DESDE LA AZOTEA LAS HORMIGAS MIRAN ENFURECIDAS / Adán Echeverría


Hellmouth. Hours of Catherine of Cleves, Netherlands, ca. 1440 (NY, Morgan Library and Museum)

DESDE LA AZOTEA LAS HORMIGAS MIRAN ENFURECIDAS / Adán Echeverría
HABÍAN ESTADO trabajando durante días en la construcción de un ala extra para el edificio de oficinas donde trabajo. Subían por las rampas sus herramientas junto con maderas, cables, alambres y sogas para acomodar los andamios. Toda la semana los vi subir en fila india, como infatigables hormigas, uno tras otro, y me parecieron idénticos. Como si los albañiles de la ciudad, o del mundo, estuvieran cortados con la misma tijera. Pechos y brazos poderosos, espalda amplia.
Mi novia me había llamado a medio día; fue cortés y directa, no quería que volviera a buscarla. No tuve que preguntar. Los amigos sabían que ella no deseaba seguir a mi lado. Sus quejas y su falta de interés en los aspectos más importantes de mi vida eran señales directas de que, en la relación, yo caía por el caño.

Por eso subí a la azotea. Me paré en el barandal, y quise convencerme de saltar. Era tan fácil, apenas un paso, un pequeño movimiento y caería los 25 pisos rumbo al pavimento. Pero los albañiles, esas hormigas rojas, me enfurecían. Primero lancé escupitajos sobre ellos. Luego algunas piedritas, para acabar aventándoles todo lo que había en la azotea: pedazos de bloc, cubetas. Arranqué las láminas que recubrían las salidas de emergencia, y las aventé junto con letreros rotos, focos, lámparas; todo cuanto pude. Hasta que me detuvieron los que subieron corriendo por las escaleras de emergencia.
Desde esta cama de hospital, estoy seguro que la golpiza sirvió para arrancarme el sentimiento de abandono en que me ahogaba.

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