Passar Páxaros, poemas de Joaquín Badajoz, en Amazon




"La poesía no es un libro de autoayuda ni un traje prêt-à-porter que se acomoda a cualquier maniquí, no es ni siquiera la mayoría de las veces divertida o ingeniosa, es otra cosa. Por respeto a esa otredad, porque no es la escritura sino la lectura la que completa y transforma una obra en un universo irremplazable, dejo zarpar estas construcciones mentales", dice el autor en este "álbum doble" que incluye textos poéticos escritos entre 1994 y 2004.


PARA QUE CAIGA DE CANTO LA MONEDA
Mi hija es el país que tantas veces
nos hemos prometido humildemente,
la roca más audaz,
quizás el ancla o el ala que tejeré mientras espero;
pero mi hija es más que el motivo de partir
o que la piedra secular,
más que el llanto de una vagina fértil.
Ánfora que me sostiene,
en la que bebo y calmo y acaparo
el agua con que habré de inventarme alguna lluvia.
Una hija puede ser sobrada razón para quedarse;
es cierto que habrá en la raigambre de estas estaciones
intermitentes
una humedad de invierno,
sobre la mesa limpia el silencio pactará
su sonido cadencioso de agua derramada
y escaseará la leña que aprovisiona el fuego.
Del otro lado la llanura tiene peces y sombras
y el peso del azul sobre la tarde
provoca un resplandor que anonada.
Aparte de ser un obscuro habitante de las islas
llevo en mí la ebriedad con que el salvaje
adoraba la piedra,
se echaba en holocausto al mar
o la nostalgia iba apagando poco a poco
como a una estrella lejana.
A menudo la nostalgia asume la forma
de una ciudad blanca a orillas del mar,
como si en esta isla no existieran
cientos de olvidados caseríos
donde el azul es un milagro del que emigra.
Preferiría de todos modos una ciudad costera,
en la que la tarde desaparezca en los ojos de mi hija,
tarde agrietada que se prolonga
cubierta de un velo ensangrentado.
Si mi casa trascendiera del acto de cubrirme,
tendría acaso la precaución de no marcharme,
de mostrar sus vigas de bronce,
el jardín que se convierte en un bosque de hojas
por donde transita mi hija desnuda
hasta que el tiempo le coloque su parra.
No es un valle sumergido entre mogotes,
ni la prisa rebelde del invierno,
que hace de la puesta del sol una alfombra dorada,
la extrema unción de los cuerpos que parten;
ciudad que no se puede abandonar
porque es tu espalda, la víscera que duele,
el pozo artesanal donde beber la furia
que se desborda por los ojos.
Tres personas son casi una ciudad,
son más que un hombre solitario contemplando una multitud,
mientras se disipa y se convierte en brumas
la ciudad que nunca fue.
Basta decir que soy un ser obscuro,
temeroso como los demás;
que alzo a mi hija para enseñar un fuego blando,
que entibia las manos y el corazón
donde otro verde convide a descargar las culpas.
¿Cuándo volveré para tomar el sitio,
para limpiar la verja y los portales?
Y el sitio tendrá otros inquilinos
a los que nada les dirá un rincón aparente,
una marca imperceptible en la pared;
los recuerdos no se quedarán fijos en la sobrevida,
son el precio a que invita el desarraigo.
Partir es una sensación,
del que se arranca una ciudad del pecho,
la lanza a las aves y vuelve a nacer.
A los veintitrés años sentí que podía volver a nacer
/pero era torpe.
Mi condición de isla y de hombre
me pudo ser regateada en el salitre.
Era huérfano.
Sabía que en los linderos del hombre
hay un temor indescriptible a estar solo,
y una hija y una mujer hermosa
eran sobrada razón para quedarse.
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PSILE ET PSOLE
Calla y canta, bebe hibisco, frambuesa, rosas;
en la casa del poeta cualquier gesto sublime
transporta al baptisterio, a los templos paganos.
El poeta y su amante tejen alfombras, luces,
escenarios magníficos, esperando la entrada
de bellos mancebos, de otros poetas tristes.

Yo me marcho temprano, ya me escurro querido,
para que entre la gayada, la tropa soberbia.
En este reducto de los cultos priápicos,
el poeta defiende su derecho a adorar
las más encendidas perversiones.
Dirá que insatisfecho con una costilla
quiere moldear con sus manos un ser como Dios.
Caminar entre canutillos, reflejos, escándalos.
Y ser torpe y morir y sentir que pisa los límites.
Epicúreo transita Lampsaco y Mitilene
se recoge en el jardín de las espinas,
hace un catastro ingenuo de las tierras posibles,
de las cercanas geografías.

Tan santo, tan demonio como yo
que tejo una selva húmeda como un pubis.

El poeta y su amante flotan acaso picados de rubor.
Digo el poeta y su amante, pudiera decir el poeta
y su esposa, y su esposo.
Sólo que son tan viejas estas convenciones,
tan látigo de piedra.
Concluyen hacendosos las faenas
y se sientan entonces a la mesa tomados de las manos
y se besan cómplices en los ojos.
Mientras los hijos vuelan,
son sombras enfebrecidas que van a un hueco ciego.
El poeta y su amante son estériles;
son sólo el amante y su sombra,
el poeta y sus posibles máscaras,
sus abandonos,
su forma de no multiplicarse.

Joaquín Badajoz es miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE), de la American Comparative Literature Association (ACLA) y de la American Association of Teachers of Spanish and Portuguese (AATSP). Miembro de los consejos editoriales de Glosas (ANLE), RANLE (Revista de la ANLE) y OtroLunes (Madrid/Berlín). Ha publicado ensayos, reseñas, crítica de arte, poesía y narrativa en revistas y antologías de EE.UU., España, Francia, México, Panamá, Polonia y Cuba. Coautor de Enciclopedia del Español en Estados Unidos (2008), Hablando bien se entiende la gente (2010) y Diccionario de Americanismos (2010). Es columnista de El Nuevo Herald (EE.UU.) y editor de portada de Yahoo!

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