María Esther Ortiz, matancera bajo un naranjo en flor




The zodiac sign Capricorn 
Attributed to Mahesh 
Mughal, c 1575 .ía 



María Esther Ortiz

De los boleros
(fragmento)

I
Para una mujer que se desviste
tienes el hechizo de un naranjo en flor…
Hay en las ropas de uso la constancia
de la figura ida. Inertes piñas, desvaído,
perfume de la axila y el cabello.
Hay en los trajes que la cubren, sueños,
praderas y jazmines.
Ante la luz, se descubre
así un redondo hueco, allá un círculo de frente
y de tibieza.
Todo este campo va, bajo la luz, a desvestirse.

Una mujer se quita los vestidos
pálidos, los cabellos recuperan su tensa construcción
sobre los hombros. Una mujer deja caer los malvas.
Leve, las gaviotas aletean contra el azul.
Una mujer desnuda camina por la vida
con una suave fragancia y un destino,
tan inermes.
(…)



Mi hermano dice Emily

mi hermano ha regresado de Amherst, MA
con el vestido blanco de una mujer menuda que ya no es su vestido
sino el que otra mujer copió a puntadas de aquel vestido blanco
que en la hambruna y el pasado se desprendieron
pero la estatura de las ropas y su fragilidad le dicen las alforzas
como los labios cuando musitaban en el aire y la palabra
envolvía la habitación como un fuego ajeno y perpetuo
y me da los fuegos, me dice llámalo
llama aunque no tengas número ni código de área, usa el vestido blanco.
Y llama al operador de distancia.
-¿Cómo se opera la distancia con esa grave y modulada voz de varón argentino
bañado y ungido y tomar la distancia entre los dedos
casi sin respirar?... ha de mirarla respetuosamente-.
Pero él quería el espíritu de la casa, llegó bajo la lluvia
sé cómo buscaba con toda el alma
aquel fuego débil y perenne con toda la vida
dispuesta a acoger a la pequeña, delgada mujer
y vio los muebles oscuros y pesados y el silencio lo vio,
alguien dijo son réplicas.
Cuando salió nevaba como un verso.



Esta carta no es para mi madre

hay una casa en california, hay un eucalipto
y no está aquí la foto de mi hermano muerto abrazando a su mujer
de espaldas a un mar detenido en un pedazo de papel
con huellas de plata ennegrecida por los ácidos. 
Trato de hablar. Saco palabras y las hundo
en la manteca del silencio mensual, denso. 
La manteca con las palabras amarillas y a lo lejos, 
la sombra de la foto de mi hermano está podrida en un altar
para un dios que no habla, un dios que escucha
el agua gotear por el techo y resbalar sobre el eucalipto
a las 5:59 de la mañana en california y hace un mes de manteca
que es esa hora fija y mi hija toca la manteca
y todo está lloviendo, mi hija dice que nunca le he hecho un poema, sólo
platos de comida, cómo se pueden hacer
poemas con palabras untadas de grasa sobre el silencio, qué pureza
estarla pariendo a cada rato, cómo sale mi cuerpo
de mi cuerpo y me quedo vacía y ensangrentada temblando en la camilla
exhausta y vuelve a salir mi cuerpo de mi cuerpo y estoy sola pariendo
mi hijo dice “qué hubo” y la manteca absorbe las palabras y las unto
en los crespos pequeñitos de la nuca del hombre que me ama
que no estaba cuando los hijos, sino después y no pudimos hijos, sólo anestesias.
California se aísla en el mar y está en el denso horario,
El eucalipto huele a café americano, café suave, arábica y extra colombiano, 
al lado de Elegua cantan una ranchera
y sólo están el silencio y esos lobos, pero no, 
no tienen la dignidad de los lobos, esas hienas, chacales,
esos perros que pudren las palabras y mis hijos
creen que si no les escribo es porque no quiero,
a las 5:59 en una isla qué reiteración
isla, yo sí vivo en una isla donde se han muerto los teléfonos,
los demás no tienen papel o sobres o un e-mail
o un sitio web donde las palabras se despeguen y escapen a untarse
en el miedo que le tengo a esas palabras entrando por un lado
y saliendo por otro en los teléfonos, cuando las palabras debían
estar en la boca y en los ojos y en las manos, no en las orejas tapadas
con un teléfono gris que funciona con monedas grises,
palabras que funcionan con monedas.
¿Señorita, cuánto vale decirle a un teléfono que por qué no me escribes?
¿Cuánto cuesta un eucalipto visto desde la ventanilla de un camello rosado a la salida del Túnel de La Habana?
Hoy es el día antes del pago y sólo puedo untarle palabras en el papel,
pegar un sello barato sobre ellas y echarlas en un /hueco del piso de la isla.
Mi hermano dice muerto esa palabra de manteca amarilla abrazado a la mujer desde mi propio pecho.



María Esther Ortiz (Matanzas, 1953). 
Abogada y poeta. Ha publicado varios cuadernos. Poemas suyos aparecen en publicaciones cubanas y extranjeras. Actualmente reside en Estados Unidos.

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