto, no necesitamos a un alcalde de Londres musulmán incapaz de hacer explícitos, combatiéndolos, los fundamentos islámicos del terrorismo que asuela su ciudad, al tiempo que trata de hacer que nos resignemos (¿cristianamente?) a que vivir en una gran ciudad conlleve acostumbrarse a los atentados. Como si fuese igual que te atropelle un conductor borracho que un tipo que se considera un asesino de Alá. Nada que ver con la valentía y honestidad que demostró David Cameron cuando tras un atentado pidió a los musulmanes ingleses que ayudaran a la Policía a combatir a los terroristas, al tiempo que recordó que los musulmanes son las principales víctimas de los musulmanes y que, contra Obama o Roy, es un error (y un crimen de lesa intelectualidad, añado yo) sostener que el integrismo es fruto de nuestros errores o de la pobreza.
Sadiq Kahn no tiene ni la capacidad intelectual ni el talante político necesarios, seguramente tampoco la voluntad religiosa, para plantar cara a los intolerantes. Pero los que somos herederos de la tradición liberal que venció a los totalitarios del siglo XX no nos vamos a resignar, porque tenemos el ejemplo de los que, como Popper, Hayek, Berlin, Camus, Aron o Russell, nos enseñaron que ante la violencia no hay que poner la otra mejilla sino, por el contrario, en primer lugar, llamar a las cosas por su nombre y, en segundo lugar, hacer caer sobre los violentos todo el peso y la firmeza del Estado de Derecho.

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