William Blake


Melancolia



Fedra. Acto II, escena V.

Fedra, Hipólito, Enona.

Fedra.

Hacia mi corazón mi sangre se retira.
Hele aquí. Olvido ya lo que vine a decirle.

Enona.

Acordaos de un hijo que sólo en vos espera.

Fedra.

Dicen, señor, que en breve de aquí os alejaréis.
A vuestras amarguras vengo a sumar mis lágrimas.
Vengo, en favor de un hijo, mi inquietud a explicaros.
Mi hijo perdió a su padre y el día no está lejos
Que también de mi muerte deba hacerlo testigo.
Ya miles de enemigos atacan a su infancia;
Tan sólo vos podéis asumir su defensa.
Pero un remordimiento secreto me perturba.
Tiemblo de haber cerrado vuestro oído a sus quejas.
Tiemblo de que sobre él vuestro justo rencor
A una madre execrable persiga prestamente.

Hipólito.

Señora, yo no tengo tan bajos sentimientos.

Fedra.

No me lamentaría aunque me detestarais, 
Señor, vos me habéis visto consagrada a dañaros,
Mas en mi corazón no podíais leer.
A vuestra enemistad me ocupé de ofrecerme.
Allí donde habitaba soportaros no pude.
En público, en secreto, contra vos decidida,
Quise que a vos y a mí nos separase el mar.
Hasta llegué a prohibir, por una ley expresa,
Que osaran pronunciar ante mí vuestro nombre.
Empero, si en la ofensa se mide la sanción, 
Si el odio sólo puede vuestro odio atraer,
Jamás hubo mujer más digna de piedad
Y también menos digna de que la aborrecierais.

Hipólito.

Una madre celosa del bien de sus pequeños
Al hijo de otra esposa perdona raramente.
Señora, yo lo sé. La importuna sospecha
Es el fruto común de un segundo himeneo.
Otra cualquiera hubiese sentido igual zozobra
Y yo hubiera sufrido más ultrajes tal vez.

Fedra.

¡Ay, Señor, ante vos me atrevo a atestiguarlo,
el Cielo, de esa ley ha querido exceptuarme!
¡Qué desazón distinta me turba y me devora!

Hipólito.

Señora, no es aún la ocasión de turbaros.
Vuestro esposo quizás ve aún la luz del día;
El Cielo a nuestras lágrimas puede otorgar su vuelta.
Lo protege Neptuno, y ese Dios tutelar
No será estérilmente por mi padre implorado.

Fedra.

No se ve la ribera de los muertos dos veces,
Señor. Y si Teseo vio las sombrías márgenes,
Vanamente esperáis que un Dios os lo devuelva.
No se arranca la presa del avaro Aqueronte.
¿Qué digo? No murió, puesto que en vos respira.
Ante mis ojos, siempre creo ver a mi esposo.
Yo lo veo... le hablo... mi corazón... me pierdo,
Señor, mi pasión loca pese a mí se declara.

Hipólito.

Veo de vuestro amor el prodigioso efecto.
Aunque muerto, Teseo se presenta ante vos;
Vuestra alma por su amor sigue siempre encendida.

Fedra.

Sí, languidezco y ardo, Príncipe, por Teseo.
Lo amo, mas no tal cual los infiernos lo han visto,
Adorador versatil de mil enamoradas,
Que del Dios de los muertos va a deshonrar el tálamo,
Sino fiel, orgulloso y hasta un poco bravío,
Joven, encantador, dueño de corazones,
Como a los dioses pintan o como os veo a vos.
Tenía vuestro porte, vuestro hablar, vuestros ojos,
Vuestro noble pudor coloreaba sus rasgos,
Cuando de nuestra Creta cruzó los oleajes,
Digno de ser amado por las hijas de Minos.
¿Qué hacíais vos entonces? ¿Y por qué, sin Hipólito,
a la flor convocó de los héroes de Grecia?
¿Por qué, en exceso joven, entonces no pudisteis
entrar en el navío que lo dejó en mis playas?
Hubierais dado muerte vos al monstruo de Creta,
Pese a los escondrijos de su vasto refugio.
Para desenredar su camino complejo,
Mi hermana os armaría con el hilo fatal.
Mas no, pues yo la hubiese con tal fin precedido;
El amor me lo hubiera sugerido en seguida.
Soy, Príncipe, yo, la que debió ayudaros
A aprender los recodos dentro del Laberinto.
¡Cómo hubiera cuidado vuestra dulce cabeza!
Poco sería un hilo para quien os amaba,
Compañera del riesgo que debíais buscar,
Yo, delante de vos hubiera caminado,
Y Fedra, al laberinto descendida con vos,
Habríase con vos encontrado o perdido.

Hipólito.

¡Oh Dioses! Pero ¿qué oigo? ¿Qué, Señora! ¿olvidáis
Que Teseo es mi padre y además vuestro esposo?

Fedra.

¿Y sobre qué juzgáis que yo no lo recuerdo,
Príncipe? ¿Ya mi honor dejó de preocuparme?

Hipólito.

Señora, perdonad. Confieso, confundido,
Que acusé por error a un discurso inocente.
Mi vergüenza no puede prolongar el miraros
Y voy ...

Fedra.

¡Ah, no, cruel, demasiado entendiste!
Demasiado te dije, para que te equivoques.
Conoce, pues, a Fedra y a su amor delirante.
Amo, pero no pienses que mientras que te amo,
Sin culpa ante mis ojos, me apruebo yo a mí misma.
Ni que del amor loco que turba mi razón,
Mi complacencia vil alimentó el veneno.
Objeto infortunado de celestes venganzas,
Me aborrezo yo más de lo que me detestas.
Los Dioses lo atestiguan, los Dioses que en mi entraña
Encendieron el fuego fatal para mi estirpe;
Los Dioses engreídos por el triunfo cruel
De haber desorientado a una pobre mortal.
Evoca tú al pasado, y llámalo a tu espíritu.
Fue poco huir de ti, cruel, yo te expulsé.
Odiosa, quise yo parecerte, inhumana,
Y para resistirte, solicité tu odio.
¿Y de qué me sirvieron mis esfuerzos inútiles?
Por más que tú me odiases yo no te amaba menos.
Te daba tu desdicha renovados encantos.
Me extenué, me agosté, en el fuego, en las lágrimas.
Persuadido estarías, tan sólo con mirarme,
Si tus ojos pudieran mirarme fugazmente.
¿Qué hablo? ¿A la confesión que te acabo de hacer
Y que tanto me humilla, voluntaria la crees?
Temblando por un hijo que traicionar no pude,
Venía a suplicarte que no lo detestaras.
Débil plan de una mente que lo que quiere llena,
¡Ay! no conseguí hablarte de más que de ti mismo.
Véngate, pues, de mí, castiga un amor que odias.
Hijo digno del héroe que la vida te dio,
Libera al universo de un monstruo que te irrita.
¡La viuda de Teseo se atreve a amar a Hipólito!
Sí, ese monstruo terrible no te debe escapar.
He aquí mi corazón. Debes herir aquí.
Desesperado ya por expiar su ofensa,
Siento que se adelanta para enfrentar tu brazo.
Hiere. O si lo juzgaras indigno de tus golpes,
Si tu odio me rehusa tan deseable suplicio,
O si con él tu mano sangre vil rezumase,
A falta de tu brazo, concédeme tu espada.
Dame.

Enona.

¿Qué hacéis, Señora, ? ¡Oh, Dioses justicieros!
Pero vienen. Salvaos de testigos odiosos;
Venid, entrad, huid de una vergüenza cierta.

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