bruja

Witch Riding Wolf, Bernard Zuber


La joven viuda

De un esposo la pérdida sin suspiros no ocurre;
Mucho ruido se hace, luego viene el consuelo:
Con las alas del tiempo la tristeza se aleja,
Otra vez el tiempo vuelve a traer placeres.
Entre la viuda de un año
Y la viuda de un día,
Grande es la diferencia; no creeríamos nunca
Que es la misma persona:
Una hace huir la gente, la otra atrae a todos.
A los suspiros, verdaderos o falsos, aquella se abandona;
Siempre es la misma nota y palabras iguales;
Dicen que no hay consuelo,
Dicen, pero no es cierto,
Como gracias a esta fábula
Veremos, o más bien gracias a la verdad.

El esposo de una joven beldad
Se iba al otro mundo. Su mujer a su lado
Le gritaba: "Espérame, te sigo; y mi alma
Al igual que la tuya dispuesta está a partir".
El marido hace el viaje solito.
La beldad tenía un padre, hombre prudente y sabio;
Éste deja el agua correr,
Al final, para consolarla:
"Hija mía, le dice, son demasiadas lágrimas.
¿De qué le servirá al difunto que ahoguéis vuestros encantos?
Puesto que hay gente viva no penséis en los muertos.
Claro, no digo que al instante
Una condición mejor
En bodas cambie este dolor,
Pero luego de un tiempo, aceptad la propuesta
De un marido guapo, bien hecho, joven, y en todo diferente
Del difunto. -¡Ah, dice ella de inmediato,
Un convento es el marido que necesito!
Su padre le deja digerir su desgracia.
Todo un mes así pasa;
El siguiente lo emplea en cambiar cada día
Algo en el vestido, otra cosa en la ropa, en el peinado:
El luto al fin, en espera
De otros adornos, sirve de adorno.
De los querubines la banda entera
Retorna al palomar; las risas, los juegos, la danza
Al fin tienen su turno:
Mañana y tarde, en la fuente
De eterna juventud cada uno se baña.
El padre ya no teme al muerto tan querido;
Pero como a nuestra beldad él de nada le hablaba:
"¿Dónde pues, dijo ella, está el joven marido
Que me habéis prometido?"

Jean de La Fontaine: La joven viuda

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